Los cuerpos de los resucitados

Una pregunta que hicieron algunos sacerdotes cuando estudié en el ITEPAL hace años y desde entonces me acuerdo: ¿Si Jesús y la Virgen María resucitaron, donde se encuentran sus cuerpos físicos? Gracias desde ya por tu respuesta. –MMG

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En el cielo. El cielo no es un lugar de nuestro universo físico, ubicable en alguna galaxia, pero sí es una realidad que asume en la gloria divina todo cuanto, habiendo sido creado, ha sido restaurado en Cristo. La idea es que lo corporal “glorificado” es materia que ha sido transformada más allá de lo que puede dar razón nuestra imaginación. San Pablo dice que, así como una persona que nunca hubiera visto un árbol no podría de ninguna forma imaginar cómo es un árbol de manzana viendo sólo semillas de manzana, así nosotros no podemos imaginar cómo es esa condición corporal real pero transformada.

¿Por qué bautizar a los niños?

“Los seres humanos necesitan aprender, y no sólo una información “en bruto”, sino el sentido que tienen las cosas. Y necesitan aprender a comportarse; no solo un aprendizaje teórico, sino que necesitan aprender a vivirlo. O sea, necesitan ser educados. Por la misma naturaleza, los primeros y principales responsables de esa educación son sus padres. Y a ningún padre se le ocurre dejar de insistir al pequeño en que dé las gracias cuando le regalan algo, con el argumento de que la gratitud es un valor ético que deberá elegir por sí mismo cuando sea mayor…”

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¿Quién debe decir: Por Cristo, con Él y en Él?

Tengo una duda referente a las costumbres en la celebración de la Sagrada Eucaristía, soy delegado de la comunión y cuando estaba recibiendo mi formación para este servicio, se nos dijo que no estaba bien que pueblo repitiera aquella oración que hace el sacerdote después de la consagración, elevando la ofrendas y diciendo “Por Cristo, con Él y en Él…” porque se considera parte de la formula de consagración; sin embargo veo muchos sacerdotes que invitan al pueblo a decirlo juntos, ¿Qué es lo correcto? Gracias padre. – E. V. Arango.

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La manera de celebrar la misa no sale de lo que a cada sacerdote se le ocurra. Hay unos criterios básicos que son necesarios porque ni el sacerdote ni ninguna comunidad particular pueden considerarse “dueños” de la misa.

La “manera de celebrar” la indican los misales que se usan en las parroquias e iglesias a través de un documento que se llama la “Instrucción general del Misal Romano,” usualmente abreviado IGMR, que todos puede consultar haciendo click aquí.

El numero 151 de la IGMR dice textualmente: “Después de la consagración, habiendo dicho el sacerdote: Este es el Sacramento de nuestra fe, el pueblo dice la aclamación, empleando una de las fórmulas determinadas. Al final de la Plegaria Eucarística, el sacerdote, toma la patena con la Hostia y el cáliz, los eleva simultáneamente y pronuncia la doxología él solo: Por Cristo, con Él y en Él. Al fin el pueblo aclama: Amén. En seguida, el sacerdote coloca la patena y el cáliz sobre el corporal.

No hay entonces margen de duda: esas palabras ha de decirlas el sacerdote solo.

Alguien puede estar en desacuerdo y aducir algunas razones sobre por qué las cosas deberían ser de otro modo. Pero podemos imaginar lo que sucede si cada uno pretende imponer lo que considera que debería hacerse. Y no hay que imaginar mucho: ya esos caprichos los vimos en los años inmediatamente posteriores al Concilio Vaticano II, incluyendo el caso de sacerdotes que creían que la misa “debería” celebrarse con tortillas de maíz.

Como no hay necesidad de volver a esos tiempos y a esas discusiones, lo mejor es que todos comprendamos que la liturgia es un bien público de nuestra fe y que merece amor, cudiado y respeto.

Diáconos permanentes

Hola fray nelson bendiciones y me gustaria saber cual es el papel del diacono permanente en la iglesia y si los diaconos permanentes solo se dan en las diocesis o tambien los hay en las comunidaddes religiosas y alli que papel juegan. y tambien caul es el papel dentro de la iglesia de las esposas de los mismos. muchas gracias. atte, M.

