Significado y aplicaciones del principio del bien común

164 De la dignidad, unidad e igualdad de todas las personas deriva, en primer lugar, el principio del bien común, al que debe referirse todo aspecto de la vida social para encontrar plenitud de sentido. Según una primera y vasta acepción, por bien común se entiende « el conjunto de condiciones de la vida social que hacen posible a las asociaciones y a cada uno de sus miembros el logro más pleno y más fácil de la propia perfección ».346

El bien común no consiste en la simple suma de los bienes particulares de cada sujeto del cuerpo social. Siendo de todos y de cada uno es y permanece común, porque es indivisible y porque sólo juntos es posible alcanzarlo, acrecentarlo y custodiarlo, también en vistas al futuro. Como el actuar moral del individuo se realiza en el cumplimiento del bien, así el actuar social alcanza su plenitud en la realización del bien común. El bien común se puede considerar como la dimensión social y comunitaria del bien moral.

165 Una sociedad que, en todos sus niveles, quiere positivamente estar al servicio del ser humano es aquella que se propone como meta prioritaria el bien común, en cuanto bien de todos los hombres y de todo el hombre.347 La persona no puede encontrar realización sólo en sí misma, es decir, prescindir de su ser « con » y « para » los demás. Esta verdad le impone no una simple convivencia en los diversos niveles de la vida social y relacional, sino también la búsqueda incesante, de manera práctica y no sólo ideal, del bien, es decir, del sentido y de la verdad que se encuentran en las formas de vida social existentes. Ninguna forma expresiva de la sociabilidad —desde la familia, pasando por el grupo social intermedio, la asociación, la empresa de carácter económico, la ciudad, la región, el Estado, hasta la misma comunidad de los pueblos y de las Naciones— puede eludir la cuestión acerca del propio bien común, que es constitutivo de su significado y auténtica razón de ser de su misma subsistencia.348

NOTAS para esta sección

346Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, 26: AAS 58 (1966) 1046; cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 1905-1912; Juan XXIII, Carta enc. Mater et magistra: AAS 53 (1961) 417-421; Id., Carta enc. Pacem in terris: AAS 55 (1963) 272-273; Pablo VI, Carta ap. Octogesima adveniens, 46: AAS 63 (1971) 433-435.

347Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 1912.

348Cf. Juan XXIII, Carta enc. Pacem in terris: AAS 55 (1963) 272.

Este Compendio se publica íntegramente, por entregas, aquí.

Increíble testimonio de honradez en el deporte

En España, en la carrera del Cross de Navarra de Burlada, el 2 de diciembre de 2012 sucedió un hecho que nos demuestra que el testimonio y la integridad de una persona se reflejan en todos los ámbitos de tu vida.

El atleta keniano, Abel Mutai, medalla de oro en los pasados Juegos Olímpicos de Londres 2012, estaba a punto de ganar la prueba cuando confunde el tramo final de la competencia, creyendo haber ganado y con algunos metros por recorrer, aflojó totalmente el paso y, relajado, comenzó a saludar al público creyéndose vencedor.

Iván Fernández Anaya, que venia segundo, al ver que se equivocaba y se paraba metros antes de la meta, no quiso aprovechar la ocasión para rebasarlo y ganar. Se quedó atrás de él, y con gestos para que la entendiera y casi empujándolo, llevó al keniano hasta la meta, dejándolo pasar por delante.

Iván Fernández Anaya, corredor español de de 24 años afirmó al terminar la prueba: “Aunque me hubieran dicho que ganando tenía plaza en la selección española para el Europeo, no me habría aprovechado. Creo que es mejor lo que he hecho que si hubiera ganado. Y esto es muy importante, porque hoy en día, tal como están las cosas en todos los ambientes , en el fútbol, en la sociedad, en la política, donde parece que todo lo honesto ha perdido su valor, un gesto de honradez va muy bien “.

¿Por qué las noticias malas corren como pólvora, y este tipo de ejemplos se habla muy poco de ellos?

Antropología Teológica, 01, Introducción y Bibliografía

[Curso presencial ofrecido en la Facultad de Teología de la Universidad Santo Tomás, en Bogotá. 2014.]

* Origen de este curso: Toma elementos que se ofrecían tradicionalmente en otros cursos: De Deo creatore y De gratia, especialmente.

* ¿Por qué el cambio? Por un cambio en el horizonte cultural. Por una parte, está la primacía del paradigma del conocimiento científico, que, en un caso extremo, lleva al cientificismo, es decir, la ideología que presenta como único conocimiento válido el de la ciencia.

* La crítica al cientificismo parte de la crítica a sus presupuestos y condiciones. El ser humano, en particular, no es repetible, lo cual lleva a la paradoja: la ciencia abre el conocimiento de todo pero cierra el conocimiento del hombre, que a través de la ciencia, pretende controlarlo todo.

* Otra crítica: no todo es controlable en el estudio del ser humano; no sólo es imposible sino que resuta a menudo inadmisible desde el punto de vista ético. Conclusión: sí a la ciencia y no al cientificismo.

* Las razones para rechazar el cientificismo no están fundamentadas en la fe ni en textos sagrados: el cientificismo debe ser descartado por su incoherencia intrínseca.

