Juan Pablo II: Nueve Apuntes sobre su Estilo de Gobierno

Juan Pablo II de alguna manera ha redefinido lo que significa ser Papa. Es esta “definición” la que encontrará bien grabada en el inconsciente colectivo quien deba sucederle. Si es cierto que hay una consistencia muy robusta en el conjunto de su doctrina, no lo es menos que Wojtila fue un hombre de acción; alguien que con la fuerza de la palabra y más aún, del símbolo, luchó por aquello que su conciencia estimaba como mejor para todos.

La enseñanza de este Papa fluyó de un modo continuo y coherente, hemos dicho; también sus acciones y su estilo de gobierno, siempre en alta consonancia con lo enseñado. Mi sensación, sin embargo, es que la Historia será menos benigna con esta dimensión de su largo pontificado. Aquí presento algunos apuntes.

2.1 Primero: un equipo estable de colaboradores incondicionales. Las personas fundamentales: Sodano, Ratzinger, Navarro Valls y sobre todo, su secretario personal, Estanislao Dziwisz. La prensa liberal y/o progresista intentó demostrar muchas veces, creo yo que sin éxito, que era este grupo, u otro análogo, el que realmente gobernaba. La acusación es difícil de mantener ante una serie de hechos que muestran la impronta de Wojtila hasta el final, incluyendo por supuesto el hecho de morir en el Vaticano. Se necesita mucha ciencia ficción para visualizar a los adláteres levantando al Papa de la cama para que dé una bendición y haga como si fuera a hablar.

La realidad, en cambio, es que difícilmente puede sobreestimarse la importancia de un grupo de leales. Ha sido el recurso de todos los grandes revolucionarios de todos los estilos, incluyendo al Señor Jesucristo y alcanzando en el otro extremo hasta Mao Tse-Tung. Un puñado de gente resuelta y compacta puede lograr cosas fantásticas.

2.2 Segundo apunte: uso extensivo de los medios de comunicación. Si hay algo frente a lo que Karol Wojtila se rebeló ya en su juventud es la pretensión de los poderes seculares de reducir la fe al ámbito privado. Como obispo en Cracovia, primero, y mucho más como Sucesor de Pedro, este Papa quiso exactamente lo contrario: que Cristo fuera conocido, pronunciado, invocado, incluso discutido, pero siempre presente. Una mirada a lo que implicó esta presencia pública del Papa produce vértigo y las cifras son conocidas: 130 países visitados en todos los continentes; un millón de kilómetros en viajes; 100.000 folios de enseñanzas y discursos, y por supuesto, como digno colofón, su propia muerte. Yo personalmente no dudo de la sinceridad de este anciano en las devociones y actos del final de su vida, pero es indudable que no está pensando sólo en sí mismo: todo el tiempo sabe que él es más que él y por eso se vierte en mensaje, en el mensaje del que está convencido, hacia los demás.

2.3 Tercero: apelación al símbolo. Ya lo hemos mencionado. En Irlanda por ejemplo, pocos podrían recordar mucho de los discursos suyos pero cuando se arrodilló en algún lugar y dijo: “Aquí, de rodillas, imploro que cese la violencia sobre esta amada tierra,” ello produjo un sismo en el alma irlandesa, al punto que muchos atribuyen el avance de las posteriores negociaciones de paz sobre todo a ese acto. Este es un Papa que sonríe, acaricia, se conmueve, levanta el tono de la voz, apunta con el dedo, hace confidencias en sus libros, “abraza” desde el escenario a miles de jóvenes que le aplauden a rabiar. Los detractores hablaron de histrionismo mientras repetían con sorna: “nunca dejó de ser un actor,” pero la acusación se cae por la base. ¿Preferirían acaso un eclesiástico impertérrito de rostro broncíneo y voz monótona… de la que fuera fácil prescindir?

2.4 Cuarto: un movimiento hacia el centro. El Papa, al momento de morir, fue calificado con justicia como una figura “global.” Yo no veo egolatría en su deseo de atraer la mirada y la atención del mundo y mi argumento es que a los ególatras el pueblo llano no los sigue con tanto amor y por tanto tiempo. Ha habido maestros del terror que se han hecho obedecer y mirar, a fuerza de ejércitos y cámaras de tortura. Juan Pablo II usó otros recursos, los usó con constancia y una dosis de ternura, y dieron su fruto. Eso lo convirtió en centro.

También el Vaticano se convirtió en centro, no sólo de atención sino de decisiones. Este punto será objeto de mucha discusión en los años que sigan. Una cosa es aclamar al Papa en un estadio y otra es esperar (y luego obedecer) el último documento de la Curia. Lo primero se dio sin problemas y con mucho gozo para todos; lo segundo fue y será muy tortuoso y complejo.

El hecho de depender del Vaticano para muchas decisiones internas de las diócesis ha producido en realidad situaciones que no son del todo deseables. Existe más el catecismo de Juan Pablo II que los catecismos de las diócesis, aunque el mismo catecismo universal recomiende que se hagan los otros. Nos fuimos acostumbrando a que los obispos, la liturgia, el derecho, los criterios éticos y casi los manuales mismos de los seminarios venían ya “empacados al vacío” y con instrucciones de uso desde Roma.¿Qué tan saludable es eso? ¿Es el único modo de hacer las cosas? ¿Representa fielmente el espíritu del Concilio Vaticano II? Para algunos prelados la situación creada ha resultado cómoda, por ejemplo desde el punto de vista intelectual o de delegación de la propia responsabilidad; para otros, en cambio, el precio a pagar ha sido alto. Más sobre esto después.