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El ministerio eclesiástico, que es el ministerio de los hombres dedicados al servicio de Dios, comprende tres grados diversos del sacramento del orden sacerdotal: los obispos, los sacerdotes y los diáconos. Dos de estos grados participan ministerialmente del sacerdocio de Cristo: el orden episcopal, correspondiente a los obispos y el orden del presbiterado, correspondiente a los presbíteros o sacerdotes. El orden del diaconado, según lo afirma el Catecismo de la iglesia Católica en el número 1554 está destinado a ayudar y a servir a los obispos y a los presbíteros. Por eso, el término “sacerdote” designa en el uso de nuestros días a los obispos y a los presbíteros, pero no a los diáconos.

Sin embargo, la doctrina católica establece que el grado de diaconado es un grado de servicio, que viene establecido desde el tiempo de los apóstoles, como lo atestigua el trozo del libro de los Hechos de los apóstoles, apuntado al inicio de este resumen, así como en lo expresado por el Apóstol San Pablo en su carta a Timoteo: “También los diáconos deben ser dignos, sin doblez, no dados a beber mucho vino ni a negocios sucios, que guarden el Misterio de la fe con una conciencia pura. Primero se les someterá a prueba y después, si fuesen irreprensibles, serán diáconos.” (1 Tim. 3, 8-11)

Diakonía es la palabra griega que fijará la función de los diáconos Esta palabra significa servicio, y es de tanta importancia para la Iglesia que se confiere por un acto sacramental llamado “ordenación”, es decir, por el sacramento del orden.

San Ignacio de Antioquia fijó la importancia de los diáconos, con estas bellas palabras: “ Que todos reverencien a los diáconos como a Jesucristo, como también al obispo que es imagen del Padre, y a los presbíteros como al senado de Dios y como a la asamblea de los apóstoles: sin ellos no se puede hablar de Iglesia (San Ignacio de Antioquia, Trall. 3, 1)

Hemos hablado mucho hasta ahora de servicio, ¿pero cuál es el servicio que prestan los diáconos a la Iglesia? “Corresponde a los diáconos, entre otras cosas, asistir al obispo y a los presbíteros en la celebración de los divinos misterios sobre todo de la Eucaristía y en la distribución de la misma, asistir a la celebración del matrimonio y bendecirlo, proclamar el Evangelio y predicar, presidir las exequias y entregarse a los diversos servicios de la caridad (Catecismo de la Iglesia Católica, 1570).

Entendido de esta manera, el diaconado no es solamente un paso intermedio hacia el sacerdocio, sino que ofrece a la Iglesia la posibilidad de contar con una persona de gran ayuda para las labores pastorales y ministeriales. Un diácono puede bautizar, bendecir matrimonios, asistir a los enfermos con el viático, celebrar la liturgia de la Palabra, predicar, evangelizar y catequizar. No puede, a diferencia del sacerdote, celebrar el sacramento de la Eucaristía (misa), confesar o administrar el sacramento de la unción de los enfermos. Con todo lo que puede hacer, su ayuda es invaluable, especialmente en nuestros tiempos en que hacen falta tantas personas que ayuden al sacerdote en todas las labores encomendadas.

Como en el caso de los sacerdotes, sólo el varón bautizado recibe válidamente la sagrada ordenación para acceder al diaconado. Y esto es así, porque Jesús eligió a hombre (“viri” en latín) para formar el colegio de los doce apóstoles. Sin embargo hay una diferencia muy importante entre los diáconos y los sacerdotes. Mientras que los sacerdotes ordenados de la Iglesia latina, son ordinariamente elegidos entre hombres creyentes que viven como célibes, es decir que no se han casado, y que tienen la voluntad de guardar el celibato por el Reino de los Cielos, el diaconado puede ser conferido a hombres casados. Este “diaconado permanente” constituye un enriquecimiento importante para la misión de la Iglesia.

