Carta a las Vírgenes

Carta a las Vírgenes Seglares Dominicas

con motivo del fallecimiento de

Myriam Marlen López, O.P.

Dublín, 4 de Octubre de 2005

Queridas Hermanas,

Separado por la distancia, pero no por el tiempo ni por el afecto, les dirijo estas palabras a la hora misma en que algunas de ustedes, a nombre de todos nosotros, participan de la celebración de las exequias de nuestra muy recordada Myriam Marlen.

Su salud, hay que reconocerlo, se había deteriorado demasiado en las últimas semanas, pero el corazón tiene sus anhelos, y era el nuestro que ella pudiera recuperarse de tan grave estado, y de nuevo pudiera unirse a nuestra oración y alegrarnos con su sonrisa. No lo quiso así mi Dios, que conoce los corazones y tiene designios que nos superan. Ahora esa sonrisa, espontánea y abierta a todos, se habrá unido al gozo de quienes moran en la Patria. Ahora la alegría de ella es perfecta: ha alcanzado al Amado.

El mismo Dios me ha privado de ese momento que hubiera querido contemplar. Cuando redacté algunas notas sobre el Vestido Litúrgico, hace ya unos años, el Señor me inspiró estas palabras: “El momento más solemne para llevar el vestido litúrgico es en la muerte y la sepultura. Es necesario que los ángeles y los hombres sepan cuál es el amor que hizo posible nuestra vida (2 Cor 3, 18) y con cuánto agradecimiento y esperanza cerramos los ojos a este vestido terreno, para abrirlos en el cielo y descubrir que ese mismo amor nos da el vestido nuevo para los bodas eternas.”

Creo que los textos bíblicos que citaba yo en ese mismo aparte nos iluminan de modo singular ante estos últimos acontecimientos. Sobre el vestido terreno nos habla así san Pablo: “Sabemos que si esta tienda, que es nuestra morada terrestre, se desmorona, tenemos un edificio que es de Dios: una morada eterna, no hecha por mano humana, que está en los cielos. Y así gemimos en este estado, deseando ardientemente ser revestidos de nuestra habitación celeste” (2 Corintios 5, 1-12).

Y del “vestido nuevo” nos habla el Apocalipsis: “Se pusieron a gritar con fuerte voz: ¿Hasta cuándo, Dueño santo y veraz, vas a estar sin hacer justicia…? Entonces se le dio a cada uno un vestido blanco y se les dijo que esperasen todavía un poco, hasta que se completara el número de sus consiervos y hermanos que iban a ser muertos como ellos” (Apocalipsis 6, 10-11).

¿Cómo podría yo apartarme de esos textos mientras ahora mismo evoco el cuerpo de nuestra Hermana, revestido para el encuentro con el Esposo? Ese cuerpo, templo del Espíritu, cuerpo que fue particularmente dedicado al servicio de Dios por la vivencia de la vocación virginal, ya no nos pertenece; ya no pertenece a esta tierra: sólo Cristo, con su voz poderosa, habrá de resucitarlo el último día, libre de toda atadura.

Dios tiene sus tiempos. Dios es el Señor del tiempo. Yo no podía saber, al ver a Myriam en diciembre pasado, que el abrazo de aquella despedida era el abrazo de la despedida final. Acosada ya por la enfermedad, ella misma notaba que su capacidad mental y su memoria se habían alterado. Su amor a Dios, su capacidad de darse y su deseo de servir estaban intactos. En algún momento me vio turbado por las dificultades que pasábamos en esos días. Me tomó entonces aparte, se me quedó mirando y me dijo: “Fray, no se te olvide nunca, pero nunca, que de verdad siempre te hemos querido mucho.”

Así era ella. Aprendió pronto en la vida las lecciones de la humildad, el servicio y la alegría, y me parece a mí que su única gran pregunta era en dónde debía volcar esas cualidades. Por un tiempo consideró el camino santo de los Foyers de Charité pero luego de reposada reflexión y oración optó por la Orden de Santo Domingo. Tocó pues a la puerta, y se le abrió. Su voto virginal, vivido con extraordinaria simplicidad, y como naturalidad, fue siempre un remanso de paz para su propia alma, que se sentía absolutamente a gusto con el pensamiento sublime de que Dios la había escogido.