2.5 Quinto: apoyo estratégico en algunos grupos y movimientos. Es la versión ampliada y consecuente de lo que antes hemos dicho de su grupo de leales dentro de los muros del Vaticano. Ya de cara al mundo, Juan Pablo II ha seguido ese estilo, tomando como aliados incondicionales al Opus Dei, los Legionarios de Cristo, el Camino Neocatecumenal, entre otros. La tendencia de estos grupos dibuja bien lo que se suele llamar “la derecha” y es sobre todo por eso por lo que este papado será recordado como un gobierno conservador y de derechas. Con esto quiero decir que uno no debería pensar que todo lo que afirma el Opus Dei lleva la firma del Papa y que puede ser injusto trasvasar al Papa los sentimientos que uno tiene por un movimiento sólo porque este ha permanecido en estrecha relación con él.

Lo que no se puede negar es que al escoger a sus amigos más próximos Juan Pablo II tomó también distancia de otros grupos o comunidades, especialmente de la Compañía de Jesús y de las Ordenes Religiosas medievales. Es cierto que los jesuitas, dominicos, carmelitas y muchas comunidades antiguas de franciscanos tenemos nuestra historia reciente bien salpicada de errores y escándalos pero esa no debe ser la única razón. Con todo respeto: hay escándalos literalmente en todas partes. La escogencia de los amigos obedecía a otras razones.

2.6 Sexto: la teología en el refrigerador. La formidable estructura doctrinal que sirvió de columna vertebral al fallecido pontífice tuvo como contrapartida un cierto recelo por todo lo que implicara tocar o cuestionar ese mismo edificio. En mis años de vida y de sacerdocio, la consecuencia que he visto brotar de esto es que sólo ha crecido la distancia entre el magisterio oficial y el de los teólogos. Es algo que a muchos nos duele.

Los grupos de católicos devotos se han acostumbrado a tener y fomentar miedo hacia el “fantasma” de la teología asociándola como por instinto a la acción de la llamada “masonería eclesiástica.” Yo no dudo que hay influencias nefastas y enemigos de la fe en todos los estamentos de la Iglesia; tampoco dudo que la masonería actúa y tiene su propia agenda de desacreditación y demolición de todo lo que signifique la Iglesia Católica. Con lo que no estoy de acuerdo es con decir que la solución está en abrazar los discursos del Papa y sospechar de toda otra palabra de enseñanza e incluso de la posibilidad de estudiar los problemas y temas debatidos. Esto, sin embargo, es lo que he visto que realizan algunos grupos de católicos bien intencionados pero muy asustados.

2.7 Séptimo: aislamiento como castigo a la disensión. Este es el apunte más doloroso y quizá el más controvertido, no sólo por el curso de las acciones del fallecido pontífice sino por la respuesta agria que hombres como Hans Küng han dado una y otra vez. Para Küng, el Papa ha sido un dictador; para los contradictores de Küng, es éste el que quisiera ser infalible por encima de toda discusión.

Mi opinión es que hombres como Küng son ilusos al apostar todo lo que apuestan por los valores de una Modernidad que ya mostró sus pies de barro. Decir que la Iglesia “se salva” ordenando mujeres o sometiendo la elección de obispos a voto popular no es tanto un ataque a la teología del Papa cuanto un acto de ingenuidad colosal. ¿Es que no vemos lo que sucede en las “ejemplares” democracias occidentales? ¿Es que no están a la vista los desastres de las decisiones que él propone como novedades cuando miramos a protestantes o anglicanos?

Esto dicho, uno también tiene que reconocer que la respuesta de Roma a las demandas de participación tienden a cero. A esto es lo que llamo aislamiento. No es tanto si se le permite o no a un hombre como Küng hablar en un templo católico; es el hecho de ignorar tan completamente lo que puede haber de bueno en lo que el antagonista está diciendo. Por supuesto esto no ha acontecido únicamente con el suizo Küng sino con decenas de teólogos y teólogas.

2.8 Octavo: apuesta radical por la validez de los sacramentos. En términos más prácticos: endurecimiento en los criterios de declaración de nulidad matrimonial o de reducción de los sacerdotes al estado laical. Los años finales del duro pontificado de Pablo VI presenciaron una auténtica desbandada de presbíteros y religiosas. Viendo la puerta abierta, muchos aprovecharon la “ocasión” para dejar un ministerio que se les había vuelto borroso o insostenible.

Juan Pablo II cambió esto casi desde el primer momento de su gobierno con un argumento que podría parafrasearse así: debilitar los huesos no trae salud a la carne enferma. Y para él los “huesos” son las decisiones vocacionales y de estado de vida con las que descubrimos y hacemos viable el plan de Dios para nuestra existencia y adquirimos un rostro particular y un rol frente a la comunidad humana. Para el Papa la verdadera respuesta está en la selección y formación presacramental, especialmente en lo que atañe al sacerdocio. Esto significa, entre otras cosas, un voto de absoluto respaldo al seminario como institución singular y vital dentro de la Iglesia local.

2.9 Noveno y último apunte: un pontificado global bajo el signo de la paz. Juan Pablo II tomó como púlpito su alta dignidad en Roma pero su auditorio no conoció fronteras, por lo menos en su intención. A pesar de lo dicho sobre los conflictos y tensiones intraeclesiales, su predicación hacia fuera llevó siempre el sello de la búsqueda de la paz. Frase suya, muy citada y repetida, es aquello de que en la guerra todos pierden. Predicó por eso la paz, y la bandera de los Derechos Humanos fue más creíble en sus manos que en las de casi cualquier otra persona o institución pública, incluyendo por supuesto, a los países más poderosos del planeta.