El próximo 1° de septiembre cumpliré cuatro años de haber llegado por primera vez a Irlanda con el propósito de hacer un doctorado de teología en Milltown Institute. El camino recorrido ha sido extenso e intenso y creo que, sin bajar la mirada que ya apunta hacia el final de esta etapa, es saludable hacer balance, sobre todo para no dejar perder lo que se ha podido lograr con tanto esfuerzo.
Por lo pronto me llama la atención cómo la experiencia de formación intelectual de nivel superior ha ido cambiando en la historia reciente de nuestra Provincia, especialmente si la comparamos con lo que podía ser esta clase de estudios en años no muy lejanos. Me refiero en particular a tres aspectos: uso de los idiomas, servicio a instituciones internacionales y relación viva con otras culturas y países. Mi impresión es que los cambios que se han producido son ya permanentes y por lo tanto conviene conocerlos, discutirlos y quizás pensar en tomar las previsiones apropiadas para que nuestra Provincia se sitúe del mejor modo en el conjunto de la Orden, de cara al servicio que nos es propio como predicadores.
1. Idiomas
Pensemos en el idioma. Décadas atrás, algunos de nuestros hermanos mayores en profesión vinieron a este continente para hacer sus estudios ordinarios o complementarios de teología o filosofía. La lengua en uso era el latín, por supuesto, y había que dominarlo como una herramienta para lograr un conocimiento específico, o sea, el del estudio que se estuviera haciendo. Luego el ministerio tendría mucho menos latín, especialmente cuando, con el Concilio Vaticano II, se dieron los cambios que conocemos. Pero incluso antes de la reforma que empezó temprano en los años sesentas ya era claro que el ministerio y la vida ordinaria de los frailes tenían poco de la intensidad con que era necesario cultivar el latín dentro del aula.
Yo me atrevo a decir que una relación semejante se estableció con otros idiomas por una razón práctica: el destino “natural” para hacer los estudios superiores eclesiásticos era Roma, hasta hace poco, y de hecho así lo sigue siendo para una buena parte del clero diocesano. En ese esquema el latín ha venido a ser reemplazado por el italiano: una lengua que se aprende, que facilita realizar unos estudios, y que después pasa a ser poco más que una anécdota en los recuerdos de un sacerdote. A esto ayuda el hecho de que los estudios en Roma en principio no requieren italiano para las etapas decisivas, es decir, para la redacción y defensa de la tesis o disertación.: para esas fases el estudiante puede usar su lengua nativa.
Y sin embargo, lo menos que uno se pregunta es si el esfuerzo, a veces considerable, que implica desenvolverse en otra cultura y en otro idioma queda justificado con suponer que es una de las “aduanas” que hay que pagar para lograr un título eclesiástico. A la vista de los rápidos y profundos cambios que conlleva un mundo globalizado pienso que puede ser un poco miope ver los idiomas sólo en ese plano de los requisitos. Estimo que la reciente experiencia del Capítulo General en Bogotá dejó un sabor semejante en muchos frailes colombianos.
En mi caso personal, que pienso que no será tan peculiar sino más bien lo común de aquí a pocos años, he visto tanto la dificultad como la alegría que tiene descubrir literalmente “otro mundo.” Autores, preguntas, perspectivas y libros de pronto se vuelven tremendamente significativos para uno. Pero nunca deja uno de ser colombiano y nunca deja entonces de relacionar lo que va conociendo con lo que ha conocido, sobre todo lo que ve que podría aplicarse de algún modo a nuestra realidad.
Entrar en una cultura angloparlante y leerla desde dentro, estar en capacidad de conversar, interrogar y buscar respuestas usando los mismos recursos de los nativos, es algo profundamente liberador, algo que yo diría que otorga un poquito de esa perspectiva global que tanto necesitamos para comprender los grandes fenómenos sociales y religiosos de nuestro tiempo.
Para mí el inglés no ha sido simplemente un medio de lograr el título que llevaré bajo el brazo, sino una puerta que deseo cruzar y que deseo que otros hermanos míos crucen conmigo. ¿Por qué debe ser el caso que lo normal en Europa es que la gente hable dos o más lenguas (en algunos países el estándar es tres o más) mientras que nosotros nos arropamos con el fácil estándar de un español omnipresente? Gracias a Dios, en el reciente Capítulo vi una actitud muy positiva de los frailes estudiantes en cuanto al aprendizaje real de los idiomas y vi también que desde el Prior Provincial hacia abajo hay un compromiso real en mi Provincia de Colombia para dar un giro oportuno en esta materia.
2. Instituciones Internacionales
Lo dicho de los idiomas tiene relación con el modo como nos relacionamos con instituciones de corte internacional como pueden ser los Centros de Estudio bajo la inmediata jurisdicción del Maestro de la Orden. Para muchas generaciones de dominicos esos Centros sólo eran lugares para ir a estudiar. Sin embargo, frailes nuestros (yo mencionaría especialmente a Adalberto Cardona y a Luis Sastoque) han abierto brecha; han demostrado que una Provincia que ya es reconocida por su solidez financiera y por su buen futuro vocacional tiene también una deuda que cumplir en otras áreas, como por ejemplo, el servicio misionero y el magisterio a nivel internacional.