Desde el Concilio Vaticano II, la Iglesia latina ha restablecido el diaconado como un grado particular dentro de la jerarquía, mientras que las Iglesias de Oriente lo habían mantenido siempre. De esta forma, los hombres casados que se dedican a ayudar a la Iglesia a través de la vida litúrgica, pastoral o en las obras sociales y caritativas pueden fortalecerse recibiendo el orden del diaconado y se unen más estrechamente al altar para cumplir con mayor eficacia su ministerio por medio de la gracia sacramental del diaconado.

De esta forma, la Iglesia Católica, a semejanza de la parábola del hombre que de su tesoro saca lo nuevo y lo viejo, siempre está ofreciendo formas nuevas y atractivas en su labor de ayuda a todos los hombres.

(Tomado de Catholic.net. Más información aquí.)

Orar sin dudar

Estimado Fray Nelson: Le sigo a diario en sus explicaciones sobre las lecturas diarias de las Escrituras. Me permito solicitar su explicación sobre el capítulo 21 de San Mateo, especialmente los versículos 21 y 22. ¿Debo tomarlo al pie de la letra? Gracias anticipadas y que el Señor le guarde y le acompañe. — Eduardo Martínez Romero.

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Mateo 21,21-22 dice: “Respondiendo Jesús, les dijo: En verdad os digo que si tenéis fe y no dudáis, no sólo haréis lo de la higuera, sino que aun si decís a este monte: “Quítate y échate al mar”, así sucederá. Y todo lo que pidáis en oración, creyendo, lo recibiréis.”

Del texto resulta claro que lo contrario de la fe son las dudas. Lo que no es inmediatamente claro es cuáles son esas dudas y qué las produce.

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Que todo sea oración

Hola Fray Nelson Dios te bendiga hoy y siempre. quería preguntarte lo siguiente: ¿Cómo hacer que todo cuanto hagas se convierta en oración? – LTVJ.

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Haces bien en preguntar porque el apóstol Pablo nos exhorta: “Orad sin cesar” (1 Tesalonicenses 5,17). Algunas recomendaciones prácticas sirven de respuesta:

1. Vivir en gracia de Dios. El primer modo de estar en comunión con Dios es también la primera razón por la que somos gratos a Él, a saber, porque acogemos de una manera viva y agradecida el don de su amor y redención, lo cual, en lenguaje breve y sencillo se dice: estar en gracia de Dios; gracia renovada con la participación en los sacramentos y singularmente la Eucaristía, ojalá diariamente.

2. Tener un ritmo de oración propiamente dicha. Antes de intentar que “todo” sea oración hay que tener experiencia viva, frecuente, habitual, gozosa sin romanticismo, de lo que es orar. Además de la Eucaristía cotidiana, si es posible, conviene tener unos ritmos propios de oración por ejemplo a través de la Liturgia de las Horas, el Santo Rosario, la Coronilla de la Misericordia, o prácticas semejantes.

3. Ofrecer el día a Dios, desde su comienzo. El Señor ha querido que seamos libres y no roba lo que no queremos darle. Un corazón lleno de fe y gratitud hace una intención diaria, incluso renovada a lo largo del día, de ofrecer tanto los éxitos como las dificultades. Como ganancia adicional, este tipo de ejercicio ayuda a educar nuestro carácter y a madurar emocional y espiritualmente.

4. Utilizar jaculatorias: breves invocaciones que caben en un segundo o dos, y que nos recuerdan las buenas intenciones de nuestro ofrecimiento diario y de las demás intenciones. Una de las más comunes entre estas jaculatorias es: “¡Por tu amor, Jesús!” — muy útil en momentos de dificultad o de contradicción.

5. No olvidar completar la jornada con un examen de conciencia. No tiene que ser exhaustivo pero sí completo. Nos ayuda a mejorar los propósitos, y a aprender a usar mejor las oportunidades de unión con Dios.

6. Recordar a menudo nuestros santos afectivamente más cercanos. Así como ellos son “amigos fuertes de Dios,” según la expresión de Santa Teresa de Jesús, también son fuertes amigos de nuestra santificación. Sus ejemplos, la manera como respondieron a sus propios desafíos, las palabras y enseñanzas que dejaron, son elementos preciosos que podemos ir integrando a nuestra personalidad y camino de fe.

