Entender el entendimiento (9 de 12)

9. ¿Es material la inteligencia? ¿Es inteligente la materia?

Si seguimos con algún detalle la secuencia de eventos, hipótesis, teorías y experimentos que han conducido a lo que se llama el “modelo estándar” sobre la constitución de la materia, podemos afirmar varias cosas:

(1) Las escalas subatómicas nos alejan irremediablemente del tipo de experiencias macroscópicas y cotidianas. Ello significa que nuestros únicos modelos son racimos de ecuaciones probabilísticas que predicen resultados estadísticos susceptibles de genuina comprobación o falseación.

(2) Tales ecuaciones predicen correctamente, hasta donde sabemos, las propiedades cuánticas, físicas y químicas que dan razón de otras interacciones de nivel superior, a saber, las que reconocemos en los átomos en cuanto miembros de moléculas o de compuestos más complejos.

(3) No puede, pues, afirmarse que conocemos del electrón, o de cualquier partícula subatómica, otra cosa sino el conjunto coherente de resultados de los experimentos realizados de acuerdo con los marcos teóricos respectivos, que por supuesto han ido cambiando. Al mencionar el término “electrón” no estamos aludiendo a nada que nadie pueda conocer directamente, sino a este corpus de investigaciones integradas y progresivas.

Hay que observar ahora que tal corpus de resultados interrelacionados no necesariamente responde a la pregunta qué es la materia. La Física de partículas tiene como método único producir interacciones controladas con las partículas, recoger los datos concomitantes y posteriores a esas interacciones y compararlos con lo predicho por las ecuaciones respectivas. En cada caso, lo que se muestra es, por definición, la relación de las propiedades de unas partículas con otras, pues eso es lo que da una interacción. Ese conjunto de relaciones es una estructura, expresada usualmente en términos de leyes matemáticas. Por eso decimos que la Física de partículas no quiere ni puede responder a otra cosa sino a la estructura de la materia. Este hecho es de máxima relevancia. Si consideramos que la pregunta qué es algo es lícita a la inteligencia humana, también entendemos que no necesariamente tiene que resolverse en términos de cómo está constituido o qué estructura tiene.

En efecto, descubrir que las subpartículas son opacas dentro de la estructura que describe sus interacciones no hace cesar el deseo de inquirir o buscar más, en particular, de buscar de qué están hechas o qué son. Un mundo de interacciones interactuantes sin sujetos que interactúen es una pesadilla no sólo gramatical, y en todo caso no logra impedir la pregunta de por qué existen esas leyes rigiendo esas interacciones. La inteligencia humana no se detiene. Y la prueba está en que, si algún científico descubriera una sub-estructura que dijera algo más sobre lo que hoy es considerado “elemental,” ello sería bien recibido (y cuestionado). Por todo eso cabe diferenciar “qué es” de “qué lo constituye.”

En esta línea uno puede preguntar qué parte de un ser no se explica cuando a uno le explican cómo está constituido o qué estructura tiene.

Más que la respuesta misma, lo crucial aquí es que la sola formulación de la pregunta indica nuestra capacidad de reconocer el simple hecho de ser, pues lo único que sabemos de una estructura explicada es que habla de algo que es. El reconocimiento de esa capacidad nos obliga a preguntar por nuestra propia capacidad de preguntar, y también sobre la racionalidad de aquello que pretendemos conocer.

En efecto, detenernos, declararnos satisfechos en la afirmación de que hay átomos, electrones, quarks o supercuerdas, es epistemológicamente equivalente, porque en cada caso se trata de estructuras dentro de otras estructuras, todas ellas demostradas y demostrables únicamente entre los parámetros y las cotas de energía que puedan alcanzarse en experimentos de bombardeo de partículas. De antemano, pues, sabemos que no sabremos si hemos alcanzado la estructura última, ya que nada nos autoriza a omitir los resultados de todos los experimentos que no podemos hacer. Por consiguiente, si sabemos que no sabremos cuándo hemos alcanzado la estructura última pero seguimos inquiriendo es natural preguntarse qué busca nuestra inteligencia más allá de las estructuras que descubre.

Aquí preguntamos: El impulso que nos lleva a buscar estructuras que cuestionen las estructuras conocidas ¿brota de ellas mismas? ¿Es homogéneo con ellas? Este impulso no es un accidente, una anécdota aislada, o el patrimonio de una cultura, género o raza. Sucede sin cesar y cada persona puede hacer el ejercicio de reconocerlo en sí mismo: es un “puro deseo de saber.” O dicho de otra manera: la inteligencia que percibe radicalmente en la materia el hecho de ser, más allá de toda estructura pensable posible de la materia, no es material. Afirmar lo contrario sería dejar sin explicación el impulso que lleva a la inteligencia a preguntarse “qué es” algo después de saber “cómo está constituido.”

Ahora bien, si la inteligencia no es material, lo que llamamos “materia” no da razón completa de la inteligencia.

Admito inmediatamente que hablar de una inteligencia cuya explicación última es no-material resulta difícil y está plagado de malosentendidos. Obviamente queremos referirnos a la espiritualidad del alma pero, si es arduo saber qué significa entender la materia, lo es aún más saber qué queremos decir con “espíritu.” No es la afirmación de la espiritualidad del alma sino la dificultad para comprender qué queremos decir con esto lo que hace que muchas personas se quedan con una caricatura o deformación de lo que racionalmente se entiende por espíritu o por espiritual. Pero los obstáculos en esta materia no son invencibles.