Pareciera que nadie necesita que le enseñen a pedir, y sin embargo los Salmos son una escuela también en la oración de petición.
78. El Oficio de Santificar
78.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
78.2. “¡Santifica!”: he aquí un extraño imperativo que sin embargo es propio e irrenunciable de tu vocación sacerdotal. Estás llamado no sólo a ser santo, cual corresponde a todo bautizado, sino a santificar. Ser sacerdote quiere decir santificarse santificando. Tu modo propio de ser fecundo es creando un entorno de santidad y belleza alrededor de ti, pues, así como lo propio de un padre de familia es engendrar y formar unos hijos, y pastorear con su palabra el pequeño rebaño de su hogar, así lo propio tuyo, lo que Dios espera de ti, es que hagas un hogar de santidad, o mejor aún: que le des hogar a la santidad.
78.3. En efecto, es la santidad como una pobre huérfana a quien pocos quieren hospedar. Lleva en sí las riquezas de la comunión con Dios, y sin embargo, no encuentra quien la acoja con gusto y cariño. Para los vicios se preparan grandes casas, mansiones y hoteles de lujo. Para la santidad poco se construye físicamente y menos aún moralmente. Dime, ¿cuántos sacerdotes consideren como deber suyo, amable deber de su estado, santificar?