Si hay una noción “explosiva” hoy en el mundo, es la de nación. Basta transformarla en esta otra palabra, nacionalismo, para que desfilen ante nuestros ojos escenas de violencia, gritos de descontento, tensiones irreconciliables y un buen número de actos terroristas.
De niño me acostumbré a ver el mapa del mundo bajo la retícula de las divisiones políticas. Me pareció “natural” que hubiera un país llamado Venezuela al lado de nosotros los colombianos, y que el mundo entero estuviera “parcelado,” repartido, acordonado. He pasado luego la mayor parte de la vida aprendiendo a extrañarme frente a esas líneas caprichosas que en su falsa inocencia ocultan luchas, guerras y muchísima sangre.
Viendo luego las fronteras de los diferentes estados de EEUU, no entendía por qué había tantas líneas rectas. Noté que también en África había muchas líneas rectas. Necesité también muchos años para aprender que las rectas de Norteamérica las trazaron los norteamericanos mientras que las de África no las trazaron los africanos sino las potencias europeas que tuvieron colonias allí.
A mí se confunden entonces las nociones de país y nación. De hecho, en el diccionario de la Real Academia, la primera acepción de “país” es “nación.” Para complicar más las cosas, si uno busca “nación” encuentra que una de las acepciones, aunque no la primera, es “territorio de un país.”
Sin embargo, si hay diferencia. La noción de nación está más cerca o puede prolongarse más en la dirección de la gente, su cultura y su historia; mientras que la de país mira más hacia el estado presente, usualmente con cierto énfasis territorial.
El problema viene de que no podemos entonces suponer que las personas que caben en un mismo país tienen que formar una misma nación. Por eso existe siempre el riesgo de que algunas tradiciones de gobierno, culturales y lingüísticas se erijan en deseos de mayor y mayor autonomía, como vemos en lugares tan diversos como España, África Central Sur América o Europa Oriental.
En otras regiones, como al Oeste del Sahara, la noción de nación colapsa porque el tema del territorio colapsa también. Quiero decir: los nómadas pueden ser nación en un cierto sentido pero difícilmente serían país en el sentido moderno de la palabra.
Debajo de todo esto, sin embargo, laten preguntas aún más profundas. Por ejemplo, y dado que la tendencia de los países grandes ha sido volver satélites suyos a los pequeños: ¿qué tan grande hay que ser para existir?