Existe la idea de que la pureza es una virtud individual, algo así como un hobby que ciertas personas cultivan como aditamento a sus convicciones privadas o sus represiones sexuales. Si algo ha quedado grabado en mi corazón de mi paso por Villavicencio es que lo privado y lo público refluyen el uno en el otro de manera continua e inseparable.
Dos ejemplos.
Se sabía que un alcalde de aquella época había sido, y probablemente seguía siendo, un drogadicto. Supuestamente eso pertenecía a su historia personal. Sin embargo, viendo tantos brotes de ineficiencia y burocracia, y tanta incapacidad de poner freno a los desmanes, mucha gente sacó la única conclusión lógica: “A este hombre sólo le importa su comodidad y pasarla bien, así la ciudad se caiga a pedazos.” En efecto, uno piensa: no es distinto el cuerpo que se acostumbra a drogarse y el cuerpo que se sienta en su despacho a atender los problemas de la ciudad.
Dígase otro tanto de otros temas. Si casi toda la plana editorial de un periódico de amplia circulación hace tiempos que practica el adulterio, el intercambio de parejas y todo tipo de experimentos afectivo-sexuales, hay que decir: Es el mismo cuerpo el que de noche refocila y de día escribe editoriales.