12.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
12.2. Tú has querido dar un título a mis palabras; les has llamado un “diario”. Tú tienes muchos días; yo sólo tengo uno. Tus días comienzan, transcurren y mueren, como tú mismo. Mi Día no empieza, no cambia y no conoce final. Escribiendo un poco cada día construyes un hábito. Fíjate que el hábito es superior a cada día, aunque sucede en cada día. Adquirir hábitos es vencer a la sucesión de los tiempos. Aquello que permanece se aproxima en su duración a lo que es eterno. “Se aproxima” no quiere decir que llegue a estar realmente cercano, sino que se hace menos lejano.
12.3. Lo que quiero decirte es que la duración es un ejercicio de eternidad, y por tanto, que cuanto más estables sean tus buenos hábitos y costumbres, mejor dispuesto te encontrarás para aceptar la eternidad de tu destino y prepararte para ella.
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