Hola fray Nelson, me gustaría, si puede, que me diera su concepto sobre la educación post industrial. – S.V.R.
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En mi opinión, los dos últimos siglos han traído profundos cambios a la educación. La revolución industrial orientó el saber científico hacia la técnica y el conjunto del saber humano hacia la ciencia, como vehículo privilegiado de comprensión y sobre todo de transformación del mundo. De un modo continuo ello ha conducido a una valoración creciente, hasta ser excesiva, de las matemáticas y la ingeniería por encima del conocimiento que brota de otras preguntas, las que atañen al ser humano en cuanto tal, o al sentido de su vida y sus esfuerzos.
Pero después de la revolución industrial vino otra revolución, más profunda, en la que estamos completamente inmersos, y que ha recibido varios nombres: era de la información, “tercera ola,”llegada de la gran “singularidad,” y otros más. Lo característico de este tiempo es que, sobre la base de los procesos automatizados propios de la revolución del siglo XIX, el procesamiento de la información, convertid en impulsos eléctricos digitales, revierte y realimenta a los procesos mismos de la tecnología que le dio origen.
Esta circularidad trae como consecuencia una aceleración incontenible en todas las áreas de la actividad humana susceptibles de ser transmitidas y procesadas digitalmente. Para quienes consideran que TODO lo humano puede digitalizarse, la consecuencia es inmediata: tarde o temprano la inteligencia alcanzará sus cumbres más altas dentro de los procesadores automatizados. A esto se llama la gran singularidad o “singularidad tecnológica,” término que tiene historia desde John von Neumann pero que ha sido popularizado por Ray Kurzweil. ¿Qué tipo de educación necesitará la Humanidad cuando tengamos certeza de que las mejores decisiones las toman algoritmos extrahumanos?
Por otro lado, está la cuestión filosófica de si todo conocimiento es susceptible de ser sometido a digitalización y a algoritmización. En contra de quienes van en la línea de la singularidad tecnológica, es perfectamente posible que las preguntas más relevantes, y las que marquen el sentido mismo de la presencia de los seres humanos en el universo, no provengan de procesos automatizados, ni siquiera en el sentido más amplio y laxo de ese término—es lo que consideran autores como Steven Pinker o Jaron Lanier. Es posible, y es la opinión que yo mismo suscribo, que lo propiamente humano está exactamente en aquello que somos pero que no es codificable precisamente porque es siempre capaz de cuestionar todo modo de codificación. Si esta hipótesis es correcta, entonces la pregunta para la educación es: ¿Cómo preservar y cultivar lo ma´s propiamente humano, para beneficio de todo el hombre y de todos los hombres, en una sociedad con inmensa capacidad de automatización?