La Hermana Libertad
–Muy interesante lo que planteas, y merecería más comentario, pero yo creo que ahora nos toca concentrarnos en lo de la Hermana, que, como no trae hábito, es solo ciudadana del universo y, de lo mismo normal, no es tan fácil de ubicar…
–¿No podía faltar el toque de ironía, ah? No cambias, padrecito, ¡no cambias! Mírala nada más llegar: es aquella de la chaqueta roja.
–¡Hola, Renata! ¡Hola, Federico! ¿Y a qué debo esta recepción tan solemne, con representación del clero y todo?
–A ver, hablo yo, que soy el clérigo aquí. Pero, espera te ayudamos con todas esas maletas. ¿Te tocó pagar sobrecupo?
–¡Yo pensé! Pero al final me puse a contarle al empleado allá que la mayor parte de ese peso eran libros, y que sin el peso de libros jamás se alivia la carga de un pueblo. Esa frase le gustó, creo yo, por la cara que hizo, y ¡aquí estoy!
–Bueno, vamos saliendo del aeropuerto, propongo yo, Libertad, porque a Federico ya ves que le están llegando los años, y a veces como que no oye bien, menos aún con este ruido.
–¡Renata siempre hablando por mí! Pero, si voy a ser sincero, una cosa es real: los años no pasan sino que se le quedan a uno dentro. Y creo que eso influye en que uno se ponga más trascendental. Creo que el tipo de preguntas que resulto haciéndome ahora son como las de un adolescente: ¿Adónde voy? ¿Qué quiero de mi vida? Cosas así.
–¿Y esas preguntas te trajeron a recibirme al aeropuerto? ¡Bienvenidas sean!