Ejercicios sobre el perdón, 23

LA DEPRESIÓN:

Dolor y depresiónLes invito a una reflexión sobre la depresión, enfermedad que también nosotros podemos adquirir al dar cabida a pensamientos y sentimientos negativos obsesivos, a relaciones difíciles con los padres, con la pareja, con otras personas, y en general, a incapacidad de perdonar, y de sacar de nuestra mente ciertas ideas y sentimientos contra otras personas, contra la vida, contra Dios, hundiéndonos en una tristeza permanente y en tedio por la vida. En este trabajo seguiré de cerca la XVIII conferencia Internacional celebrada en Roma sobre “La depresión”. Hoy se afirma que la más grave enfermedad de nuestro tiempo no es el cáncer, ni la malaria, ni el sida, ni siquiera el hambre que asola a multitudes inmensas en el llamado tercer mundo. La más grave enfermedad del mundo contemporáneo es «la pérdida del gusto por la vida». Y no puede ser de otro, afirmó el cardenal Paul Poupard en su charla sobre Las ideas depresivas del mundo contemporáneo, cuando se ha estrangulado la vida humana en la verdad misma de su ser. En efecto: “convertido el trabajo en mero instrumento del dinero que la polilla y la herrumbre corroen; el amor y la amistad aniquilados en la soledad que convierte al otro en puro objeto de interés egoísta; y reducido el deseo de infinito al instante, que hoy es y mañana es arrojado al fuego; en un mundo así, ¿cómo podrá nadie liberarse de la depresión en cualquiera de sus formas? La difusión de la depresión constituye un fenómeno que preocupa, y mucho, a la Iglesia. Por eso, a quienes se encuentran afligidos por este enfermedad, el Papa les propone profundizar en su vida espiritual para descubrir el amor de Dios y superar así ese estado de falta de ánimo. La vivencia de la fe proporciona puntos de referencia sólidos para edificar sobre ellos una personalidad madura e integrada. La receta del Pontífice para superar la depresión está en coincidencia con los consejos de psiquiatras y psicólogos.

Realización: El Pontificio Consejo para la Pastoral de la Salud, presidido por el cardenal Javier Lozano Barragán, convocó en el Vaticano, del 13 al 15 de noviembre del 2003, la XVIII Conferencia Internacional sobre “La depresión”. El tema interesa no solo a médicos sino a la sociedad en general y también a la Iglesia. Para afrontar esa enfermedad y buscar soluciones congregó al fin de semana a 600 médicos, laicos comprometidos y hombres de Iglesia. En la actualidad hay en el mundo más de 340 millones de personas que padecen depresión, y, en el año un millón de personas se quitan la vida.

Juan Pablo II en su intervención, a todos los asistentes, precisó: «Se manifiestan fragilidades humanas, psicológicas y espirituales, que al menos en parte son inducidas por la sociedad». Ante esta situación, el Papa señaló «proponer nuevos caminos para que cada uno pueda construir la propia personalidad, cultivando la vida espiritual, fundamento de una existencia madura». De hecho, afirmó, «la depresión es siempre una prueba espiritual». A las personas que dejan de percibir el sentido de la vida, el obispo de Roma les recomendó la meditación de los Salmos «en los que el autor sagrado expresa en oración sus alegrías y angustias», el rezo del Rosario y la participación en la Eucaristía -«manantial de paz interior»-. El Papa recuerda a los enfermos de depresión que «en su amor infinito, Dios está siempre cerca de los que sufren». En este sentido, añadió: «La enfermedad depresiva puede ser un camino para descubrir otros aspectos de uno mismo y nuevas formas de encuentro con Dios».

