La cercania gratuita de Dios

20 Cualquier experiencia religiosa auténtica, en todas las tradiciones culturales, comporta una intuición del Misterio que, no pocas veces, logra captar algún rasgo del rostro de Dios. Dios aparece, por una parte, como origen de lo que es, como presencia que garantiza a los hombres, socialmente organizados, las condiciones fundamentales de vida, poniendo a su disposición los bienes necesarios; por otra parte aparece también como medida de lo que debe ser, como presencia que interpela la acción humana —tanto en el plano personal como en el plano social—, acerca del uso de esos mismos bienes en la relación con los demás hombres. En toda experiencia religiosa, por tanto, se revelan como elementos importantes, tanto la dimensión del don y de la gratuidad, captada como algo que subyace a la experiencia que la persona humana hace de su existir junto con los demás en el mundo, como las repercusiones de esta dimensión sobre la conciencia del hombre, que se siente interpelado a administrar convivial y responsablemente el don recibido. Testimonio de esto es el reconocimiento universal de la regla de oro, con la que se expresa, en el plano de las relaciones humanas, la interpelación que llega al hombre del Misterio: « Todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros a ellos » (Mt 7,12). [Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 1789; 1970; 2510.]

21 Sobre el fondo de la experiencia religiosa universal, compartido de formas diversas, se destaca la Revelación que Dios hace progresivamente de Sí mismo al pueblo de Israel. Esta Revelación responde de un modo inesperado y sorprendente a la búsqueda humana de lo divino, gracias a las acciones históricas, puntuales e incisivas, en las que se manifiesta el amor de Dios por el hombre. Según el libro del Éxodo, el Señor dirige a Moisés estas palabras: « Bien vista tengo la aflicción de mi pueblo en Egipto, y he escuchado su clamor en presencia de sus opresores; pues ya conozco sus sufrimientos. He bajado para librarle de la mano de los egipcios y para subirle de esta tierra a una tierra buena y espaciosa; a una tierra que mana leche y miel » (Ex 3,7-8). La cercanía gratuita de Dios —a la que alude su mismo Nombre, que Él revela a Moisés, « Yo soy el que soy » (Ex 3,14)—, se manifiesta en la liberación de la esclavitud y en la promesa, que se convierte en acción histórica, de la que se origina el proceso de identificación colectiva del pueblo del Señor, a través de la conquista de la libertad y de la tierra que Dios le dona.

Este Compendio se publica íntegramente, por entregas, aquí.

Alegrarse de las cualidades de los demas

“Como vemos este décimo mandamiento y último es el más débil y el más sencillo, sólo nos pide ser capaces de abrirnos un poco a los demás: no entristecerse de que los demás tengan cualidades, actitudes, buena salud, inteligencia, fe… o simplemente cosas materiales.”

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Preciosa joya

Un muchacho entró con paso firme a la joyería y pidió que le mostraran el mejor anillo de compromiso que tuviera.

El joyero le presentó uno. La hermosa piedra solitaria brillaba como un diminuto sol resplandeciente. El muchacho contempló el anillo y con una sonrisa lo aprobó. Preguntó luego el precio y se dispuso a pagarlo.

– ¿Se va usted a casar pronto? – Le preguntó el joyero.

– ¡No! – respondió el muchacho – Ni siquiera tengo novia.

La muda sorpresa del joyero divirtió al comprador.

– Es para mí mamá – dijo el muchacho. Cuando yo iba a nacer estuvo sola; alguien le aconsejó que me abortara antes de que naciera; así se evitaría problemas. Pero ella se negó y me dio el don de la vida. Y tuvo muchos problemas. Muchos. Fue padre y madre para mí, y fue amiga y hermana, y fue mi maestra. Me hizo ser lo que soy. Ahora que puedo le compro este anillo de compromiso. Ella nunca tuvo uno. Yo se lo doy como promesa de que, si ella hizo todo por mí, ahora yo haré todo por ella. Quizás después entregué otro anillo de compromiso. Pero será el segundo.

El joyero no dijo nada. Solamente ordenó a su cajera que hiciera al muchacho el descuento que se hacia nada más a los clientes importantes.

