97.1. Mis palabras llegan hasta donde tu tiempo y tus oídos lo permitan. Graba bien esto, no en la memoria de tu computador, ni en esa memoria muerta que es el papel. Grábalo en tu propia memoria y en tu voluble corazón.
97.2. Parece que yo estoy más dispuesto a hablarte que tú a escucharme, y sin embargo eres tú y o yo quien puede recibir provecho de esta comunicación. Así lo permite la Divina Providencia para que sea manifiesto ante tus ojos cómo la tierra ha tratado al Cielo y cómo los hombres tratan a su Dios.
97.3. Entiende que tu pecado no disminuye sino que manifiesta el amor de Dios, pues sólo la gracia exuberante de su misericordia puede sufrir a la raza de Adán; entiende también que el amor no elimina tu pecado, sino que lo hace patente. Mas si tú acoges el amor que te denuncia, recibes también al amor que te sana.
97.4. “¡Gloria a Dios!,” proclama mi corazón embelesado; mi canto no cesa, porque ceses tú de atenderlo. Cuando vuelvas, aquí estaré.