Junto a tantos hombres y mujeres de quienes he recibido amor y amistad, como mi familia, o la Asoicación Kejaritomene o las Vírgenes Seglares, o desde luego, mis hermanos de comunidad, hay también muchas otras que desde la sencillez y la humildad me han entregado mucho.
Hoy quiero destacar a personas como Berthica, empleada del Convento de Santo Domingo, que con su espíritu de servicio y su generosa alegría ha expresado tanto. Y junto a ella, Camila, la recepcionista del mismo Convento. O también Lida y Liliana, de la Secretaría del Padre Provincial, Alba Luz de la Sindicatura, o un hombre cuyo nombre desconozco, para vergüenza mía: el vigilante de la calle donde viven mis padres. Debo corregir eso, pero entre tanto expreso aquí mi gratitud por todos ellos que no son invisibles a mis ojos.