Amigos míos,
Hoy recuerdo que la primera carta a ustedes la escribí desde un aeropuerto; hoy les escribo en pleno vuelo.
Hace unos minutos hemos sobrevolado la ciudad de Milwaukee, luego cruzamos el río Mississippi y ahora mismo estamos sobre el estado de Iowa, a casi 11 kilómetros de altura. Este avión ofrece a cada pasajero los datos del vuelo; por eso sé que vamos a 10.668 metros sobre el nivel del mar, y que a esta hora y esta altura la temperatura afuera de la nave es de menos 55 °C. Viajamos a 751 Km./h, pero aún a esa velocidad faltan unas tres horas para alcanzar nuestro destino, la ciudad de Los Angeles. El cielo está despejado. Como vamos en dirección Este – Oeste, contraria a la rotación de la Tierra, el efecto es el de un atardecer prolongadísimo. Y aunque el sol incendia de rojo algunas nubes en la distancia, el paisaje en tierra es de un irremediable color blanco: este invierno se ha dejado sentir con toda su nieve en el Nordeste y el Norte de los Estados Unidos, de modo que los campos se ven solemnes y adustos. Es inevitable pensar en las familias que a estas horas disfrutan o padecen tanta nieve. Quiera Dios que tanto frío y tanta blancura no sean motivo de grave enfermedad o muerte para sus hijos.