He comentado en otras ocasiones que dos cosas me impactaron de Santo Domingo de Guzmán, fundador de nuestra Orden, que en honor suyo llamamos dominicana. Me refiero a su amor por la Virgen María, y a su capacidad de transformar las vidas con palabras.
A veces despreciamos el poder o la belleza de las palabras. Por mi parte, hoy me siento feliz de pertenecer a la Orden de las palabras. Es un reto tener palabras. Buscarlas, cultivarlas, colmarlas de luz, ofrecerlas con humildd y amor, y luego saber desaparecer, como bien dijo Juan, el Bautista: que Cristo crezca y yo disminuya.
Hoy miro con gratitud y esperanza el carisma de nuestra Orden, y pido a Dios, que con su Palabra bendiga nuestras palabras.
Este tiempo en un país en que no conocía a nadie cuando llegué ha sido un modo muy particular de descubrir lo que pueden significar las palabras. No tengo mucho que ofrecer ni en dinero, ni en poder ni en cosa semejante. Lo que tengo es lo que soy, un predicador. Y de ahí, de ese único don, he de recibir prácticamente todo, en términos de estudios, amigos, apostolado. Por eso me encomiendo hoy con particular amor a la intercesión de Santo Domingo.