7. “Mira que envío un Ángel, que irá delante de ti,” le dijo Dios a Moisés, refiriéndose al camino de todo el pueblo. No nos ha abandonado Dios, y sus Ángeles Custodios son poderosos aliados, no solamente para rescatarnos de dificultades materiales o de accidentes físicos, sino sobre todo, aliados en la obra sublime del adelanto en nuestra conversión y santificación.

¿Son inmorales los juegos de azar?

“La utilización de los juegos de azar o de apuestas en sí misma, no es inmoral. Sí lo es, el uso inadecuado de los mismos. Son actividades que necesitan de un riesgo, normalmente económico y es en ellas donde las personas que presentan conducta dependiente o adictiva, no tóxica, encuentran su infierno particular…”

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Un caso de inseminación artificial humana

Una de mis hijas tiene dos años y medio de casada, no han tenido hijos, hace cerca de un año que el esposo sufrió un cáncer en un testículo, razón por la cual le fue extirpado y además fue sometido a quimioterapia, razones por las cuales las probabilidades de que pueda engendrar normalmente, son mínimas, sin embargo al momento de descubrirle el cáncer, fue necesario tomar una muestra de semen, la cual una vez examinada fue congelada, no me han preguntado nada al respecto, pero se que hay dos opciones para utilizar ese semen, una es con la fecundación invitro, sistema que de hecho rechazo por la forma que hasta donde conozco se procede en estos casos, es decir se fecundan varios óvulos y luego no se con que criterio se selecciona uno, para ser implantado y los demás se desechan o se convierten en cobayos para experimentación; la otra opción es sobre la que quiero hacer mi pregunta, sería la inseminación artificial, la cual al tratarse del semen de su legítimo esposo, no veo un impedimento, pero dada mi ignorancia al respecto, pido su orientación al respecto ¿Sería o no recomendable utilizar este procedimiento? – E.V.

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Lo más seguro es tener una actitud comprensiva pero firme: la inseminación artificial no es moralmente correcta. Según el Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica (promulgado por el Papa Benedicto XVI en 2005), leemos:

499. ¿Por qué son inmorales la inseminación y la fecundación artificial?

La inseminación y la fecundación artificial son inmorales, porque disocian la procreación del acto conyugal con el que los esposos se entregan mutuamente, instaurando así un dominio de la técnica sobre el origen y sobre el destino de la persona humana. Además, la inseminación y la fecundación heterólogas, mediante el recurso a técnicas que implican a una persona extraña a la pareja conyugal, lesionan el derecho del hijo a nacer de un padre y de una madre conocidos por él, ligados entre sí por matrimonio y poseedores exclusivos del derecho a llegar a ser padre y madre solamente el uno a través del otro.”

El Catecismo de la Iglesia Católica (promulgado por el Papa Juan Pablo II en 1992) enseña la misma doctrina que su posterior Compendio:

2376. Las técnicas que provocan una disociación de la paternidad por intervención de una persona extraña a los cónyuges (donación del esperma o del óvulo, préstamo de útero) son gravemente deshonestas. Estas técnicas (inseminación y fecundación artificiales heterólogas) lesionan el derecho del niño a nacer de un padre y una madre conocidos de él y ligados entre sí por el matrimonio. Quebrantan “su derecho a llegar a ser padre y madre exclusivamente el uno a través del otro” (Congregación para la Doctrina de la Fe, Instr. Donum vitae, 2, 4).

[Apuntes de Daniel Iglesias.]

La centella del alma

Hola, Fray Nelson. ¿Esta bien hablar de la centella del alma? O sea esa semilla del bien que Dios ha sembrado en cada ser. – CPM.

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Es un término que tiene trayectoria suficiente en la teología como para ser usado con cierta confianza. Por ejemplo, en su Manual de Teología “La Ley de Cristo” Bernard Häring define la “scintilla animae” como “la punta o centella del alma su parte más aguda e interior, menos expuesta a la corrupción por el pecado.” Según algunos autores, como Alejandro de Hales o San Buenaventura, seria la sede misma de la conciencia.

