Lunes de Federico (7)

[Capítulo anterior]

La taza de té

–Ustedes conversan delicioso, Hermanitas, pero yo tendré que retirarme. Ya vi que Libertad llegó bien, y habiendo libertad, ¿qué nos podrá faltar, no?

–¡Espera, espera, Federico! ¡No te vayas sin tomarte siquiera una taza de té, que eso no se demora nada y te ayuda para el frío criminal de estas noches!

–“Sea por Dios, y venga más,” decía el obispo… Pero entonces me recibirán otra pregunta. A ver esta para Renata: ¿Tú consideras que estás sirviendo al Pequeño Resto del Pueblo de Dios cuando recibes las matrículas de las niñas de alto estrato social en los colegios que ustedes tienen? ¿Cómo sentir ahí que se está sirviendo a los más pequeños, si de hecho uno sabe que muchas de esas niñas serán grandes ejecutivas o esposas de altos ejecutivos cargados de poder y ávidos de dinero? Al fin y al cabo, en un país como Colombia, o en más de media Latinoamérica, ¿no ha sido la Iglesia la gran educadora de la clase dirigente, que es como decir la clase explotadora y la clase corrupta?

–Mientras le sirvo su taza a Libertad, déjame ir pensando mi respuesta, que no será tan breve.

–Tómate tu tiempo.

–Yo parto de una base: las obras institucionales son más visibles, y por eso mismo se las evalúa con más dureza. Compara, por ejemplo, un grupo de oración y un salón de clase. Si Elena Tamayo o Catalina Jiménez dejan de asistir a su grupo de oración, eso será notado y lamentado por un grupo reducido de personas. ¿Qué pasa, en cambio, si ellas, que son alumnas de grado undécimo de nuestro colegio, dejan de ir a clase? Hay más de un escándalo. Los colegios son visibles, y por eso son controlables. En otras obras de evangelización es fácil creer que uno está haciendo maravillas, sencillamente porque uno se olvida de contar como fracasos a todas las personas que se retiraron, quizá confundidas, quizá resentidas, quizá aburridas. En un colegio no te puedes dar ese lujo: si la gente quedó aburrida, resentida o confundida, puedes tener la seguridad de que lo van a decir, a ti o a quien sea. Por eso yo pienso que se da una ilusión óptica, que hace que se miren como ideales las obras de evangelización que son más espontáneas y menos controlables, o sea, menos evaluables, porque, como dije, uno ahí sólo está contando las historias que acaban bien.

–Espera, Renata, y de paso muchas gracias por el té que está exquisito: ¿tú estás diciendo que hay algo ficticio en los testimonios que yo traigo de mis comunidades en Brasil, por ejemplo?

–“Ficticio” no es la palabra…

–Pero hablaste de una “ilusión óptica”…

–Es algo distinto, querida. No quiero disminuir la importancia de tu trabajo. Es sólo que me llama la atención toda la crítica que recibe la educación católica, y mi convicción es que sucede así simplemente porque la estructura misma de los colegios hace que quede a la vista su estructura y un porcentaje realista de sus aciertos o fallas. Si ese mismo criterio lo aplicáramos a grupos menos controlados pero igualmente relevantes, como decir: la misa de los domingos o la comunidad de base, seguramente descubriríamos que no hay medios perfectos, no hay herramientas perfectas para guiar la gente hacia una coherencia total con el Evangelio. Y permíteme que le agregue algo aquí a nuestro querido padre Federico: date cuenta, hermano, que cuando tú dices que “la clase corrupta ha sido educada por la Iglesia” estás haciendo dos generalizaciones riesgosas. Estás diciendo que no hay en los gobiernos nuestros más que corrupción, y estás diciendo que el factor decisivo en la vida de los dirigentes ha sido su colegio, sin tener en cuenta todos los otros grupos, instituciones y círculos, por ejemplo familiares, a que ellos han pertenecido. Sin embargo, un punto sí te concedo: debemos ser mucho más humildes en el modo de presentar las obras educativas. Pero es que yo creo que, como Iglesia, debemos ser mucho más humildes en todo. No veo un espacio en el que quepa el triunfalismo.

