Imperios, Ejércitos, Armas

Como millones de personas, soy entusiasta televidente de Discovery Channel. Me ha servido para muchas cosas, desde fortalecer el inglés hasta aprender cosas nuevas y útiles.

También me ha servido para mirar esta cultura anglosajona de otra manera y desde otros ángulos. En efecto, Discovery no es un canal sino una red de canales que se diversifica incluso en las voces: los acentos que brotan de mi televisor son en su inmensa mayoría británicos.

Los temas también cambian con respecto a otras latitudes. Aquí viven todavía en la postguerra. Es increíble la proporción de programas que hablan de las batallas de la Segunda Guerra Mundial o que explican hasta la saciedad el fenómeno Hitler. Un amigo alemán que vive aquí me dice: “Es un ejercicio doloroso para mí ver esa televisión que nos repite una y otra vez lo que hicimos, o mejor, lo que hicieron algunos de nuestros antepasados.”

Otra obsesión son las armas: aviones de guerra, tanques, acorazados, helicópteros, bombas. Todo es un elogio y un canto a la fuerza, al poder incomparable, a la energía inagotable de miles y miles de soldados que están equipados con una tecnología fantástica, precisa, infalible, contundente.

Como ahora me gusta analizar tantas cosas, me quedo mirando a esos militares que, impávidos e incluso orgullosos, hablan de la muerte y de los muertos que se amontonarán bajo sus armas formidables. Hoy nada más, en un programa, decía algún piloto super-entrenado, saludable, bien presentado, sonriente y satisfecho: “Queremos estar seguros de ser superiores al enemigo en todo.”

No es un ingeniero que ha diseñado un puente más durable y económico; no es un científico que ha logrado sintetizar una vacuna más eficaz; no es un escritor que por fin saca a luz profundidades inéditas del alma humana: es un hombre que sabe de qué lado esta el poder y quién es el que manda en este planeta.

Y se me antoja que esos mismos canales televisivos o de Internet, que en otros escenarios brindan tanto en términos de ciencia, aquí son simples siervos de un aparato de poder que quiere que todos sepamos hacer la venia cuando asome el emperador.