La expresión que usas, “semilla del bien,” no corresponde con lo que se entiende por centella del alma. El término mismo, centella, alude a una luz que riega claridad sobre otras áreas del mundo interior de la persona: algo así como un último recurso del bien en nuestra inteligencia, un último espacio de verdad que potencialmente puede llevar a que la persona, incluso después de durísimos pecados, se arrepienta y emprenda un camino de regreso hacia Dios.

La semilla, en cambio, sería algo así como un principio de crecimiento del bien, o como la simple declaración de que siempre hay algo bueno en cada persona. Pero eso bueno podría ser muy ambiguo, como cuando un criminal tiene gestos de ternura con algún animal o es generoso con algunos pobres. Y la centella del alma no alude a esa clase de actos sino a algo que tiene que ver con el conjunto del ser.

Adán y Eva

Escuché a un sacerdote decir que adán y eva no existieron como tal, no fueron dos personajes literalmente reales, que el libro del génesis que es el libro que aborda el tema de la creación lo hace usando un lenguaje mitológico.hay mitologías falsas y otras verdaderas lo que hace el mitólogo es a través de cosas extravagantes y como muy ficticias, anormales, expresar verdades en el caso del génesis el autor que usa un lenguaje mitológico sencillamente lo que nos quiere decir es que Dios creo el mundo y todo cuanto existe y ese es el mensaje por excelencia. que cuando se habla de Adán nos referimos al genero masculino y cuando se habla de Eva nos referimos a toda mujer. ya me confundió pues yo siempre he creído en la existencia real y verdadera de los dos. podría usted padre fray Nelson aclararme esto muchas gracias. – S.T.

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Mariano Delgado, que es Doctor en Biología, y en Teología, creo que aporta una buena respuesta donde escribe lo que sigue:

He podido comprobar, en los años que llevo en la docencia, que los alumnos adolescentes se plantean muchas dudas sobre cómo compaginar lo que aprenden en las clases de Religión sobre la Creación, y lo que les explican en Ciencias Naturales, sobre todo en lo que se refiere al origen y prehistoria del hombre.

A pesar de que la solución a estos problemas ha sido clarificada hace ya mucho tiempo por el Magisterio de la Iglesia, que es quien interpreta auténticamente las Sagradas Escrituras, sus enseñanzas no han llegado al gran público, y los alumnos no encuentran respuestas claras de sus padres o profesores.

Por mi condición de biólogo y por haber estudiado en mi doctorado en Teología las relaciones entre ciencia y fe, con frecuencia me preguntan sobre estos temas profesores y alumnos. Son habituales preguntas como las siguientes: “Es verdad lo que dice el Génesis?”, “De dónde salieron nuestros Primeros Padres?”, “Cómo es posible que Caín fuera agricultor y Abel ganadero, si durante mucho tiempo el hombre prehistórico no conoció ni la agricultura ni la ganadería?”…

Muchas veces me han pedido también bibliografía pero, aunque hay mucha, no conozco ninguna publicación donde se encuentren respuestas a todas éstas preguntas reunidas y explicadas al alcance de todos.

Por eso me he decidido a escribir este folleto, dirigido principalmente a padres y educadores, que intenta aclarar lo esencial y, después, un libro para los que quieran profundizar más en aspectos propiamente científicos y filosóficos, y en algunas consecuencias teológicas.

Los últimos papas han hablado con frecuencia sobre el significado de los primeros capítulos del Génesis, pero el documento fundamental, donde se resuelve la cuestión que nos ocupa -el origen del hombre-, es la Carta Encíclica de Pío XII Humani Géneris (12 de agosto de 1950). En ella hay dos proposiciones fundamentales en los números 29 y 30.

En el número 29 se lee: “(…) El magisterio de la Iglesia no prohíbe que -según el estado actual de las ciencias y de la teología- en las investigaciones y disputas, entre los hombres más competentes en ambos campos, sea objeto de estudio la doctrina del evolucionismo, en cuanto busca el origen del cuerpo humano en una materia viva preexistente -pero la fe católica manda defender que las almas son creadas inmediatamente por Dios (…)”.

