Del mar de la indiferencia al océano de la misericordia

[Predicación para el Encuentro organizado por la Casa de la Misericordia, de Cúcuta. Segundo Domingo de Pascua, 2015.]

* A partir de un dato doloroso y vergonzoso, a saber, que miles de personas mueren en el Mar Mediterráneo intentando entrar a Europa, el Papa Francisco ha hablado de la “globalización de la indiferencia,” y luego también de cómo la misma indiferencia, en cuanto marca cultural de nuestra época, se ha convertido ella misma en un “mar” en el que tantas vidas se hunden sin esperanza.

* Es importante saber que, así como las aguas de los ríos llegan al mar y le dan buena parte de su tamaño, así también la suma de nuestros egoísmos, que nos parecen pequeños, y de nuestras cobardías, orgullos y durezas, van creando un ambiente que hace la vida ardua e incluso insufrible para muchos.

* Por supuesto, las víctimas son siempre los más pequeños y frágiles: el niño por nacer, el anciano tratado como una carga inútil, los que padecen una limitación mental o una enfermedad incurable, los que están privados de su libertad.

* Muy a menudo, también los hijos y los jóvenes de familias que parecen bien constituidas padecen sus propias soledades, frustraciones y sensación de absurdo, de modo que desarrollan conductas de bullying (matoneo) activo o pasivo, desorientación sexual, vandalismo u otros males que efectivamente los dejan náufragos de la vida y vacíos de esperanza.

* Hace mucho daño, y acrecienta mucho el volumen del “mar de la indiferencia” el hecho de que mucha gente cree que es buena simplemente porque no se considera “mala,” pues entienden que la maldad sólo se da en los criminales. Esa “bondad” mediocre y autosuficiente alimenta un egoísmo de gruesa piel que poco o nada se conmueve frente al dolor ajeno y que siempre ve responsables afuera.

* Impresiona ver cómo el mensaje de Cristo es exactamente lo contrario a ese mar de indiferencia. Sus entrañas se conmueven, y Él sabe y ama posponerse para dar vida, y vida abundante. Quienes somos testigos de semejante amor estamos llamados a ser “islas” de misericordia, capaces de acoger a quienes se sienten extraviados, agotados, lastimados o engañados.

* También hay que aprender a ser barcos de carga, transbordadores, que como el ferry, sepan llevar a los necesitados adonde quizás pueden recibir mejor ayuda, pues es claro que no todo puede resolverlo uno mismo.

* Y por supuesto, hay que saber que la meta final, el puerto de llagada, es la entrada misma en la eternidad y la bienaventuranza.

¡Fortalezcan sus corazones!

[Predicación para el Encuentro organizado por la Casa de la Misericordia, de Cúcuta. Segundo Domingo de Pascua, 2015.]

La misericordia requiere sensibilidad pero no es puramente sentimiento. En los actos o las obras de la misericordia cuentan la decisión, el compromiso, el dar un paso para salir de nosotros mismos. Así lo muestra, por ejemplo, la parábola del buen samaritano.

(1) Primera fortaleza: vencerse. Más allá de nuestros prejuicios y resentimientos (cual era el caso entre judíos y samaritanos); más allá de nuestra comodidad o del freno que el asco pone a nuestra sensibilidad, el corazón renovado por la misericordia sale de sí mismo.

(2) Segunda fortaleza: salir del infantilismo espiritual. Es verdad que el camino de la vida nos deja heridas, decepciones, vacíos o frustraciones, y por ello necesitamos sanación. Es verdad que existe el enemigo malo, el demonio, que puede atacar con su veneno para infestar nuestras vidas, y en algún caso pretenderá poseer la voluntad de alguien. Pero también es verdad que se da el caso de católicos “adictos” a la sanación o a la liberación, que van de sacerdote en sacerdote, manteniéndose en un estado de infantilismo como si nunca responsabilidad real pudiera llegar a sus vidas. Para que la misericordia sea operativa en nosotros y a través de nosotros, necesitamos entender que aun con algunas imperfecciones es grande el bien que podemos ya poner al servicio de la Iglesia.

(3) Tercera fortaleza: firmes en la doctrina. De nada sirve ser discípulos si el momento de la prueba nos aparta de la fe que hemos profesado como recibida de los apóstoles. No hay corazones fuertes si no hay corazones convencidos y dispuestos a luchar por la verdad de nuestra redención, claramente proclamada en la Pascua y en la fe de la Iglesia.

Gimnasio Mental 046

Tarea: hay siete vasos llenos de vino; siete a medio llenar, y siete vacíos. Hay que repartirlos entre tres personas, de modo que cada una reciba el mismo número de vasos y la misma cantidad de vino. ¿Cómo lograrlo?

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