Recuerdos (5)

La frase de Marx

“Los filósofos hasta ahora no han hecho sino pensar el mundo; ahora hay que cambiarlo.” Esa frase, o parecida, dijo Marx. Hay que ponerla en paralelo con otros esquemas de pensamiento. En mi historia personal el llamado “Principio de Incertidumbre” de Heisenberg ha sido una clave orientadora de muchas cosas.

En palabras distintas pero no lejanas del ámbito de la Física donde nació este principio, Heisenberg viene a decirnos que al observar las cosas las cambiamos. Y la razón es que la gran maravilla que hizo posible a la Física moderna, es decir, la formulación matemática de hipótesis contrastables, implica tomar como veredicto a la observación sucedida dentro de parámetros controlados. Esto quiere decir: producir interacciones. El sujeto cognoscente se implica en el objeto cognoscible. No puede pretender entonces algo distinto de lo que Heisenberg formuló en números: lo conocido no es el objeto desnudo sino el resultado de nuestra interacción con él.

Eso nos lleva a los términos en que los antiguos griegos veían el conocimiento como “theoria,” palabra que viene de “theoréo” que significa “mirar, contemplar.” Mientras que el paradigma de la Física Moderna es el acelerador de partículas que condiciona todos los parámetros para medir todos los resultados, el paradigma griego clásico se sitúa en el terreno del mirar y admirar, que ciertamente implica: no interactuar sino “dejar ser.”

Uno diría que el modelo moderno maximiza la eficiencia al precio de perder el objeto. Es la paradoja de cómo llegar más rápidamente a una meta que la hacen nuestras propias zancadas.

Cuando miro hacia atrás descubro que nunca dejé de amar a la Física, a la que pude estudiar con gusto y a espacio durante mis años iniciales en la Universidad Nacional. Pero ese camino supone una teoría del conocimiento que finalmente cierra las manos demasiado pronto, y deja escapar a la presa. Amo la Ciencia y las Matemáticas pero a la hora de definir la vida, mi única vida, no podía ser ese mi camino.

Eso significa que me quedo más con el modelo griego que interactúa menos, o mejor: que tiene como referencia dejar ser al ser.

Optar por algo así no es fácil. Supone ascetismo, como lo destacó entre los Dominicos, sobre todo el Beato Enrique Susón o Seuze. La búsqueda auténtica de una verdad contemplada sólo subsiste en el ejercicio de hacerse siempre un paso atrás, algo así como el “negarse a sí mismo y tomar la Cruz,” que dijo Cristo. En los antípodas de Marx, un contemplativo de la sabiduría y de la verdad, sólo se extraña de cuánto la gente quiere cambiar las cosas sin saber exactamente ni cómo son ni cómo deberían ser.

Pero, por otra parte, hay pistas que todos los seres humanos tenemos sobre ese ser y deber ser. La agresión contra un inocente o el ejercicio de la mentira son cosas reprobadas en principio por todos los códigos morales. Entonces yo me siento tenso interiormente: en cuanto enamorado, perdidamente enamorado de la sabiduría al estilo del Beato Enrique, parece preferible padecer sin cerrar los ojos ni dejar de orar esperando luz. Pero en cuanto ser humano, me empuja el deseo común a todos de ver un mundo mejor, más justo, más sincero, más hermoso y feliz. Y en cuanto ser humano necesitado de afecto y por lo tanto de reconocimiento, también desearía que en la construcción de ese nuevo mundo yo tuviera algo que ver. Por eso hay tensión.

La manera de aliviar esa tensión es sobre todo a través de la predicación y la oración. Admiro a quienes lo resuelven sólo con la oración, que me parece más perfecto con respecto al acto de contemplar, pero la alegría de compartir lo contemplado también me ha dejado conocer su miel, y por eso necesito predicar. Lo que dijo Pablo yo me atrevo a apropiármelo: “¡Ay de mí si no evangelizara!” (1 Cor 9,16).