El número 30 aborda la doctrina cristiana del monogenismo: “(…) los fieles cristianos no pueden abrazar la teoría de que después de Adán hubo en la tierra verdaderos hombres no procedentes del mismo protoparente por natural generación, o bien de que Adán significa el conjunto de muchos primeros padres, pues no se ve claro cómo tal sentencia pueda compaginarse con cuanto las fuentes de la verdad revelada y los documentos del Magisterio de la Iglesia enseñan sobre el pecado original, que procede de un pecado en verdad cometido por un sólo Adán individual y moralmente, y que, transmitido a todos los hombres por la generación, es inherente a cada uno de ellos como suyo propio”.

En resumen:

1. En el origen del hombre, el cuerpo humano no tiene que haber sido creado inmediatamente por Dios pero sí su alma -al igual que ocurre en el momento de la concepción de cualquier hombre-.

2. Toda la humanidad procede de un sólo hombre -“protoparente”-, que en la Sagrada Escritura se llama Adán, y esta verdad se desprende directamente de la doctrina de la Iglesia sobre el Pecado Original, cometido personalmente por un hombre y heredado por todos sus descendientes.

Salta, pues, a la vista que la Iglesia no interpreta la narración del Génesis en sentido literal, sino que, basándose en el conjunto de la Revelación y en la autoridad dada por Dios al Magisterio, extrae las verdades que Dios nos ha querido dar a conocer a través de la narración del autor sagrado.

Aprender a envejecer

Padre Nelson: Hace algunos meses empecé a leerlo y le doy gracias a Dios por el bien que puede hacer a mucha gente. Por eso, porque veo que puede llegar a muchas personas, un día se me ocurrió escribirle y contarle qué respuesta he encontrado yo a una pregunta que casi todo el mundo evita. Si yo me pongo a escribir y publicar por mi cuenta seguramente no habrá muchos que me lean; pero si logro su atención y usted publica lo mío, habré conseguido mi objetivo a través de usted. Bueno, espero que no se sienta demasiado “utilizado” con esto que le digo. Es solamente que así tanto usted como yo podemos colaborar en un bien mayor. Además, a usted le llegan muchas preguntas; esta vez no estará mal que le llegue una respuesta.

Mi pregunta es sencilla de enunciar: ¿Qué hay que tener en cuenta para aprender a envejecer?

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¿Hasta dónde debe uno dar la vida?

Buenas, Fray. Hablando con una amiga afirmaba que todo el que da la vida por sus amigos como dice el Señor es ético y cristiano; ella lo decía literalmente y me puso un ejemplo de un señor que donaba su corazón, estando bien de salud, a otra persona y ella decía que estaba bien, yo decía que no se puede uno quitar la vida por otro, así salve la de otro porque el único que puede disponer de nuestras vidas es Dios. Por favor ¿nos aclaras qué piensa el catolicismo sobre esto? Dios te guarde. –M. C.

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Una de las preguntas morales más difíciles es esta: ¿En qué circunstancias es lícito disponer de la propia vida? Una primera luz está en el número 2280 del Catecismo: “Cada cual es responsable de su vida delante de Dios que se la ha dado. Él sigue siendo su soberano Dueño. Nosotros estamos obligados a recibirla con gratitud y a conservarla para su honor y para la salvación de nuestras almas. Somos administradores y no propietarios de la vida que Dios nos ha confiado. No disponemos de ella.”

Dejando eso bien claro, se ve que hay coyunturas en que dar la vida no sólo no sería reprobable sino meritorio. Pensemos en los héroes de guerra, o en los mártires de la fe. En tales casos, evidentemente excepcionales, queda claro que un bien mayor, por ejemplo, el bien común de un pueblo, o el deseo de dar gloria a Dios mismo como único Señor, puede justificar la entrega de la propia vida.

No se ve en cambio, haciendo abstracción de otros motivos concurrentes, cómo se puede determinar con certeza que una vida es más valiosa que otra. Un par de ejemplos pueden ayudar a entender la cuestión.

San Maximiliano dio su vida por una persona, un prisionero de guerra como él, estando ambos en un campo de concentración de los nazis. Pero el desarrollo de los hechos mostró que no se trataba simplemente de cambiar una muerte por otra: San Maximiliano se entregó al servicio pastoral de los condenados a muerte, y con sus virtudes de inmenso heroísmo mostró verdaderamente el rostro de Jesús, el Buen Samaritano. Aunque uno pueda pensar que se trataba solamente de dar una vida por otra vida, en realidad los motivos del Santo franciscano iban más allá.