Naturaleza de la depresión: La depresión, el más frecuente de todos los trastornos mentales, es un estado emocional de abatimiento, tristeza, sentimiento de indignidad, de inutilidad, de culpa, indefensión y desesperanza profundos. La misma lleva al que la siente, a la soledad, la pérdida de motivación, el retraso motor y la fatiga. Puede llegar incluso a convertirse en un trastorno psicótico donde el individuo se queda completamente incapacitado para actuar en forma normal en su vida de relación. A diferencia de la tristeza normal, o la del duelo, que sigue a la pérdida de un ser querido, la depresión dañina es una tristeza sin razón aparente que la justifique, y además grave y persistente. Puede aparecer acompañada de varios síntomas, incluidas las perturbaciones del sueño y de la comida, la pérdida de iniciativa, el auto castigo, el abandono, la inactividad y la incapacidad para el placer. Las personas deprimidas se consideran desgraciadas, frustradas, humilladas, rechazadas o castigadas. Miran el futuro sin esperanza.

La “depresión” se ha convertido hoy en una enfermedad familiar, corriente. Más allá de sus síntomas clínicos, que permiten el diagnóstico médico, la depresión se presenta como un padecimiento del alma, que atenaza a quien lo sufre. Cada vez son más las personas que, en algún momento de su vida, han sucumbido ante esa enfermedad, donde la vida aparece cargada de tedio, de aburrimiento, de hastío. La cultura dominante hoy, ciertamente, es un terreno más que favorable a la depresión, que contamina toda verdadera ilusión tratando de destruirla, hasta en los más jóvenes. Desvinculada del otro, encerrada en su mortal soledad, aislada del verdadero amor, sin sentido alguno en la vida, ¿cómo va a subsistir la actual sociedad?

La víctima de la depresión desearía, tal vez, arrinconarse en una esquina y dejarse morir. La persona, cautiva por esta dolencia, expande su pesimismo sobre todo, especialmente sobre el futuro, más temido que esperado. Las consecuencias que acarrea para el enfermo pueden ser varias: baja laboral, problemas familiares e, incluso el suicidio. La depresión afecta en general a mujeres, hombres y, últimamente, a los niños por pertenecer a esta sociedad donde el placer es su centro y el divorcio ha destruido a la familia, cayendo las consecuencias especialmente sobre los niños, que viven sin padre o sin madre. La tristeza y la pesadumbre y los cambios de humor es algo común, son niveles “normales” hoy, especialmente en los hijos e hijas de divorciados. Pero los síntomas de la depresión grave son: estar deprimido casi todo el día, casi todos los días; no sentir interés por la mayoría de las actividades ni placer al hacerlas; padecer cambios de hábitos en la comida y el sueño; estar nervioso, perezoso o cansado; sentirse inútil o culpable; tener problemas de concentración; y pensar constantemente en la muerte o el suicidio.

Causas: Además de las ya enunciadas, hay que destacar hoy el influjo de los factores ambientales presentes en la cultura que nos envuelve. Una cultura demasiado liviana, demasiado vacía de valores, demasiado huérfana de referencias que, lejos de aligerar la vida del hombre, tantas veces la sobrecarga de temor y de tensión. En esta sociedad de la comunicación y de la abundancia, de la competitividad, la lucha y la violencia, el ser humano amanece solo y confundido, tal vez acompañado únicamente por su pobreza, saturado de desengaño y frustraciones, sumergido en la inutilidad de la nada. El Papa, en el discurso a los participantes en la Conferencia, llamaba la atención sobre este influjo pernicioso de la sociedad: “Es importante ser conscientes de las repercusiones que tienen los mensajes transmitidos por los medios de comunicación sobre las personas, al exaltar el consumismo, la satisfacción inmediata de los deseos, la carrera hacia un bienestar material cada vez mayor. Es necesario proponer nuevas vías, para que cada uno pueda construir la propia personalidad, cultivando la vida espiritual, fundamento de una existencia madura”.

