Entender el entendimiento (8 de 12)

8. ¿Qué entendemos por materia?

La inteligencia humana es para sí uno de los mayores retos que ella misma puede encontrar. Su especificidad no es obvia. Además, lo que de ella se diga marca decisivamente todo lo que se diga del ser humano, de su voluntad y libertad; del sentido de su vida y de su propio ser.

En nuestros análisis precedentes hemos examinado un par de reduccionismos comunes: el primero ve a la inteligencia como una función que en principio puede ser comprendida desde el estudio neurológico y bioquímico del cerebro en acción; otro ve a la inteligencia como una secuencia de procesos que pueden ser reproducidos y mejorados en condiciones no-orgánicas, en particular, en un computador. En ambos casos el ser inteligente es explicado, o intenta ser explicado, en el ámbito de la sola materia.

El problema, sin embargo, no debe ser planteado en términos de cómo “agregarle espiritualidad” a una teoría de la inteligencia. Más bien: nuestra atención va a esto: si una teoría de la inteligencia no da razón de lo que hacemos cuando entendemos (por usar la expresión de Lonergan) es una teoría insuficiente y hay que buscar otra mejor. Y es el hecho que la insuficiencia de los dos reduccionismos materialistas mencionados ha podido mostrarse expresamente, así que lo que podemos preguntar ahora es si esas mismas razones demuestran que cualquier enfoque materialista es insuficiente.

Esa cuestión es sumamente compleja por la complejidad de lo que llamamos “materia.” La verdad es que no tenemos una teoría física completa sobre la materia y la mayor parte de las ideas de los materialistas, incluso recientes, harían sólo sonreír a los físicos actuales. Veamos un par de ejemplos.

Mucha gente ve a lo material como aquello que puede ser comprobado, y ve lo comprobable como aquello que es accesible a través de los sentidos. El alma, según esto, no existe porque no es tangible ni visible; el cuerpo, en cambio, sí existe. Pero resulta que los electrones no son visibles. Entonces decimos que pueden mostrarse interacciones físicas que demuestran que existe el electrón. Es decir, el electrón es una hipótesis explicativa de una amalgama de fenómenos que finalmente acceden a nuestros sentidos. Por otra parte, esas interacciones no garantizan finalmente que siempre se producirán tales o cuales resultados sino que, de acuerdo con la mecánica cuántica propia de esas escalas, establecen la probabilidad de que ellos se den. Hechos los experimentos, lo que se verifica una y otra vez concuerda con la teoría.

Por otra parte, nadie espera que un buen microscopio nos deje ver a un electrón; lo que esperamos o en todo caso, lo que es objeto de estudio, es si los resultados de los experimentos concuerdan o no con la teoría. Esto mismo por supuesto hay que decir de las demás partículas y subpartículas elementales, incluyendo aquellas que la misma teoría predice como imposibles de detectar aisladas como son los quarks o las hipotéticas supercuerdas.

Así pues, el electrón, y las otras decenas de habitantes de la gran familia subatómica, son más “ondas” que “partícula,” aunque a la pregunta, “¿qué vibra en esa onda?”, no hay una respuesta muy definida, o por lo menos, no hay algo que podamos poner delante de nuestros ojos, o de la imaginación, y decir: “esto está vibrando.”

En este sentido, la materia última de la que está hecho todo es algo que no agarramos, o sea, no es algo que podamos asociar con las experiencias macroscópicas que nos resultan cercanas, a saber, con texturas, tamaños, colores o formas en el espacio tridimensional. Todas esas propiedades próximas a nosotros pueden ser explicadas, hasta cierto punto, en función de cuadros de ecuaciones probabilísticas subatómicas, basadas fundamentalmente en la ecuación de Shrödinger, pero las ecuaciones mismas que sirven de explicación no pueden luego ser devueltas al marco de referencia de nuestras experiencias cotidianas.

Todo esto de fondo invita a examinar qué sería una respuesta o término final en la investigación sobre la materia. Con lo cual en realidad damos la vuelta al asunto: no sólo queremos saber qué es la materia sino qué hay en nosotros que pretende saber todo sobre la materia.