Una compasión parecida puede uno encontrar en el caso de aquella pareja que se vio en el horrible trance de un accidente ferroviario, viajando en compañía de su hija paralítica. No soportando el ver que su hija muriese ahogada, hicieron un esfuerzo supremo por mantenerla a flote, y por ello tuvieron que pagar el precio de su propio ahogamiento. Pero también en este caso se ve que hay un motivo especial de misericordia hacia los más desvalidos, de modo que la asfixia final de esos papás no es simplemente un intercambio de una muerte por otra, sino que es una señal de amor paterno con una dimensión notable de compasión.

Lo que en cambio no parece tener justificación es que una persona se haga matar para que otra persona viva, sin que haya un testimonio adicional o un bien notable, objetivo y mayor. Un escolta puede hacerse matar por proteger a un personaje que por su relevancia pública encarna en cierto sentido un bien mayor para la sociedad pero el caso general de una persona simplemente decidiendo morir en lugar de otra simplemente choca con el hecho, ya expuesto a partir del Catecismo: no somos dueños absolutos de la vida.

En resumen: aunque hay circunstancias que pueden avalar que alguien se inmole por otra persona debe haber razones suplementarias, notables, bien discernidas, objetivamente comprobables, que hagan de tal acto un modo de hacer posible un bien mayor, o de dar gloria y alabanza a Dios de un modo más pleno. Si tales circunstancias no se dan con esa claridad, parecería que estamos más ante un suicidio que ante un acto de amor.

Frente a los críticos de la canonización de San Juan Pablo II

Numerosas solicitudes hemos recibido para responder a las duras críticas que la Iglesia soporta estos días por la canonización del Papa Juan Pablo II. El mensaje más repetido, hasta el hastío, con clara intención de hacerlo penetrar en la mente de muchos, es que el Papa “encubrió” a sacerdotes indignos, sobre todo indignos por el crimen espantoso del abuso de menores de edad.

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A los católicos que lean estas palabras debo recordarles algo: es natural que el infierno brame y escupa azufre cuando se realiza una canonización. Declarar, con la autoridad de Cristo y de los Apóstoles, que alguien está en el Cielo, no es otra cosa que declarar la derrota de Satanás. Todo el trabajo del demonio tiene un propósito: que no alcancemos nuestra meta, que es el Cielo. Cuando el Papa declara, de modo normativo y definitivo, la santidad de alguien, le está declarando en su cara al demonio que fracasó, que todas sus estrategias fueron inútiles al final; que la presa ansiada escapó de sus fauces: “Hemos salvado la vida como un pájaro de la trampa del cazador; la trampa se rompió y escapamos” (Salmo 124): tal es el mensaje y el canto de victoria de los santos en el Cielo, y entre ellos se encuentra ya nuestro muy amado Juan Pablo II.

No sólo en el mundo sobrenatural sino también en este mundo Juan Pablo II hizo muchos enemigos, porque se opuso a las pretensiones de codicia y de ambición de muchos “imperios” de esta tierra. Nadie puede negar su enorme influencia en la caída del comunismo soviético, ni en la apertura a la fe en la Cuba atea. Falta mucho camino por recorrer en uno y otro caso, pero es evidente que el sistema asfixiante de espionaje y tortura que hacía casi imposible la existencia pública de la fe cristiana, ha caído, y eso significa derrota, amarga derrota para muchos.

Las industrias que se alimentan del pecado, sobre todo, el mercadeo de pornografía vestido con disfraz de protección y de “sexo seguro” tienen que sentir odio puro hacia el Papa polaco. Con inmenso valor, él mostró el camino de la fidelidad y la pureza como la verdadera ruta que humaniza la sexualidad en general, y que debe aplicarse en la África continental en particular. Esa predicación valiente ha marcado la ruta de la Iglesia entera, con resultados que son medibles científicamente. En cambio, cada campaña del llamado sexo seguro sólo deja más abortos, más embarazos juveniles, más enfermedades de transmisión sexual, y mayor y más profundo deterioro del la familia. Pero hay gente que hace su dinero en las industrias de los preservativos y los anticonceptivos; hay quienes se hacen millonarios con los presupuestos que miserablemente gastan los gobiernos subsidiando la muerte de su población más indefensa: los no-nacidos. ¡Es natural que mucha gente que tiene mucho poder deteste con fuerza a Juan Pablo II, y quiera ensuciar su memoria, con el claro propósito de que su palabra sea sepultada en olvido vergonzoso y cobarde!

