Suele pensarse que la teoría de la evolución (TE) forma un todo compacto, que sólo puede ser aceptado o rechazado en bloque. Esta idea errónea sirve de base para una acción errónea también: atacar, con frecuente apelación al ridículo, a todos los que no acepten ese bloque de afirmaciones. Para los acérrimos defensores de esta manera de hablar de la evolución, como es el caso de Richard Dawkins, uno sólo puede ser evolucionista a la manera de ellos, o creacionista ingenuo, precientífico, enemigo de la razón humana, dogmático fundamentalista amarrado miserablemente a las cadenas de la superstición, o incluso de peores y más bajos intereses.
Lo irónico del caso es que todos esos epítetos y toda la carga visceral de tantos adjetivos es exactamente lo opuesto de lo que la ciencia se supone que es y debe ser. ¿No se suponía que el científico es experto en la asepsia emocional, persona bien entrenada en medir sus palabras y en no adelantar hipótesis, sobre todo cuando se trata de las intenciones de otros?
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