Estos días se habla de la reforma de la ONU: las Naciones Unidas. El nombre mismo supone que el mundo o la Humanidad son una suma de naciones, que pueden estar desunidas y en guerra, o unidas y en paz. No es una imagen desagradable esta última pero, si uno tiene la persistencia que tienen los niños para hacer preguntas incómodas, todavía hay mucho que cuestionar.
Por ejemplo:
–¿Qué había antes de las “naciones”?
–Había reinos, tribus, clanes, hordas o ciudades-estado.
–¿Todo lo bueno que había en esas otras formas de vida comunitaria humana ha pasado a lo que llamamos las naciones y todo lo malo ha sido suprimido?
–No; a ninguna de esas dos preguntas se podría responder que sí.
–Eso significa que hay cosas buenas de esos modos de vida comunitaria humana que quizá han sido o están siendo exterminadas o reprimidas en muchos lugares del planeta.
–Así es.
Bueno, esa es una manera de introducir el tema. Hay otros enfoques que pueden traerse a cuento. Por ejemplo: la suma, alianza u “organización” de reinos produce un “imperio,” a cuya cabeza está un emperador. Ahora tenemos una organización de naciones unidas. ¿No hay cabeza, o la cabeza se esconde? Por supuesto no hablo del funcionario particular que es Secretario de la ONU.
Debo decir que una de las personas que más admiro es el Papa Pablo VI, un hombre que desde su sufrimiento y sabiduría le dio tanto a la Iglesia. Sin embargo, ni en las palabras de él ni en las del recién fallecido Juan Pablo II encuentro una crítica de fondo al modelo de la ONU. Puede sonar desde romántico hasta estúpido pero: ¿qué lugar ocupan las tribus, las etnias, los clanes, los reinos en la ONU? El modelo “país – estado – nación – democracia – partidos políticos – elecciones libres y periódicas” tiene muchas bondades pero no debemos asumir dogmáticamente que aporta todos los bienes y excluye todos los males.
Consideremos el tema de las etnias. Para la mayor parte de los occidentales luchar por una etnia es un absurdo porque lo esencial de ser humano no tiene que ver con etnias. Ese es un enfoque. Su problema es que la vida humana no discurre por los canales iluminados de una razón abstracta. La humanidad en la que cree Occidente es: un ser, que es esencialmente el mismo en todas partes, enganchado en la maquinaria global del mercado, que es el mismo en todas partes, para bien de unos “emperadores” que presentimos que son los mismos en todas partes aunque no les vemos la cara –quizá algunos de ellos están entre los 100 multimillonarios de Forbes…
La pregunta es qué pasa con los valores intangibles, los que no cotizan en bolsa, los que no caben en el mercado. Tener un rey, cuidar un entorno natural, hacer artesanías, preservar y enriquecer un patrimonio de literatura oral, celebrar la vida, cantar la inocencia, orar en profundidad no son cosas fácilmente integrables a una economía en la que todo tiene su precio regido por la oferta y la demanda, y detrás de ellas, por la publicidad y los intereses de los verdaderos emperadores, cuyo rostro nunca vemos.
Para saber qué suele hacerle el mercado a las culturas no hay sino que mirar al Sudeste asiático, la misma zona que fue devastada por el tsunami de diciembre de 2004. Antes que la potencia de esas aguas homicidas la potencia de los negocios ha hecho que el turismo sexual campee sobre la grupa de la bondad, relativa inocencia y falta de pensamiento crítico de decenas de miles de surasiáticos.
Además de todas las cuestiones morales implicadas, aquí tenemos un ejemplo de cómo una combinación de la idea de un mundo segmentado en naciones con iguales derechos pero desiguales puntos de partida conduce a un mundo donde el grande produce la necesidad y hace la venta; sacia su apetito y determina el precio; come, deshonra, se embriaga, hace la siesta y sigue produciendo y consumiendo. Sorprendentemente, todo ello es legal y produce votos.
Necesitamos ser redimidos de la ideología del mercado pero una mentalidad de un mundo organizado en naciones no es una aliada en la búsqueda de tal redención. La noción de nación es poco sensible a los intangibles de los que brotan las diferencias que no caben en el mercado y que terminan avasalladas por él.