–Pero, Renata, sin ánimo de disgustarte, y tal vez mi postura sea demasiado masculina, quiero decir: pragmática… si ustedes, las Hermanas de la Presentación, que son unas cuantas miles, tomaran una firme decisión de compromiso de campo, de formación de líderes comunitarios, por ejemplo, o de luchar al lado de la mujer, que muchas veces es cabeza de hogar, eso sería lo que en inglés llaman un “statement,” eso tendría que tener un efecto impresionante, y marcaría un precedente único en la historia de la evangelización. ¡Vamos, Renata, tú conoces ese lenguaje, y lo amas! Ese sería un gesto “profético”…

–Es posible que sí, pero déjame divagar un poco por tierras de la filosofía… sólo un poquito. Dime, hombre de Dios, ¿qué te hace suponer que la gente va a tener una naturaleza distinta sólo porque los convocas cuando son adultos y no cuando son niños, o sólo porque los reúnes en la noche y no en la mañana?

–¿A qué te refieres?

–Me refiero a que “formar líderes comunitarios” suena dulce a nuestros oídos revolucionarios pero ello no es ni va a ser más fácil que loq eu antes se decía: formar “mujeres de bien, dignas esposas y madres,” como planteaba algún ideario de los Colegios de la Presentación de hace mil años. Todo lo que sea “formar” implica que la gente renuncie a las lacras y pecados que a todos nos acechan desde siempre: egoísmo, envidia, murmuración, codicia, intemperancia… todo eso no sucede porque la gente esté en colegios y no en comunidades de base: eso sucede porque somos seres humanos y nos tienta la pereza, nos gusta murmurar, ansiamos poder, denigramos de los enemigos, y etcétera, etcétera.

–Permiso hablo yo también. Mi experiencia en las comunidades de base no es esa. La dinámica misma del proceso comunitario hace que la gente se haga protagonista y sujeto de su propia historia. Una vez que tú “empoderas” al pueblo, la gente ya no se deja manipular. El truco es cambiar el modelo, pasar de una Iglesia en la que unos pocos tienen que hacer todo y por tanto tienen que vigilarlo todo, a un modelo de verdadero “Pueblo de Dios,” en que todos se descubren responsables del crecimiento de todos. Ni la religiosa ni el sacerdote siguen estando “por encima” de la gente, decidiendo por ella, y fiscalizando sus decisiones, su dinero e incluso sus cuerpos, sino que es la gente misma la que descubre que tienen un lugar en la Historia y que ya no quieren dejárselo arrebatar otra vez.

–Libertad, a mí me gusta mucho eso que dices, y que de veras cuestiona muchos dogmas o atavismos que tenemos sobre todo los curas. Yo cada vez me convenzo más de que la resistencia al cambio está en quienes detentan el poder, ¡y es que no podía ser de otro modo!

–Es lo que yo digo, y es lo que he visto en nuestras comunidades: para nuestro pueblo sencillo el Evangelio es casi “natural,” es lo que estaban esperando. En cambio, para los que están acomodados, para todos aquellos a los que la maquinaria del poder les funciona, estas ideas les fastidian. Por eso el nerviosismo en asegurar privilegios y en revestir de misterio intocable a la figura del sacerdote. ¿Te has dado cuenta cómo el lenguaje sobre el sacerdote se ha devuelto completamente al plano de la dignidad, la vocación sobrenatural, el destino eterno, la elección celestial? Difícil no ver entre líneas una especie de angustia de que la gente se entere del gran secreto, un secreto que ya todo el mundo sabe: ¡son seres humanos!

–No puedo resistir preguntarte algo, Libertad, aunque ya sé lo que me vas a responder: ¿para ti el tema del vestido de nosotros los clérigos debe ser leído desde esa óptica de separar al sacerdote para ponerlo por encima, y no al lado?

–¡Esa es la lucha! ¡Exactamente esa es a lucha en que estamos, y va a ser un proceso de concientización muy largo! De lo que se trata es que todos, óigase bien: todos, comprendamos que en el pueblo de Dios no hay diferencias, y que eso de encumbrar a unas personas por sobre otras no es de Dios ni es concorde con el Evangelio. Eso lo comprende rápida y fácilmente la gente; lo difícil es lograr que nosotros los consagrados “nos bajemos de la nube” y “nos bajemos del pedestal,” como se dice, y entendamos que Jesús anunció y practicó una lógica distinta.

–Yo pensaba exactamente así, Libertad, pero luego comencé a ver que por ese camino empezamos a revolver con el evangelio de Jesús una cantidad de cosas que no están en la Biblia.

–¿Qué dices, Renata?

–Eso digo, Libertad, pero es muy tarde ahora para todos, y habrá que aplazar esta parte de nuestra charla.