La renuncia del Papa Benedicto

“Hay que ser muy valiente para dar el paso que Benedicto ha dado hoy. Valiente y humilde, ya que legar el timón de la Iglesia contiene un mensaje maravilloso: Nadie es imprescindible, ya que la Voluntad de Dios es la fuerza que mueve el mundo…”

renuncia Benedicto

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Una mirada a nuestros estudios de teologia

[Reflexión ofrecida en el marco de la inauguración de estudios de la Facultad de Teología de la USTA en el primer semestre de 2013.]

Problemática actual

  1. Sentido de desorientación en muchos católicos y en un número de nuestros estudiantes : “Unos padres/profesores dicen una cosa y otros otra.”
  2. Agnosticismo práctico: Imposición silenciosa de la idea de la religión como asunto privado y subjetivo, en el que cada quien escoge como quien va al supermercado.
  3. Secularismo extremo, sectas, ateísmo, Nueva Era no han dejado de avanzar.

Expectativa eclesial

  1. En su Carta del 28 de Julio de 2012 a la Provincia de Colombia, el Maestro de la Orden presenta un amplio panorama sobre el lugar de la teología y sus áreas de encuentro con la evangelización en nuestro contexto colombiano y latinoamericano.
  2. De modos formales e informales, nuestros obispos han alentado nuestros avances en el área de la formación teológica. por contraste, hay el precedente cercano de sacerdotes, también en nuestro país que enseñan cosas contrarias a la fe.
  3. Laicos de distintas procedencias se acercan, con curiosidad o interés, a nuestras aulas.

Pero hay ídolos…

  1. El espíritu de “gremio,” que parece prohibir el criticar nada de un colega. Vamos creando una mentalidad corporativa que empieza a mirar más por sí misma que por el bien de la Iglesia, la gloria de Dios o el bien mismo de la gente.
  2. La búsqueda de “lo último,” como si todo en el mundo funcionara según las leyes aparentes de la tecnología: “más nuevo = mejor.”
  3. El cultivo de la fama, o también: de la “micro-fama,” que se traduce en respeto humano e incapacidad de contradecir la opinión prevalente en el círculo en que uno se mueve.

Y hay antiguas tentaciones…

  1. Pereza, facilismo, mediocridad
  2. Incredulidad, racionalismo, cientificismo
  3. Superficialidad, pragmatismo, “funcionalismo” (estudiar para ordenarse)

Conclusiones

  1. Nuestros estudiantes deben sentirse libres de manifestar las objeciones doctrinales que tengan con respecto a sus docentes, porque es derecho de los estudiantes recibir una formación que se considere y sea plenamente católica.
  2. Ser docente en esta Facultad debe implicar un compromiso que va más allá del salón de clase. Igual o mayor importancia tienen los diálogos personales con nuestros estudiantes, así como los diálogos entre docentes. En esto último hay mucho camino por recorrer.
  3. Es completamente oportuno nuestro carisma doctrinal pero requiere amor, cultivo, exigencia compartida, conciencia de la responsabilidad.

El Paso del Tiempo

“No gastemos tanto tiempo, que de seguro nos estamos perdiendo de lo mejor de la vida y además, de pronto no tengamos la oportunidad de rehacer lo mal andado…”

paso del tiempo

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De la servidumbre al servicio

Después de la historia de Abraham (Gén. 12-25), el libro del Génesis nos refiere la de Isaac y Jacob (Gén. 25-36); después del padre del pueblo elegido, estos dos patriarcas son los depositarios de las promesas divinas, y con ellos continúa la historia de la salvación. También ellos prosiguen una existencia seminómada en Canaán como pastores de ganado menor que se desplazaban según las estaciones del año. Finalmente el hambre obliga a Jacob y a sus hijos a marchar a Egipto y a instalarse allí (ver también la historia de José: Gén. 37-50).

La Biblia guarda silencio acerca del largo período -más de 400 años- en que los hebreos permanecieron en Egipto; quizá no hay ninguna intervención especial de Dios que reseñar. La narración se reanuda con el relato de la opresión del pueblo hebreo (Ex.1). Esta situación va a ser la ocasión de una nueva y clamorosa intervención de Dios; la liberación de la esclavitud de Egipto será para todas las generaciones posteriores el hecho fundamental al que se referirá la fe de Israel (Dt. 26,5-8); el «Dios de Abraham, de Isaac, de Jacob» será a partir de ahora el «Dios que te ha sacado del país de Egipto, de la casa de la servidumbre» (Ex. 20,1).