Cuando el Señor quiso conducirme por los caminos poco transitados de la mística de los ángeles, una de las personas que me apoyó de modo extraordinariamente discreto pero eficaz fue Myriam Marlen. Ella conoció primero que otras personas algunos de los escritos que después habrían de llegar al Padre Provincial y al dominio público. Yo mismo le entregué todo eso a ella porque quería saber qué discernía su corazón, cargado de simplicidad y amor a Dios, al leer cosas así. El efecto fue que se humilló aún más y se hundió con empeño en el abismo de su nada y de su oración. Las pocas palabras que me dijo, sin embargo, fueron de una gran luz para ese momento de mi vida, un momento que sigue y seguirá dando fruto en muchas de mis palabras. Myriam nunca creyó que hubiera hecho nada por mí, y si yo le sugería algo solamente se reía como si se tratara de otra persona.

Mirando en perspectiva, casi digo que no me extraña que Dios se la haya llevado. ¿Qué esperaba ella de esta tierra? Desprendida de los bienes pasajeros, sólo pensaba en ellos por el temor de ser una carga para alguien. Habituada a la discreción y la soledad, vivió genuinamente como Novia de Cristo, atenta a la voz que ella sabía que tenía que llegar. Paciente y capaz de abnegación, huía por instinto de las controversias estériles. Su tiempo y su corazón prefería ocuparlos en lo que vale la pena, lo que no acaba, lo que es eterno; es decir, todo aquello que creemos firmemente que ya posee. ¿No tenía derecho Dios a cosechar esa planta, a llevar para el cielo esa flor?

Lo que yo le pido a ese mismo Dios es que nos mire con misericordia a los que seguimos en la procesión. La muerte ha estado demasiado presente para mí estos días, primero con la partida de un joven dominico, Fray Oscar Buitrago; luego con la muerte de un hermano de comunidad aquí en Dublín, Fray Fergal; el turno era para las Vírgenes, que no podían ahorrarse la cuota de lágrimas y amores que supone cada partida.

Hermanas, oremos junto con Myriam. En cada vigilia aprendemos a suspirar por las Bodas, ¿no es así? Pues eso es lo que ella ahora tiene. Se ha ido primero, marcando muy claramente cuál es el camino. El camino es humildad, oración, alegría, fraternidad, servicio, fidelidad, esperanza, abnegación. El camino es Cruz y Pascua. Myriam, con su plegaria, nos ayudará a recorrerlo. Su muerte no será en vano.

Unidos todos por su testimonio, tan elemental pero tan elocuente, habremos de orar y aprender, llorar y esperar, amar y trabajar. El Camino Virginal habrá de florecer, y un día serán muchas y muchos los que porten el vestido que Myriam se llevó a la eternidad.

Con amor,

Fr. Nelson Medina, O.P.

Una respuesta a «Carta a las Vírgenes»

  1. Esto me escribió AYXA GARCÍA:

    Feliz ella que ya pasó por la noche del exilio , de la purificación y de la tiniebla de la muerte, y ya se encuentra viviendo esa aventura sin retorno que es contemplar a DIOS en plenitud por toda la eternidad. Ya está en la cumbre de la felicidad en la fiesta que no tiene fin!!!
    Yo creo que las virgenes seglares van a tener en Myriam no sólo a una intercesora, sino también a una portadora de un mensaje: el de la felicidad de haber encontrado como eje absoluto de la vida el amor de DIOS y y de haberle respodido con todo su ser en una existencia simple, humilde y sencilla.

    Será aliento para muchas en su vocación, y posibilidad para que otras descubran la invitación de JESUS a seguirlo en el camino que ella vivió, sonriendo siempre, como virgen consagrada.

    Doy gracias a DIOS y a MARIA, la VIRGEN de las virgenes, por la vida de Myriam.

    Recibe mi saludo más cariñoso y mi abrazo más fuerte.

Los comentarios están cerrados.