309. Cómo Renovar la Gracia Sacerdotal

309.1. Aunque un sacramento no es un sentimiento ni depende de si se siente mucho o poco, hay un modo en que puede decirse que hay que “sentir” la gracia de los sacramentos, y en particular la gracia que el sacramento deja en el alma.

309.2. Los sacramentos no deben ser tratados como momentos, ni debe entonces pensarse que es la fuerza de tu memoria la que mantiene eficaz el sacramento en lo que sigue de tu vida después de celebrarlo. Digamos por caso, tú no tienes ningún recuerdo de tu bautismo–un día que yo en cambio conozco muy bien–y sin embargo la gracia bautismal está actuando en ti todos los días, como fundamento real de todas las demás gracias que recibes de Dios.

309.3. Esto supuesto, sí que es importante que sientas esa gracia permanente, no por tu sola memoria, sino por un acto voluntario de unirte a lo que Cristo hizo cuando el sacramento fue celebrado. Puedes hacerte una idea de lo que digo si piensas en las parejas que después de diez o veinte años de matrimonio renuevan sus compromisos y se repiten una vez más las palabras por las que se entregaron el uno al otro. Obrando así, ellos no están solamente recordando lo que vivieron sino que están invocando a Cristo para que obre de nuevo en ellos como obró aquella vez.

309.4. Es una falencia que no se haga algo parecido para los sacerdotes. Es verdad que existen formularios en el misal para que el sacerdote aplique la Santa Misa por sus propias intenciones, e incluso hay un formulario para el aniversario de la propia ordenación sacerdotal. Pero observa la diferencia: cuando el sacerdote celebra así la Misa está celebrando la gracia sacerdotal que le permite celebrar ese banquete eucarístico pero ¿cuándo celebrará el hecho de haber recibido la unción que lo hizo sacerdote? Es decir, hablo aquí no de celebrar lo que él puede hacer a favor del pueblo de Dios, sino de celebrar y agradecer que él ha sido hecho capaz de hacer lo que hace.

309.5. La ceremonia que más se acerca a lo que te estoy diciendo es la Misa Crismal, que habría de celebrarse el Jueves Santo. Bien sabes que condiciones prácticas obligan a menudo a que esta Misa única se celebre un día distinto, como por ejemplo el Lunes o el Martes Santo.

309.6. La Misa Crismal tiene gracias muy particulares y su belleza es exquisita para un ojo que sepa apreciarla. La palabra que puede describirla es “plenitud” porque lo que ves en esa Santa Misa es como una imagen muy completa del misterio de la Iglesia sobre esta tierra. Está el obispo, enseñando y santificando; están los presbíteros, en comunión con su obispo y unos con otros; están los diáconos, diligentes en el servicio a todos; está en fin el pueblo santo de Dios, orando con gratitud y suplicando con gran confianza. Esa ceremonia, en su conjunto, hace un bien muy grande a todos, y es una misericordia de Dios que ella exista.

309.7. Sin embargo, hay algo que falta ahí. Míralo de este modo: en la Misa del aniversario de la ordenación está el elemento vocacional y personal, pero le falta algo de la plenitud del misterio de la Iglesia; en la Misa Crismal se hace presente esa plenitud pero hace falta el elemento más personal, es decir, eso que hace que una ceremonia de ordenación no sea una celebración del sacerdocio en general sino un momento absolutamente único para unos sacerdotes concretos.

309.8. Te hablaré de una manera muy humana: considera estas dos variables o factores: recibir la atención de la Iglesia y presidir a la Iglesia. Recibir atención–que no es lo mismo que “protagonizar” o “ser protagonista”–es lo que sucede con las personas que celebran un sacramento. El niño que es bautizado, la pareja que se casa, o el penitente que se confiesa “recibe atención.” Esto es sí mismo es bueno porque recuerda y hace visible el hecho de que el amor redentor y santificador es algo personal, algo que cambia, restaura y embellece vidas reales y concretas. Por supuesto, en una ceremonia de ordenación, los candidatos reciben la atención de la Iglesia, y por ellos se ruega de modo especial.

309.9. De otra parte, está el hecho de presidir sacramentalmente. El ministro ordenado que preside una celebración está haciendo visible de algún modo a Cristo como Cabeza, o sea, está manifestando y realizando el misterio y ministerio de la Capitalidad de Cristo. Por supuesto, el sacerdote que preside una eucaristía también recibe atención de la Iglesia. Esto se nota singularmente cuando el obispo dice estas palabras en la Plegaria Eucarística Segunda: “Acuérdate, Señor, de tu Iglesia, extendida por toda la tierra, y con el Papa Benedicto, y conmigo, indigno siervo tuyo, llévala a su perfección por la caridad.” Al presentarse así, como siervo indigno, está pidiendo y acogiendo la oración y la atención de la Iglesia.

309.10. Pero observa una cosa, que aparte del día de su ordenación, un sacerdote recibe la atención de la Iglesia sólo cuando preside a la misma Iglesia. En esto hay una carencia; aquí hay algo que puede y debe mejorarse en la vida de la Iglesia. Debería haber momentos, ceremonias en que el sacerdote pudiera sentirse amado por la Iglesia y arropado en la oración de la Iglesia sin estar en ese mismo instante presidiendo a la Iglesia.

309.11. Quizás el contexto más apropiado para esa clase de oraciones sería algo como los retiros espirituales de sacerdotes, en los que se supone que esté presente el obispo o en general el Ordinario de los sacerdotes. Algo debería hacerse para que en ese contexto cada sacerdote pudiera recibir la atención y plegaria de la Iglesia, de un modo tan personal como en el día de su ordenación, pero sin estar a la vez presidiendo. Este ser “sujeto pasivo” de una oración que lo reconoce como sacerdote sin usar su ministerio sacerdotal es una experiencia de amor gratuito que puede sanar muchas cosas en los sacerdotes. Por eso quiero que este mensaje lo publiques pronto, por escrito y en audio. A los obispos que conozcan estas palabras asegúrales que yo oraré por ellos.

309.12. La limitación que tienen los retiros espirituales de sacerdotes es que no suelen contar visiblemente con la oración masiva del pueblo de Dios, la cual tiene su importancia, porque estando en medio de un pueblo inmenso, como Salomón al inaugurar el templo antiguo (cf. 1 Reyes, capítulo 8 ) el sacerdote ve renacer su anhelo de servir a los pequeños y los pobres.

309.13. Otra limitación es que lamentablemente muchos obispos y Ordinarios son tímidos o distantes de su propio clero, y dudarían por ejemplo en hacer una oración imponiendo las manos a sus sacerdotes para interceder por ellos en una ceremonia como la que te describo.

309.14. La Iglesia necesita obispos y superiores que sean padres espirituales, es decir, que lo sean muchos más y muchos más de lo que vemos en el presente estado de cosas. El sacerdote necesita saber que puede esperar la atención, el amor y la oración de la Iglesia sin estar siempre presidiendo. Y el pueblo santo necesita recordar la condición de indigencia insalvable del alma de los sacerdotes, para hacer con ellos una obra de misericordia, tejiendo y sanando sus corazones con la ternura propia de las madres.

309.15. Habla, hermano, di a todos estas palabras. Aquí no importa quién soy yo; esta vez importa mucho más quién eres tú: sacerdote, de Cristo y en Cristo, para siempre.