1.- El éxodo y la historia

Lo que se nos narra en la Biblia encaja perfectamente con lo que conocemos por otras fuentes extrabíblicas.

La bajada de Jacob y sus hijos a Egipto coincide con las noticias de que algunos pueblos semitas se introdujeron hacia 1700 a.C. en Egipto. Estos pueblos, los hicsos, dominaron durante casi dos siglos el país, hasta que finalmente fueron expulsados.

Los hebreos y otros grupos semitas permanecieron en el delta del Nilo. Pero el hecho de que hubieran sido aliados o colaboradores de los hicsos y la necesidad de abundante mano de obra para las nuevas construcciones provocó que se dictasen medidas opresoras contra ellos y que fueran convertidos en esclavos. Aunque no lo sepamos con certeza, es posible que el faraón que inició la persecución fuera Seti I (1309-1290) y que en el reinado de su sucesor, Ramsés II (1290-1224), se produjera el éxodo.

En esa situación de opresión es perfectamente verosímil que los hebreos anhelasen la libertad perdida de su antigua vida seminómada. Cuando por fin surge el caudillo capaz de guiarlos, una serie de circunstancias providenciales, en las que era fácil descubrir la mano de Dios, hacen que el faraón les deje salir.

Es indiscutible que lo que constituye la parte esencial del Éxodo, la base de estas narraciones, son los hechos concretos y reales; si negamos la realidad histórica de estos hechos resulta incomprensible la historia posterior de Israel. Las narraciones del Éxodo mantienen una fidelidad sustancial a los acontecimientos realmente ocurridos.

Ahora bien, sobre la base de este núcleo histórico, al autor sagrado lo que le interesa es extraer el mensaje religioso que esos acontecimientos encierran en cuanto intervención de Yahveh. Por eso, con un tono épico, de epopeya religiosa, subraya y acentúa lo grandioso de las acciones de Dios. Para recalcar más la intervención de Dios el autor sagrado omite muchas veces los medios o causas segundas de que se ha servido. Por ejemplo, algunas plagas (ranas, mosquitos, langostas…) son relativamente normales y frecuentes en Egipto; no obstante, estos azotes debieron producirse en un grado nunca visto, de manera que manifestaban patentemente «la mano de Yahveh». Por lo demás, no se debe excluir que hayan existido intervenciones prodigiosas y maravillosas en sentido estricto.

2.- La liberación de la esclavitud

Los primeros 15 capítulos del Éxodo nos refieren la liberación del pueblo de Israel; una liberación en que Dios tiene la iniciativa de principio a fin; una liberación en la que Él es el verdadero protagonista; una liberación que servirá de paradigma o punto de referencia para todas las etapas siguientes de la historia de salvación.

Después de descubrir la situación de opresión, que se hace cada vez más aguda e insoportable (c. 1), el autor sagrado dice: «Oyó Dios sus gemidos y se acordó Dios de su alianza con Abraham, Isaac y Jacob y miró Dios a los hijos de Israel y conoció…» (Éx. 2,23-25). Dios se hace cargo de la situación y se dispone a tomar cartas en el asunto; porque Dios oye, se acuerda, mira y conoce, la historia de la salvación se pone en marcha de nuevo; Dios tiene un plan que va a comenzar a ejecutarse.

En realidad, ese plan ya está en marcha. Pues antes de los versículos citados se nos ha narrado cómo Dios ha suscitado al que va a ser instrumento de su acción liberadora, Moisés (c.2). En los capítulos siguientes asistimos a la «educación» de Moisés por parte de Dios para que llegue a ser instrumento dócil de sus planes; desde el c. 3, en que Dios le llama y le revela sus designios de salvación, vamos siendo testigos de la transformación de Moisés como enviado de Dios.

El plan de Dios incluye dificultades y obstáculos, algunos de los cuales parecen insalvables. Parecería que al intervenir Dios todo debe funcionar con absoluta facilidad. Sin embargo, no es así: el Faraón se opone a los planes de Moisés, los mismos israelitas no le hacen caso, la situación se complica cada vez más… A través de todas estas dificultades, humanamente insuperables, Moisés va aprendiendo -y nosotros con él- que sólo Dios puede salvar; la iniciativa y las argucias humanas fracasan y experimentan su propia impotencia; en cambio, el plan del Señor se abre paso y avanza, aunque sea por caminos desconcertantes.