* Si no cabe conocer al ser humano como un “objeto,” ¿cómo queremos conocerlo? Como sujeto, como capaz de decisiones que definen sus futuros posibles. En la teología de Santo Tomás, esta línea de análisis lleva al estudio de la “voluntariedad,” es decir: del carácter voluntario de los actos propiamente humanos.

* Deseamos cambiar el enfoque, subrayando al ser humano como principio de sus propias acciones. En este sentido, hay una categoría que toma gran importancia: experiencia. El tipo de experiencias vividas es el contexto inmediato de las decisiones que uno toma.

* La fe no llega al ser humano como el agua que se vierte en un vaso. No es extrínseca y ajena al tejido de experiencias que han ido modelando la historia de cada persona.

* Esa fe que abre la puerta a la acción de Dios, hace posible la gracia de Dios en nosotros. Entonces la gracia no es una “cosa” que uno tiene y que puede perder como el que extravía un objeto. Es propósito de nuestro curso superar la mentalidad “cosista” en la descripción de nuestra relación con Dios.

* Dios entonces no viene a imponerse en nuestra vida ni a reemplazar la realidad humana. Al mostrarse nos revela nuestra propia plenitud. La revelación de Dios es también revelación del ser humano.

* Por eso hay que superar la “mentalidad del balancín,” según la cual para comprender al ser humano hay que despojarlo de toda religiosidad, porque la afirmación de la fe sería una negación u oscurecimiento de la realidad humana.

* Dios no es un estorbo, ni una competencia, en contra de lo que afirmaba Sartre, que creía que la libertad humana es el suspenso en una indecisión radical, en medio de un universo de posibilidades sin coacción.

* La agenda secularista y laicista cree que para hacer antropología hay que acabar la teología. Para muchos, no se puede encerrar en una expresión “antropología” y “teología.” La teología sería un mundillo imaginario, a lo sumo inocuo; la antropología sería conocimiento serio, a partir de la ciencia (cientificismo) y de una libertad absolutizada.

* La democracia ha consagrado así un nuevo tirano: la mayoría. Y eso implica que en la democracia moderna gobierna quien tenga dinero para pagar publicidad e ingeniería social. Nótese cómo una antropología ajena a la dignidad del ser humano, que se radica en Dios, termina siendo una nueva forma de esclavitud y de tiranía, que destruye al hombre al que pretendía endiosar.

* La antropología teológica quiere mostrar cómo la más plena afirmación del hombre va unida a la profunda afirmación del Dios que se ha revelado en la historia, concretamente, en la historia del pueblo de Dios.


Bibliografía básica.


Fray Francisco de Vitoria (1492-1546)

A mediados del XVI, con el padre Las Casas, fueron el padre Vitoria y Ginés de Sepúlveda las figuras más importantes en el tema de la justificación de la presencia y acción de España en las Indias.

Francisco de Vitoria, nacido en Burgos en 1492, ingresó muy joven en los dominicos, dando muestras extraordinarias de inteligencia. A los 18 años fue a París para estudiar filosofía y teología. Regresó en 1523, enseñó teología en Valladolid, y a partir de 1526 tuvo la cátedra de prima en Salamanca, en torno a la cual se formó aquella Escuela de Salamanca, que tan notable influjo habría de tener en el concilio de Trento y en la renovación de los estudios teológicos a la luz de Santo Tomás. Apenas dejó obras escritas, pero sus Relectiones, apuntes exactos tomados para las repeticiones escolares, que se conservaron cuidadosamente, permiten reconocerle como el fundador del Derecho Internacional, y su doctrina tuvo gran influjo sobre el holandés Hugo Grocio.

Pues bien, en la Relectio de Indis, dictada a los alumnos salmantinos en 1539, enseñó Vitoria sobre la duda indiana tesis de mucho interés, que sólo podremos desarrollar aquí en síntesis brevísima. Distingue Vitoria entre los títulos que pueden legitimar la conquista de un pueblo, y aquellos otros que son inválidos. Y entre los títulos válidos, distingue también entre seguros y probables. Comienza por afirmar que la fundamentación clásica de la conquista -la donación pontificia- no es válida, opinión que ya entonces era frecuente en los ámbitos universitarios de España:

«El Papa no es señor civil o temporal de todo el orbe, hablando con propiedad de dominio y potestad civil», y si no tiene autoridad civil sobre los bárbaros, «no puede darla a los príncipes seculares». Tampoco los bárbaros están obligados a creer al primer anuncio de la fe, ni es lícito declararles la guerra porque la rechacen. En cambio, «los españoles tienen derecho a andar por aquellas provincias», para comerciar y tratar con los indios y sobre todo para predicarles el evangelio. Pueden lícitamente defenderse de los indios si son atacados, «guardando moderación en la defensa». Otro título legítimo para una conquista «puede ser por la tiranía, o de los mismos señores de los bárbaros, o también de las leyes tiránicas que injurian a los inocentes, sea porque sacrifican a hombres inocentes o porque matan a otros sin culpa para comer sus carnes»… (Céspedes n.33; R. Hernández).

Es toda una construcción de argumentos complejos y matizados, que apenas pueden ser sintetizados aquí sin deformarlos, y que manifiestan una inteligencia sumamente lúcida.

El autor de esta obra es el sacerdote español José Ma. Iraburu, a quien expresamos nuestra gratitud. Aquí la obra se publica íntegra, por entregas. Lo ya publicado puede consultarse aquí.