Los encantos de la Teoría de la Evolución

Suele pensarse que la teoría de la evolución (TE) forma un todo compacto, que sólo puede ser aceptado o rechazado en bloque. Esta idea errónea sirve de base para una acción errónea también: atacar, con frecuente apelación al ridículo, a todos los que no acepten ese bloque de afirmaciones. Para los acérrimos defensores de esta manera de hablar de la evolución, como es el caso de Richard Dawkins, uno sólo puede ser evolucionista a la manera de ellos, o creacionista ingenuo, precientífico, enemigo de la razón humana, dogmático fundamentalista amarrado miserablemente a las cadenas de la superstición, o incluso de peores y más bajos intereses.

Lo irónico del caso es que todos esos epítetos y toda la carga visceral de tantos adjetivos es exactamente lo opuesto de lo que la ciencia se supone que es y debe ser. ¿No se suponía que el científico es experto en la asepsia emocional, persona bien entrenada en medir sus palabras y en no adelantar hipótesis, sobre todo cuando se trata de las intenciones de otros?

De lado de los opositores a la teoría evolucionista las cosas no es que estén mucho mejor, en general. Responder a la ironía cientificista con argumentos como “Quizá Ud. venga de un simio, pero yo sé que yo vengo de las manos de Dios” no ayuda mucho ni a la ciencia ni a la fe. Por el contrario, una buena dosis de sensatez y de serenar los ánimos hará bien a todos. Examinemos, pues, los puntos por orden, no como las expuso Darwin en su tiempo sino como aparecen expuestas hoy día, a la luz sobre todo de lo que sabemos sobre el código genético (ADN) que Darwin no conocía.

El punto de partida es que la TE quiere dar razón de la variedad de las especies y lo que propone es que unas especies dan origen a otras. El proceso no es “guiado” sino que en cada especie, cuando los padres engendran a sus crías, es necesario producir el código genético que la cría llevará. En ese proceso complejo, que involucra millones de micro-procesos bioquímicos complejos con miles de enzimas, proteínas y aminoácidos, se producen casi invariablemente algunos cuantos errores de copia.

Podemos imaginar esos errores como exploraciones que se abren como posibilidades para esa especie. En efecto, puesto que el código genético, o sea, el conjunto de genes, es el que determina finalmente las características de la especie, los errores de copia, que suceden de modo impredecible y completamente al azar, hacen que la descendencia de una determinada generación de castores, por decir algo, no repita exactamente todas las características de la generación que la engendró. La nueva generación tendrá castores distintos a sus antepasados y distintos entre sí, puesto que todo ha sucedido al azar. Algunos de ellos tendrán entonces mejores posibilidades de responder a las circunstancias del ambiente en que todos viven. Y como los cambios que ellos han tenido vienen grabados en su propio código genético, ellos pasarán esos genes a la siguiente generación.

Ahora bien, si pensamos en castores, por ejemplo, es claro que todos o casi todos los miembros de la nueva generación podrán reproducirse, pero aquellas castores que estén mejor adaptados al medio ambiente habrán sobrevivido por más tiempo, en mayor número y en mejores condiciones, de manera que serán ellos, los mejor adaptados o los más fuertes, los que abunden más. Si este proceso se repite suficientemente, es claro que se va produciendo una tendencia de mejoramiento, no porque alguien esté empujando el cambio sino porque los que están mejor adaptados son también los que más se reproducen y duran. Por otra parte, como esos cambios son acumulativos, es posible que se llegue a un cierto punto en que lo que tenemos es ya una nueva especie, y no simplemente una mejora dentro de la misma especie.

El “automatismo” del proceso evolutivo resulta particularmente fascinante para algunas mentes porque la inteligencia humana ama las soluciones que son compactas y brillantes, y en ese sentido la TE descuella notablemente porque permite ni más ni menos que condensar en un golpe de vista la pasmosa diversidad y capacidad de adaptación de todos los seres vivos en todos los siglos.

Frente a esa simplicidad y belleza explicativa, los evolucionistas consideran precientífica y pobre una explicación del mundo en la que un Dios tiene que estar metiendo sus manos y ajustando las cosas.

Aún más: es posible, consideran muchos hoy, que la TE explique incluso más. La vida misma podría ser vista como el fruto de ese mismo “azar creativo.” Si se piensa en las condiciones de este planeta hace unos miles de millones de años, aquella “sopa” de ingredientes nitrogenados y carbonatados era como una laboratorio en que podían unirse y separarse de incontables formas lo que hoy son las piezas de la vida, o sea, lo que encontramos en el código genético. De todas esas asociaciones aleatorias sobrevivió “la más fuerte,” o sea la que fue capaz de establecer un esquema químico y sinérgico suficiente para reproducirse. O sea que la vida sería también parte de ese azar maravilloso. De este estilo son las meditaciones del bien conocido divulgador de la ciencia, Carl Sagan.

Otros irán más lejos: es posible que el universo mismo existe como uno entre muchos posibles universos. Los elementos químicos mismos dependen de configuraciones de electrones que pueden o no “sobrevivir,” y lo que llamamos “materia” tiene también el sello de una forma de sobrevivencia sobre la “antimateria,” pues si no, ¿cómo explicar que los electrones que abundan son los de carga negativa y no los de carga positiva?

Luego el esquema se puede aplicar al mundo de las ideas. Podemos pensar que una idea “exitosa” (no necesariamente “buena”) es como un virus que perdura a través de ganarse un hospedaje en las mentes de los que la acogen. Cada idea tiene que abrirse espacio entre otras muchas ideas, más o menos como un ser vivo tiene que encontrar su ambiente propio. De este modo las ideas, o las costumbres, o los rituales, siguen también un esquema evolutivo y pueden explicarse de algún modo con las mismas presuposiciones. Es lo que proponen los impulsores del Principia Cybernetica Project.

Todas estas extensiones y adaptaciones y profundizaciones de la propuesta de Charles Darwin quizá lo sorprenderían a él tanto como a nosotros, especialmente por la fuerza con que los defensores de este evolucionismo consideran la fe como un agregado ya no sólo innecesario sino pernicioso. Por supuesto, ellos miran su postura como racional, con la misma intensidad con la que considerarían irracional todo lo que fuera en contra de ella. Pienso, sin embargo, que hay objeciones y preguntas perfectamente razonables que pueden hacerse a la TE.

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