De hecho, este es el significado de la historia de las plagas (c. 7-11). El autor sagrado nos había recordado que las dificultades a Dios no le resultaban imprevistas: «Ya sé yo que el rey de Egipto no os dejará ir …» (Éx. 3,19). Más aún, nos indicaba que esas dificultades eran ocasión para que manifestase más palmariamente su gloria (Éx. 7,3-5). Ahora, mediante las plagas, Dios comienza a dar signos de que está vivo, de que está presente, de que es poderoso… El que recapacite descubrirá que en ellas está presente «el dedo de Dios» (Éx. 8,15), que Dios está interviniendo; el que no quiera reconocer la mano de Dios y se obstine, tendrá que reconocer esa intervención de Dios a la fuerza, pues se impone por su propio peso, pero ya será demasiado tarde (c.14).

Antes de salir de Egipto, el pueblo celebra la fiesta de la Pascua (c. 12-13). Pascua significa «paso»: Dios ha pasado salvando a su pueblo, y el pueblo celebra festivamente, de manera litúrgica ese paso del Señor. A partir de ahora, la fiesta de la pascua será «memorial», recuerdo eficaz de ese paso salvador de Yahveh.

Finalmente, a punto de salir de Egipto aparece la dificultad mayor: parece que todo está definitivamente perdido (Éx. 14,5-12). Sin embargo, esta dificultad suprema va a ser la ocasión de la mayor intervención de Dios que se va a cubrir de gloria (Éx. 14,4) Al pueblo de Israel, que ha visto a los egipcios muertos a orillas del mar (Éx. 14,30) y sobre todo ha visto la mano fuerte de Yahveh (Éx. 14,31) no le queda más que admirarse y creer (Éx. 14,31) y cantar exultantes las hazañas del Señor que de manera tan patente ha experimentado (Éx. 15,1-21).

3.- El don de la alianza

La liberación de la esclavitud, con ser importante, no es todo. Gracias a ella desaparece la opresión; las tribus, que antes estaban dispersas, ahora constituyen un solo pueblo; la acción liberadora de Dios les ha aglutinado entre sí y les ha hecho experimentar que son un solo pueblo. Pero la libertad recuperada no es un fin en sí misma; si Dios los ha liberado, es en función de algo más: para que entren en alianza, en comunión de vida con el Dios que los ha liberado, para que sirvan a Yahveh (Éx.7,16).

El pueblo de Israel tenía experiencia de alianzas entre individuos, entre clanes y entre pueblos (ver, por ejemplo, la alianza entre Israel y los gabaonitas en Jos. 9,3-21). Hasta nosotros han llegado diversos formularios de alianza entre dos reyes en iguales condiciones o entre un rey vencedor y un vasallo. Estas alianzas eran pacto o contrato de mutua pertenencia, que unía con un vínculo sagrado a ambas partes, deparándoles derechos y deberes. Además, Dios ya había establecido su alianza con Noé (Gén. 9, 8-17) y con Abraham (Gén. 15; 17).

Ante todo, la alianza de Dios con su pueblo no arranca de ninguna necesidad u obligación; si Yahveh entra en alianza es por una iniciativa absolutamente libre y gratuita. Como recalcará el libro del Deuteronomio (7,7-8): «No porque seáis el más numeroso de todos los pueblos se ha prendado Yahveh de vosotros y os ha elegido, pues sois el menos numeroso de todos los pueblos; sino por el amor que os tiene y por guardar el juramento hecho a vuestros padres…»

El relato de la alianza (Éx. 19-24), que es sellada en el monte Sinaí, resalta esto mismo. A la propuesta de Yahveh a través de Moisés (Éx. 19,3-6) el pueblo no hace más que asentir (Éx. 19,7-8): «Haremos todo cuanto ha dicho Yahveh». Más aún, Dios mismo es quien va imponiendo las condiciones, en primer lugar el ser purificados para entrar dignamente en alianza (Éx. 19,10-15).

Purificado el pueblo, Dios se manifiesta en una impresionante teofanía (Éx. 19,16-24). En ella el Dios invisible muestra su grandeza y su sublime majestad. La prohibición de acercarse a Él subraya su trascendencia y santidad, el hecho de que Dios no puede ser apresado por el hombre.