Terapia: Es preciso conocer y aceptar la enfermedad, dejándose ayudar para salir de ella. En medio del archipiélago de islas incomunicadas en que se van convirtiendo nuestras personas, nuestras ciudades, no siempre es fácil encontrar el apoyo del otro, de la familia, de los “amigos”. Junto a la insustituible labor de los médicos, no debe faltar la cercanía personal. La comprensión, la compañía, la escucha. El saberse amado, vale más que todos los tratamientos, aun cuando estos sean necesarios. El Santo Padre afirma: “es importante tender la mano a los enfermos, hacerles percibir la ternura de Dios, integrarlos en una comunidad de fe y de vida en la que se sientan acogidos, comprendidos, sostenidos, dignos de amar y de ser amados”. La fe cristiana es un buen antídoto contra la depresión. No es un fármaco más, sino una ayuda importante. La fe nace del amor y, por consiguiente, genera confianza. Infunde la convicción de que el hombre es siempre amado por Dios; de que el mundo no es hostil, pues ha salido de sus manos; de que el otro no es un enemigo, sino un hermano. Aun en medio del sufrimiento, ocasionado por la enfermedad, que no hemos de entender como un castigo, la vivencia de la fe brinda motivos de esperanza, y proporciona puntos de referencia sólidos para edificar sobre ellos una personalidad madura e integrada. La Iglesia, y la sociedad en su conjunto, no pueden desatender este problema. Más allá del tedio de la vida, frente a la desesperanza, está la serena certeza de que Dios nos ama. Uno de los psiquiatra asistentes, Enrique Rojas, decía: “Yo creo que el mal del siglo XXI ya lo tenemos delante: hemos pasado de la era de la ansiedad a la era de la depresión y del desamor». Está claro que el antídoto a esa nada que corroe a la cultura dominante, está justamente en ese imprescindible amor que el mundo se empeña en ignorar dándole la espalda, como si se tratase de un ilusorio sueño: “La alegría es la primera y la última palabra del Evangelio”, afirmaba ya el poeta convertido, Paul Claudel.

Recomendaciones y propuestas de la Conferencia Internacional:: * Para salir de la depresión el hombre tiene necesidad de volver a encontrar los valores y un sentido a su existencia. La resurrección de Cristo constituye el desemboque definitivo de la victoria contra la depresión.

* Volver a encontrar la confianza en sí mismo y en la vida pasa a través de la pedagogía de la esperanza cristiana, una esperanza que nos abre un futuro con Dios y que nos arraiga en el deseo de encontrar nuestra felicidad con Cristo en la vida eterna, apoyándonos en la gracia del Espíritu Santo.

* Para volver a crear un auténtico vínculo social a partir de un cambio completo del comportamiento de cada hombre, es necesario volver a valorar los principios de la moral, que son capaces de imprimir un profundo cambio en el espíritu del hombre deprimido para elevarle, restaurando al mismo tiempo tanto la persona como la sociedad.

* El hombre que sufre tiene siempre un puesto privilegiado en la antropología bíblica y en el mensaje cristiano. El deprimido no ha sido olvidado por Dios, es más, constituye el centro de su amor compasivo. De hecho, al comenzar su misión mesiánica, Jesús afirma: «Yo he venido para los enfermos»…, entre los cuales se encuentran también los deprimidos. La vida espiritual transforma esta promesa en contenidos concretos que ofrecen al creyente un apoyo espiritual para afrontar toda enfermedad, incluida la depresión.

* Se afirma que la ausencia de puntos de referencia contribuye a hacer frágiles las personalidades, induciéndolas a considerar que todos los comportamientos son iguales. De aquí se deriva la importancia de recordar a la familia, a la escuela, a los movimientos juveniles y a las asociaciones parroquiales su papel insustituible a causa de la incidencia que estas realidades tienen en la formación de la persona.

* Los medios de comunicación son instrumentos de civilización que al proponer modelos de vida y caminos culturales respetuosos de los valores de la vida, de la familia y de la sociedad, pueden ser de gran ayuda para convertir las actitudes y tendencias individualistas y de muerte de la cultura postmoderna en comportamientos positivos, personales, altruistas y solidarios a favor de la vida.