Yo diría que para los irlandeses la verdad no es un tema como tal. Irlanda no es ni quizá será tierra pródiga en filósofos. Desconfían del pensamiento que se organiza en grandes sistemas; temen (con razón) de una persona que con cada palabra abarca países y culturas. Por ello, toda la terminología del “ser”, de la �lógica� o del “análisis”… es asunto que despierta recelo. No se sienten confortables.
Los irlandeses afinan el oído al escucharte y buscan cuál es la música que sostiene tu alma cuando hablas: qué clase de corazón tienes; a quién estarías dispuetso a defender; qué sacrificarías de ti por aquello que estás diciendo. No es sólo si eres coherente sino si eres bueno, si es bella tu propuesta, y sobre todo, si anuncias algo que trae alegría y algo donde caben los pequeños y los pobres. Ellos saben que donde no caben los pequeños y los pobres ni cabe Dios ni cabe Irlanda.