Gracias a la alianza Israel se convierte en «propiedad personal de Yahveh» (Éx. 19,5), en nación consagrada a Él (Éx. 19,6) en pueblo suyo (Lev. 26,12). Yahveh, por su parte, queda «aliado», comprometido con Israel como «su Dios» (Lev. 26,12); ha entrado libremente en alianza, por iniciativa suya; pero una vez sellada la alianza Dios queda realmente comprometido. Yahveh se compromete a estar siempre cercano a su pueblo, a protegerle, a liberarle de los enemigos, a darle una tierra… De ahí que a lo largo de su historia, sobre todo en las dificultades, Israel apele a este compromiso que Yahveh ha adquirido: «Recuerda tu alianza» (Sal. 74,20).

El pueblo, por su parte, debe obedecer a la ley recibida de Yahveh para ser fiel a esta alianza. Israel no está pasivamente en la alianza; aunque la iniciativa sea de Dios, el pueblo debe adherirse a ella plenamente y esta adhesión debe expresarse de manera real y concreta en el cumplimiento de la voluntad de Yahveh: no sólo el Decálogo (Éx. 20,1-17), sino el Código de la Alianza (20,22-23,33) que aplica el decálogo a todas las circunstancias de la vida cotidiana. Cumpliendo la ley dada por Yahveh, el pueblo ratifica cada día y cada instante la alianza. Esta, en efecto, ha de ser vivida y mantenida cada día, como da a entender la condicional de Éx. 19,5: «Si de veras escucháis mi voz y guardáis mi alianza…»; siendo algo vivo y dinámico, la alianza ha de ser renovada en cierto modo continuamente; tomándola por algo estático e inamovible, el pueblo de Israel olvidó esta relación viva y personal con Yahveh y la alianza acabó fracasando; no ciertamente porque Dios fuera infiel, sino porque Israel rompió reiteradamente la alianza al desobedecer la voluntad de Dios…

Finalmente, la alianza es positivamente sellada (Éx. 24). Después de que Dios manifiesta su voluntad a través de Moisés y el pueblo la acepta (Éx. 24,3), se erigen estelas como recuerdo memorial del pacto (Éx. 24,4). Luego viene el rito de la sangre. Puesto que la sangre era para ellos la vida, el principio vital (Dt. 12,23; Lev. 17,14) rociar con sangre el altar -que representa a Dios- y el pueblo significa la comunión de vida que la alianza ha establecido entre Yahveh y su pueblo; y lo mismo significa el banquete (Éx. 24,9-11), símbolo de unión gozosa y pacífica entre los comensales.

4.- Hacia el nuevo éxodo y hacia la nueva alianza

La gran liberación experimentada por Israel fue punto de referencia para nuevas y continuas liberaciones. Ante las nuevas calamidades que lo afligían, el pueblo volvía sus ojos al Dios del Éxodo, al Dios liberador que volvería a realizar un nuevo Éxodo en favor de su pueblo. Así, por ejemplo, ante la opresión de Asiria (Is. 11,15-16) y ante la esclavitud del destierro de Babilonia (Is. 43,14-21; Jer. 23,7-8).

También Jesús realizó su propio éxodo y celebró su propia pascua, pasando -a través de la muerte- de este mundo al Padre (Jn. 13,1). Pero no lo realizó individualmente. El es el Jefe o Caudillo (Hech. 3,15; Heb. 2,10) que hace pasar de la muerte a la vida a los que a Él se acogen; como Israel ante el Mar Rojo, también nuestra situación es desesperada por la esclavitud que produce el pecado; pero Cristo, nuestro Cordero pascual (1Cor. 5,7), con su sangre nos libra del exterminio y, a través de las aguas del Bautismo, nos hace pasar de la muerte a la vida. Cuando alcancemos la salvación plena y la victoria sea definitiva en la Tierra prometida del cielo -ahora avanzamos aún por el desierto- entonces entonaremos exultantes «el cántico de Moisés y el cántico del Cordero» (Ap. 15,2-4).

También la alianza fue quicio permanente de la vida religiosa de Israel, renovándola en los momentos más cruciales de su historia: en Moab, antes de atravesar el Jordán para entrar en la tierra prometida (Dt. 28-32); en Siquem, una vez conquistada la Tierra (Jos. 24); con ocasión de la reforma religiosa llevada a cabo por el rey Josías el año 622 (2Re. 23); al volver del destierro de Babilonia y reedificar Jerusalén (Neh 8-10). Y durante toda la etapa de la monarquía los profetas centrarán su predicación en el espíritu y en las exigencias de la alianza.

