Hay lugares donde se siente palpitar el alma de un país. Así, por ejemplo, es imposible no sentir a los Estados Unidos junto a la estatua de la libertad, o no sentir a Francia junto a la torre Eiffel. Llega un punto en que se consuma una especie de “fusión” entre el lugar y su historia, de un lado, y del otro, el fluir de la vida de aquellos que le han llenado con sus voces, sus problemas y sus sueños.