La pureza como revolución social

Existe la idea de que la pureza es una virtud individual, algo así como un hobby que ciertas personas cultivan como aditamento a sus convicciones privadas o sus represiones sexuales. Si algo ha quedado grabado en mi corazón de mi paso por Villavicencio es que lo privado y lo público refluyen el uno en el otro de manera continua e inseparable.

Dos ejemplos.

Se sabía que un alcalde de aquella época había sido, y probablemente seguía siendo, un drogadicto. Supuestamente eso pertenecía a su historia personal. Sin embargo, viendo tantos brotes de ineficiencia y burocracia, y tanta incapacidad de poner freno a los desmanes, mucha gente sacó la única conclusión lógica: “A este hombre sólo le importa su comodidad y pasarla bien, así la ciudad se caiga a pedazos.” En efecto, uno piensa: no es distinto el cuerpo que se acostumbra a drogarse y el cuerpo que se sienta en su despacho a atender los problemas de la ciudad.

Dígase otro tanto de otros temas. Si casi toda la plana editorial de un periódico de amplia circulación hace tiempos que practica el adulterio, el intercambio de parejas y todo tipo de experimentos afectivo-sexuales, hay que decir: Es el mismo cuerpo el que de noche refocila y de día escribe editoriales.

La distinción entre lo privado y lo público es bastante artificial, de hecho. Los seres humanos no tenemos dos corazones, uno para las cosas privadas y otro para las públicas; ni tenemos dos cerebros, ni dos almas. El hombre que traiciona a su mujer está listo para traicionar al pueblo que lo elige; la mujer que miente a una amiga está bien entrenada para mentir en cualquier informe de gestión.

Y hay más en esto.

En muchos pueblos de los Llanos Orientales colombianos el promedio de edad para el primer embarazo (o primer aborto) ronda por los 14-15 años. Pregunta: ¿qué capacidad real de cambio social tiene una chica que pasa de arrullar muñecas a arrullar a sus hijos? Tengo en mi memoria los rostros jovencísimos de muchas niñas de estas, que ya cargan sus propios niños. Su vida ya ha quedado marcada y no para bien, sino en dirección a la pobreza, la prostitución, o simplemente la repetición de una historia de se remonta a madres y abuelas.

Los tecnócratas dirán que el asunto se resuelve con preservativos y amplia información sexual. Pamplinas. Las estadísticas en países saturados de erotismo y rebosantes de condones, como España, muestran que los abortos siguen creciendo. Entretanto, los jóvenes atontados en su búsqueda de placeres aún más intensos, no tienen cabeza sino para jugar con su Play Station o para suscribirse a pornografía por itunes.

Al “sistema” le conviene que los jóvenes sean así: consumidores ávidos y miopes, gente usable, clonable y reciclable. ¡Ay, Dios! ¿Qué no pasaría si esos jóvenes descubrieran el poder de la pureza? El mundo temblaría; la tierra vería una de las revoluciones sociales más grandes de todos los tiempos.