Una Iglesia Perseguida (8a. y última parte)

�Una Entrevista con Fr. Nelson Medina�

8. El futuro

Si admitimos la persecución de irrelevancia, ¿cuáles serían los pasos inmediatos a seguir?

– Yo quisiera hablar primero sobre lo que creo que NO debemos hacer, como Iglesia. La cosa no es tan sencilla como hacer unos carteles con 1 Jn 5,19-20, el texto que cité, y lanzarnos a las calles. Una condena global al mundo puede provocar risa o rabia, sin más trascendencia.

Lo primero que se dirá es que se trata de un grupo fundamentalista de ultraderecha…

– Exacto. ¡Y es factible que tengan razón! Textos como ese no son banderas de lucha sino consignas para el corazón, para la adoración, la gratitud y el renovar continuo de la propia conversión. Cuando esos textos se vuelven eslogan o bandera a menudo ocultan otras cosas, por ejemplo, miedo, o tal vez muestran una actitud de lo que Freud llamaba �mecanismos de defensa�.

¿En qué sentido?

– Yo lo veo mucho en el tema de la sexualidad. Hay gente que condena con tanta fuerza y reiteración la homosexualidad que uno termina pensando que están como obsesionados o secretamente interesados en el asunto. De eso hablo…

Si la solución no es hacer los carteles con 1 Jn, ¿qué hay que hacer?

– Bueno, hablábamos todavía de lo que NO había que hacer…

Sigamos, entonces…

– No hay que pensar que las cosas tienen que cambiar dramáticamente sólo porque nosotros estamos aquí. Los procesos de la fe toman su tiempo y a menudo se miden en términos de siglos, cuando hablamos de las culturas y ya no de las personas individualmente consideradas. Esto implica que toda la carga de nuestros análisis, y toda la fuerza de nuestras plegarias, y todo el ardor de nuestro celo no tienen que conducir forzosamente a un resultado que parezca satisfactorio ante nuestros ojos. Cualquier esfuerzo que tenga un tinte, así sea mínimo, de búsqueda de privilegios, glorias humanas, o conservación de bienes temporales por el gusto de poseerlos, cualquiera de esos esfuerzos, no importa si es muy grande, yo creo que está destinado a fracasar.

¿Es decir que importa ante todo la actitud interior?

– Exactamente. Una actitud marcada por la oración humilde y confiada, por una voluntad caritativa más que punitiva, por un estilo de genuino servicio y de una inmensa paciencia, como quien siembra para la eternidad. Todo ello vivido con sabiduría, serenidad y a la vez con celo; sobre todo eso: celo, amor; que se vea el amor, que se vuelva innegable la noticia del amor.

Parece un equilibrio difícil de lograr. Más bien parece probable que en cuanto se empiece a hablar de persecución los cristianos desarrollen paranoia, se lancen a conquistar el poder civil y luego organicen una nueva inquisición. ¿Es que es indispensable hablar de persecución? Es decir: aun admitiendo muchos de los puntos que Ud. señala, ¿no hay otros lenguajes más sanos y fecundos de cara al futuro?

– Para la Iglesia, como ya lo notaba san Agustín, ser perseguida, antes que un dato histórico es un dato teológico.

Algo así como que, no importaba lo que haga el resto del mundo, la Iglesia siempre se sentirá perseguida?

– Un dato teológico no es un complejo de inferioridad ni un complejo de persecución.

¿Entonces qué es?

– Es la conciencia lúcida y serena que la Iglesia tiene de quién es su Fundamento, cuál es su Mensaje y qué implicaciones tiene ese mensaje. Por ponerlo en términos sencillos: la propuesta de Cristo no entra ni entrará fácilmente en ningún modelo de sociedad que pueda conocer la historia humana. La Iglesia, por consiguiente, ha de impregnarse de un profundo espíritu de desprendimiento y de una conciencia clara de su condición de peregrina.

Si eso es así y nadie lo va a cambiar, y si así ven los cristianos su lugar en el mundo, ¿por qué hay que considerar culpable al mundo?

– Una cosa es saber que el mundo –como tejido de complicidades, insisto– rechazará el mensaje de pureza y de gracia de Cristo, y otra muy distinta es preguntarnos si es bueno que ello suceda.

¿Y qué ganan los cristianos con saberse perseguidos, admitiendo lo que Ud. plantea?

– Ganan tres cosas: serenidad, conciencia de la gracia y celo misionero.

¿Por qué serenidad?

– Porque uno como cristiano está abocado muchas veces a pensar que le va mal porque uno es malo o porque está haciendo las cosas mal. Y eso no es cierto, o por lo menos no es toda la verdad. En múltiples ocasiones proyectos buenos no resultan porque todos los recursos se los están engullendo los proyectos del pecado, de la perversión y del silenciamiento del bien.

Pero ese pensamiento es muy cómodo: cada vez que algo me resulte mal voy a decir que como todo el mundo me persigue…

– Ud. podría decir eso y seguramente estaría diciendo una mentira. Su mentira, unida a la mía y a la de muchos otros, colabora en que el mundo sea menos vivible y más cruel con los inocentes. Es una de las características de Cristo y de su Evangelio: no está blindado. Jesús en la Cruz era susceptible de recibir heridas, traiciones, burlas; su mensaje puede ser retorcido, ocultado, malinterpretado. Él escogió que fuera así, y precisamente porque es así, Cristo y los de Cristo son y serán perseguidos.

¿No había otra posibilidad?