Sin embargo, la tragedia de Israel fue su reiterada infidelidad a la alianza. Generación tras generación se repetían los mismos pecados. La alianza fracasa irremediablemente porque el «socio» humano es continuamente infiel a ella. Y la raíz del fracaso está en el corazón humano, pecador; el pecado se ha adherido al hombre hasta hacerse casi consustancial: “¿Puede un etíope cambiar su piel o un leopardo sus manchas? Y vosotros, habituados al mal, ¿podéis hacer el bien?” (Jer, 13,23). De ahí que Dios anuncia una alianza radicalmente nueva, consistente en la renovación interior del hombre, en el don de un corazón nuevo y en la efusión del Espíritu dentro del hombre (Jer. 31,31-33; Ez. 36, 25-28).

Cristo ha realizado efectivamente esta Nueva Alianza en su propia sangre (Lc. 22, 20). Mediante la ofrenda de su propia vida (Heb. 10, 5-10) ha establecido una alianza mejor (Heb. 8,6; 9,15) que conlleva la remisión de los pecados y el don del Espíritu. Ya no tenemos una ley escrita por fuera que hay que intentar cumplir, sino una ley inscrita en nuestros corazones renovados por la acción y el impulso del Espíritu (2Cor. 3,3-6), hasta el punto de que el mismo Espíritu vivificador se convierte en Ley interior que nos capacita para cumplir perfectamente la Ley (Rom. 8,2-4) y ser fieles a la alianza.

Esta nueva alianza que Dios ha sellado con nosotros en la Sangre de su Hijo nos llena de confianza y seguridad: «Si Dios está por nosotros, ¿quién estará contra nosotros?» (Rom. 8,31). Pero también nos exige una mayor fidelidad y obediencia a la voluntad de Dios; de lo contrario sería una falsa confianza (Heb. 3, 7-4,11).

5.- Textos principales

Éxodo 1, 15; 19-24; Salmos 78; 105; 136; Sabiduría 10, 15-22; 14, 1-12; Isaías 41; 43; Hebreos 11, 23-29; Deuteronomio 1-11; 27-32; Josué 24; Jeremías 31, 27-37; Ezequiel 36, 16-38; Hebreos 8, 6 – 10,18

Julio Alonso Ampuero es el autor de esta Historia de la Salvación. Texto disponible por concesión de Gratis Date.

Que sucede cuando renuncia un Papa?

Varios amigos nos han preguntado: ¿Qué sucede cuando renuncia un Papa?

* * *

Una excelente página dedicada al derecho Canónico sirve de base a nuestra respuesta, que vamos a limitar al caso que nos ocupa, es decir, cuando un Papa renuncia.

Se conoce como periodo de sede vacante el periodo que hay entre el momento en que se produce la vacante en la sede romana y la elección del siguiente sucesor de San Pedro. Este periodo ha sido regulado con detalle por la legislación canónica, teniendo en cuenta que se trata de un periodo delicado para la vida de la Iglesia.

En cuanto a la renuncia, el canon 332 § 2 da los requisitos para su validez:

Canon 332: Si el Romano Pontífice renunciase a su oficio, se requiere para la validez que la renuncia sea libre y se manifieste formalmente, pero no que sea aceptada por nadie.

Por lo tanto, la renuncia sería efectiva desde el momento en que se manifiesta formalmente. Desde el momento de producirse la vacante se aplica el principio de nihil innovetur, o que no se innove nada, según declara el canon 335:

Canon 335: Al quedar vacante o totalmente impedida la sede romana, nada se ha de innovar en el régimen de la Iglesia universal: han de observarse, sin embargo, las leyes especiales dadas para esos casos.

El periodo de sede vacante lo regula actualmente la Constitución Apostólica Universi Dominici Gregis, de 22 de febrero 1996. Como se puede observar, esta Constitución Apostólica se ha aplicado solo una vez, en abril de 2005 a la muerte de Juan Pablo II, en el periodo de sede vacante del que salió elegido Benedicto XVI como Papa.