De nuevo mi punto de referencia es el último Capítulo General. Según consta en las Actas, la Comisión de Vida Intelectual logró que fuera avalada una propuesta para definir una estrategia de revitalización de nuestra vida de estudio, sincronizando mejor los esfuerzos y recursos con los que se cuenta a nivel de Provincia y a nivel de la Orden entera. Pienso que es una iniciativa laudable pero todos sabemos que el núcleo del problema está más allá de las decisiones simplemente administrativas que se tomen para repartir los recursos con los que ahora mismo contamos los dominicos. Las soluciones en esta clase de situaciones tienen nombre propio, es decir, el nombre de las Provincias que pueden aportar dineros y personas para que las instituciones funcionen. Para mí es evidente que nosotros debemos estar ahí; soy honesto en decir también que yo creo que tengo algo que aportar en ese campo, para el cual la Orden me ha venido preparando.
Pero aquí tocamos áreas que pueden ser sensibles. Puede haber quienes miran a Europa como un premio; como una especie de condecoración o pago en especie que debe hacerse rotativo para que nadie reciba demasiado. Otros en cambio han visto, o hemos visto, la realidad a veces deplorable de algunos de esos Centros nuestros, que aunque conserven un gran nombre se ven asediados por situaciones complejas de desobediencia y de cierta acumulación de frailes que, a causa de diversas situaciones morales, no son siempre bien recibidos en sus propias Provincias. Otros, en fin, pueden, incluso a esta altura del siglo XXI, limitar su campo de visión a nuestra sola Provincia, negando los hechos que reclaman que seamos conjuntamente responsables de lo que es de todos, sobre todo si aspiramos a que esos Centros sean lugares de excelencia académica.
Pienso que una fórmula útil y balanceada es lo que han ido explorando los dominicos mexicanos, por dar un ejemplo, con su relación con Friburgo. Doctores como el P. Carlos Mendoza-Alvarez, O.P., prestan un servicio valioso tanto en su propia Provincia como en el Albertinum. En mi caso personal, pienso con honestidad que es estimulante para un estudiante de doctorado saber que eventualmente puede enseñar en Centros de ese nivel; y pienso que a la vez es estimulante para los estudiantes de nuestra Provincia saber y sentir que reciben un nivel de enseñanza que les pone directamente en contacto con el plano internacional en que quizás desarrollen mañana su ministerio.
En diálogo fraterno y abierto del día 13 de agosto de 2007 con mi Provincial en Colombia expresé esta clase de inquietudes, no sólo por mi propio interés, cosa evidente, sino también porque estoy convencido que esta clase de decisiones toman muchos meses de contactos y negociaciones, y en ese caso habría que empezarlos pronto; así como estoy convencido que todo esto abre puertas para que nuestros frailes en formación tengan una idea más justa, amplia y sin complejos de lo que es la Orden y de lo que ellos pueden ser en la Orden.
Debe subrayarse que las posibilidades no se agotan en Europa. En amena conversación con el Provincial de los Dominicos del Este de EEUU aprendí por ejemplo sobre la evolución del Centro de Estudios Teológicos en Washington. Ellos están abiertos y atentos a entrar en contacto con otras culturas y escuelas, ¿no habríamos de estarlo nosotros?
3. Relación con Otras Culturas y Países
Sólo meses después de haber llegado a Irlanda descubrí un hecho que me llenó de alegría dominicana: con mi presencia en Dublín no sólo había una puerta de formación para mí mismo sino un camino que otros hermanos de mi Provincia pueden seguir. En términos sencillos digamos que Dublín es una “beca” que permite a un colombiano, a una serie de colombianos, estudiar en condiciones supremamente favorables para nuestra Provincia, a saber, pagando solamente los costos académicos. En la práctica eso significa invertir menos dinero en quien esté en Dublín que si la misma persona estuviera en cualquier ciudad en Colombia.
De ahí surge la idea de “puente”: postulo que nuestros estudios superiores han de verse como uno de los varios caminos a través de los cuales nuestra Provincia hace presencia internacional y recibe una comunicación, una corriente de comunicación, desde otras latitudes.
Me explico: frailes irlandeses hacen teología en Francia; frailes polacos hacen su año fundacional en Irlanda; frailes españoles estudian inglés en Dublín; frailes de Irlanda dictan un retiro en Italia. No es simplemente: “voy, estudio, cargo mi cartón, me devuelvo a mi casa.” El esquema europeo, que involucra a Canadá, y el esquema que siguen conjuntamente las Provincias de Estados Unidos incluye por contraste una circulación de personas, ideas, recursos, contactos, libros, revistas especializadas. No veo por qué nosotros debemos estar excluidos de esa circulación. Desaparecido el inconveniente de los idiomas, y desparecido cierto complejo de inferioridad que a veces uno tiene, ¿cuál es la dificultad para ofrecer, con gozo y con respeto, lo que también nosotros podemos aportar?
Anoto para terminar que creo que el contacto con otras culturas se puede y debe imaginar en doble vía. Está visto que tenemos qué aportar; también tenemos obviamente mucho para recibir. De hecho, nuestro Studium Generale se ha visto enriquecido con la labor docente de frailes llegados de otras partes. Yo simplemente quisiera que eso se ampliara a otras culturas, más allá del español. He conocido frailes de la altura académica de Liam Walsh, ex-Socio para la Vida Intelectual. Liam recorre medio mundo pero Colombia no se cruza en sus itinerarios. Le pregunto por qué. Menciona el idioma, y el hecho de que no ha sido invitado nunca. Él vive en mi convento, a pocos pasos de mi celda. Es el tipo de contactos que requieren de una presencia viva, no necesariamente mía, por supuesto, pero sí de frailes nuestros, que nos ayuden a mirar como normal lo que debe ser normal: saber que pertenecemos a ochocientos años de la apasionante historia de la evangelización en el mundo.