– La otra posibilidad era blindarse, es decir, lo que hacen los imperios de este mundo. Pero es muy difícil secar lágrimas con la armadura puesta; es muy difícil acariciar a un niño o consolar a un anciano desde nuestro tanque de guerra. Cristo escogió anunciar la gracia, que es el regalo del amor divino, a los más pequeños, y ello implica no blindarse y ser perseguido.

Pero la Iglesia sí se blinda…

– Eso es cierto. En muchos aspectos la Iglesia se ha blindado y por eso, aunque Ella apunta con certidumbre hacia el evangelio de Cristo, no podemos decir que sea una traducción perfecta del mismo evangelio que predica. Esto es parte de la miseria de la Iglesia, pero también es la gran indicación que tenemos de la continua necesidad de conversión de los cristianos. El Papa Juan Pablo II ha sido eminentemente claro en este punto.

Ud. habló antes de serenidad, conciencia de la gracia y celo misionero. ¿Son sus palabras una especie de estrategia para que los cristianos se sientan empujados a misionar?

– Bueno, desde luego yo quisiera que lo fueran. Yo creo en Jesucristo y para mí es un bien inmenso el que hacemos a una persona cuando la acercamos al evangelio de Cristo. Ello, sin embargo, ha de hacerse en espíritu de humildad y en una gran conciencia de que el salvador es él y no nosotros.

Es decir que esta persecución que la Iglesia está viviendo, si admitimos su análisis, ha sido buena para la misma Iglesia…

– �Todo concurre para el bien de los que Dios ama�, dijo san Pablo en la Carta a los Romanos. El hecho de que la Iglesia sea perseguida es en sí mismo algo triste pero no significa que sea inútil para los planes de amor y gracia que Dios tiene a favor de su pueblo.

Si la estrategia que Ud. plantea no se toma, es decir, si la gente católica se empieza a sentir autorizada para contraatacar al mundo, ¿qué podría suceder?

– Podría suceder que los que quieren defender a la sociedad se vuelvan tan nerviosos que terminen obrando con agresividad e incoherencia. A los histéricos, a los fanáticos, a los fundamentalistas, a los terroristas, a los apocalípticos, a todas esas razas esta sociedad LCD ya los conoce bien y sabe cómo domesticarlos. Y el arte está en que esta vez no nos escamoteen la revolución.

¿Y qué va a pasar con los mecanismos de la irrelevancia?

– Esa pregunta es fundamental. Observemos, por favor, que en la lista de persecuciones que presentamos al principio de esta entrevista hay una constante: la Iglesia, cuando ha sido más fiel a su vocación, no ha respondido en la misma clave en que ha sido atacada. No ha respondido al destierro con destierro, a la tortura con tortura, ni a la barbarie con barbarie. Eso apunta a dos cosas. Primera, que también ahora la Iglesia debe estar despierta, y no responder a la irrelevancia con irrelevancia, es decir, no puede darse el lujo de despreciar sin más al mundo, como interpretando a la manera de la presunción el texto de 1 Jn. O sea, no puede decir a modo de mantra: �Qué porquería como está el mundo, ¿no? Menos mal que no nos afecta demasiado.� Lo que veamos en el mundo sucederá en la Iglesia, ya se trate de finanzas, escándalos, corrupción administrativa o abusos de poder.

¿Y en segundo lugar?

– Lo segundo que aprendemos del patrón que ha seguido la Iglesia en sus mejores horas es que las persecuciones no duran el tiempo que nosotros queremos ni se acaban porque nosotros lo queramos. Si es verdad que estamos en medio de una gigantesca persecución de irrelevancia, entonces no la vamos a vencer pretendiendo ser relevantes ya, hoy, ahora. Esa sería una ilusión. Hacer grandes demostraciones de presencia cultural, creer que el mundo es cristiano porque hay mucho de religión en Mozart, pegarnos a las manifestaciones antiglobalización �para que se vea que la Iglesia sí está�, dar muchas delaraciones a la prensa hablada o escrita… todo ello tiene un certo tinte de autoafirmación que termina siendo risible para los de fuera y desgastante para los de dentro.

¿Entonces qué, ni esconderse ni mostrarse mucho?

– No es asunto de buscar promedios, pienso yo. Es más la actitud. Tenemos que vigilar de continuo nuestro corazón y purificar cada día nuestras intenciones. Hablando en confianza con sacerdotes nos hemos reído de nosotros mismos, viendo cómo tales o cuales cosas se hacen con una cierta justificación tácita de �¿le queda claro a todo el mundo y se han dado cuenta todos de que estamos haciendo esta marcha (o procesión, o misa de sanación, o concierto…)?� Ese camino es humanamente explicable, porque al fin y al cabo uno como sacerdote le está empeñando la vida a una causa y quiere que su causa �valga la pena�, pero todo eso a largo plazo no nos va ayudar como Iglesia.

¿Vencerá la Iglesia esta nueva persecución?

– Sí. O mejor: Cristo vencerá en esta persecución, como ha vencido en todas.

¿Y qué vendrá después?

– Si somos fieles, un tiempo de una nueva primavera; tal vez algo como lo que soñó Juan XXIII, o como lo que Pablo VI gemía en su oración, o como lo que ha predicado incansablemente Juan Pablo II. Aunque nos acompañarán las luchas: eso también lo anunció Jesucristo. De modo que, superada esta persecución, habrá otras, pero también otras y más bellas victorias.

El texto completo de la entrevista está disponible en formato Word aquí.