Potestad del Colegio de Cardenales en sede vacante

Durante el periodo de sede vacante -igual que en el caso de sede impedida- el criterio general es el de nihil innovetur: que no se innove nada. Como es sabido, el gobierno de la Iglesia se confía al Colegio de los Cardenales, solamente para el despacho de los asuntos ordinarios o de los inaplazables, y para la preparación de lo necesario para la elección del nuevo Papa. La misión del Colegio de Cardenales en este periodo es la organización del Cónclave, asegurar los derechos de la Sede Apostólica en este periodo y organizar las exequias del Papa fallecido.

De modo expreso la Constitución Apostólica Universi Dominici Gregis prohibe que el Colegio de Cardenales pueda hacer actos de disposición sobre los derechos de la Sede Apostólica y de la Iglesia Romana, así como modificar las leyes emanadas por los Romanos Pontífices. Al Colegio de Cardenales sí se le concede potestad para interpretar los puntos dudosos de la Constitución Apostólica Universi Dominici Gregis.

Algunos cargos durante la sede vacante

Por regla general, cesan en el ejercicio de sus cargos quienes ocupen funciones en la Curia Romana. Hay excepciones, al respecto. Este es el artículo 14. 1 de la Constitución Apostólica Universi Dominici Gregis:

Artículo 14. 1: Según el art. 6 de la Constitución apostólica Pastor Bonus, a la muerte del Pontífice todos los Jefes de los Dicasterios de la Curia Romana, tanto el Cardenal Secretario de Estado como los Cardenales Prefectos y los Presidentes Arzobispos, así como también los Miembros de los mismos Dicasterios, cesan en el ejercicio de sus cargos. Se exceptúan el Camarlengo de la Santa Iglesia Romana y el Penitenciario Mayor, que siguen ocupándose de los asuntos ordinarios, sometiendo al Colegio de los Cardenales todo lo que debiera ser referido al Sumo Pontífice.

El artículo 14. 2 indica que tampoco cesan en sus funciones el Cardenal Vicario General de la diócesis de Roma ni el Cardenal Arcipreste de la Basílica Vaticana y Vicario General para la Ciudad del Vaticano.

Si estuviera vacante el cargo de Cardenal Camarlengo o el de Penitenciario Mayor -o se produjera la vacante antes de la elección del sucesor del Romano Pontífice-, el artículo 15 establece el procedimiento para que el Colegio de Cardenales elija a otros Cardenales que ocupen estos cargos. En cambio, si la vacante fuera del Cardenal Vicario para la diócesis de Roma, no se elige sustituto: el artículo 16 establece qué persona ejercería sus funciones.

El Cardenal Camarlengo desarrolla amplias funciones en el periodo de sede vacante y en el Cónclave. Sus funciones son precisamente garantizar los derechos de la Sede Apostólica mientras dure la sede vacante. Tiene a su disposición un organismo de la Santa Sede, la Cámara Apostólica, cuyas funciones vienen definidas por la Constitución Apostólica Pastor Bonus en su artículo 171:

Artículo 171 §1. La Cámara Apostólica al frente de la cual está el cardenal Camarlengo de la Santa Iglesia Romana, con la ayuda del Vice-Camarlengo junto con los demás prelados de la Cámara, realiza sobre todo las funciones que le están asignadas por la ley peculiar sobre la Sede Apostólica vacante.

§ 2. Cuando está vacante la Sede Apostólica, es derecho y deber del cardenal Camarlengo de la Santa Iglesia Romana reclamar, también por medio de un delegado suyo, a todas las administraciones dependientes de la Santa Sede las relaciones sobre su estado patrimonial y económico, así como las informaciones sobre los asuntos extraordinarios que estén eventualmente en curso, y a la Prefectura de los Asuntos Económicos de la Santa Sede el balance general del año anterior, así como el presupuesto para el año siguiente. Está obligado a someter esas relaciones y balances al Colegio de Cardenales.

Se comprende, pues, que la legislación establezca las necesarias cautelas para procurar que el Cardenal Camarlengo ejerza plenamente sus funciones en todo caso. En cuanto al Cardenal Penitenciario, sus funciones se extiende a la concesión de absoluciones, dispensas, conmutaciones, sanciones, condonaciones y otras gracias tanto en el fuero interno como en el externo (cfr. Constitución Apostólica Pastor Bonus, artículos 117 y 118). El Legislador, al garantizar que siempre pueda desarrollar plenamente sus funciones ha pretendido asegurar que no se corten las fuentes de la gracia durante la sede vacante.