La Ultima Sonrisa

Cristo Crucificado

Ahora te voy a revelar un secreto, una perla de mi corazón.

Ahora, precisamente en Pascua, cuando hay perlas en tus ojos por el gozo de mi Resurrección.

Ahora, cuando la alegría se puede respirar y hay canciones entre las flores, y suave danza en las estrellas.

Tienes que saberlo ahora, aunque por un instante te parezca que este no es el momento para una palabra triste–y es triste lo que debo decirte, aunque lleva por dentro una semilla de victoria, y de una felicidad inexpresable.

Cuando yo estaba en la Cruz se juntaron en mi alma y cayeron sobre mi cuerpo dolores sin número. Eso lo sabes, pero hay algo que no has reflexionado nunca y que hoy quiero decirte.

Aquellos soldados al pie de la Cruz hablaban en su propio idioma, un idioma que yo no conocía. Yo podía leer sus corazones pero no entendía sus palabras. Muchos de ellos sabían suficiente arameo como para hablarnos a los del país pero por supuesto cuando estaban ellos solos usaban su lengua, una lengua ruda que yo no podía comprender. No parecían hablar sino escupir palabras.

Yo no podía entender su lenguaje pero sí entendía a los que lo hablaban. Cuando yo rezaba los Salmos eran ellos los que no me entendían a mí. Las palabras nos separaban: si yo hablaba con mi Padre ellos no comprendían y si ellos hablaban entre sí yo no les entendía. Por supuesto, ellos no tenían interés en entender lo mío y tampoco se daban cuenta de cómo yo podía entenderlos a ellos mismos, más que a los sonidos duros y cortantes de sus labios.

Me di cuenta que podía amarlos aun antes de entender su lengua. Y me di cuenta que ellos podían sentir mi amor antes de comprender la mía. Vi que el amor es el primer lenguaje y vi cómo mi amor formaba palabras en ellos.

Los de mi pueblo que estaban ahí tampoco entendían lo que ellos decían, porque además de ser una lengua extraña la pronunciaban a gritos, como si estuvieran siempre insultándose o burlándose unos de otros. Había mucho viento y la gente estaba aturdida por muchas cosas, entre otras, por la densa presencia de tantos emisarios del infierno que se agolpaban queriendo confundirme, y queriendo destruir a mi Madre, y queriendo enloquecer de dolor a los que estaban muriendo conmigo.

En ese ambiente confuso y espeso sobremanera sólo se oían lamentos, maldiciones, burlas, gemidos y las palabras que estos soldados se gritaban unos a otros. Entonces me di cuenta que ellos, aunque hablaban el mismo lenguaje, tampoco se entendían. Uno de ellos estaba triste porque su esposa había dado a luz recientemente y él quería estar con ella. Quería volver pronto a su hogar, y estaba hastiado de tanta crueldad y tanta sangre. Fue este quien recibió mi túnica sin costuras. Ellos pensaron que fue cosa de la suerte pero mi Padre y yo sabemos que no es así. Yo quería que le quedara a él.

Te conozco, Nelson, y sé que te preguntas cómo llegó a saberse lo de mis ropas, dado que su lengua era incomprensible para los circunstantes. La respuesta es sencilla: llegó a saberse porque ellos mismos lo contaron. Esas horas no fueron perdidas para ellos, ni se perdió la Sangre que por ellos derramé. Convertidos a la fe del Dios de la Alianza, uno a uno sintieron la necesidad, el deber, la urgencia de contar lo que había sucedido aquella tarde que nunca pudieron olvidar.

Aunque las palabras nos dividían, el amor nos unió. Lo más importante no son las palabras sino amar el corazón de dónde nacen.

Hay una mirada que no olvido–y yo no olvido ninguna mirada. Cuando aquel hombre se ganó a suerte mi túnica, la abrazó con gusto, porque le pareció valiosa. Luego levantó sus ojos, entre desafiantes y curiosos, como esperando de mí un reproche, una maldición o un gesto de reprobación. Pero como yo quería que él se la ganara, le sonreí; levemente, porque no podía más, pero le sonreí. Ese hombre se llevó la última sonrisa que yo di sobre esta tierra. Aunque no la última mirada: esa estaba reservada para mi Madre.

Recuerda entonces: lo más importante no es entender las palabras sino resolverse a amar el corazón de donde nacen.

Y ahora te bendigo: en el Nombre mi Padre, que es mi Nombre, y Nombre del Espíritu Santo. Amén.

3 respuestas a «La Ultima Sonrisa»

  1. Grata lectura. Saludo.
    Me conmueve y sana su meditación.
    ‘La fuerza del cariño’ en cada instante, incluso durante el descanso y el apremio.

  2. me gusto la divina misericordia mucho, gracias fray nelson voy a tratar de hacerla todos los dias y solo me gustaria que desde el principio pusieras las promesas de la divina misericordia que le fueron reveladas a santa Faustina.ami me conmovio tanto lo que DIOS promete si veneramos su imagen y hacemos la coronilla que fue ese el motivante para que yo trate de hacer esta coronilla todos los dias de mi vida. gracias

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