La acusación central es que el Papa “encubrió” pederastas. Le doy la palabra a un experto mundial, George Wiegel:

Al refutar las acusaciones de encubrimiento de Juan Pablo II a casos de pederastia, el biógrafo papal explicó que tanto en los Estados Unidos como en otras partes, la mayoría de abusos no sucedieron durante el pontificado de Juan Pablo II, aunque las revelaciones de esos casos sí.

Juan Pablo II fue un gran reformador del sacerdocio y el ministerio ordenado de la Iglesia está en mucha mejor forma hoy, gracias a él, de lo que estaba en 1978.

El biógrafo reconoció a ACI Prensa que ciertos despachos vaticanos, especialmente la Congregación para el Clero fueron más lentos de lo que debían haber sido en reconocer la naturaleza del problema en los Estados Unidos y en elaborar remedios apropiados.

Sin embargo, precisó, una vez que estaba claro, en abril de 2002, que esto no podía ser manejado por los obispos estadounidenses solos y que una intervención papal era necesaria, él (Juan Pablo II) intervino y dejó inequívocamente claro que no hay lugar en el sacerdocio para aquellos que dañan a los jóvenes.

Al referirse a la relación del Papa con el P. Marcial Maciel, Weigel afirmó que Juan Pablo II fue engañado por él al igual que mucha, mucha gente.

El discipulado cristiano radical de Juan Pablo II y su notable capacidad de hacer brillar el compromiso a través de sus palabras y sus actos, hizo al Cristianismo interesante e irresistible otra vez en un mundo que pensó que ya había superado su necesidad de fe religiosa, agregó.

Nadie se avergüence de proclamar con alegría la santidad de Juan Pablo II. Si el infierno se retuerce de ira, no es mala cosa: es la señal de cómo Cristo vence una y otra vez. ¡Él es el Señor de la Historia! ¡No tengáis miedo!

¿Dios castiga o no castiga?

“La idea se ha difundido tanto entre el pueblo católico, que muchos quedaron perplejos cuando el Papa Benedicto XVI afirmó que el mundo podría ser castigado por su alejamiento de Dios en su homilía durante la inauguración de la XII Asamblea Ordinaria del Sínodo de Obispos el 5 de Octubre del 2008[1]. El Papa sin embargo no decía nada nuevo, pues la noción de que Dios puede castigar es constante en el Magisterio de sus predecesores y el Magisterio de la Iglesia Universal de todos los tiempos…”

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Las palabras de Santo Tomás sobre la Eucaristía y las manos consagradas

Ahora formo parte de un voluntariado por medio de la Iglesia aquí en California, el cual asiste a los pacientes terminales. Quieren que me vuelva Ministro extraordinario de la comunión para poder llevarle la Eucaristía a los pacientes que no pueden asistir a la Iglesia. Lo que sucede es que no me siento siento digna de coger la Eucaristía con mis manos. Me da miedo herir a nuestro Señor, ya que mis manos no han sido consagradas. Santo Tomas dijo que solo las manos consagradas deberían ser los que sostengan la eucaristía con las manos. En uno de los mensajes de la Virgen, no me acuerdo cual aparición, ella dice que no debemos recibir al Señor con las manos, pero la Iglesia, que es Santa, me pide algo distinto. Que hacer? – C.A.

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Es bien conocido mi entusiasmo por las enseñanzas de Santo Tomás pero es claro que su argumento tiene un valor limitado en esta materia. En la fe de nuestra Iglesia hay enseñanzas de distinto valor y de distinta permanencia.

Por dar un primer ejemplo, no es lo mismo lo que dice Santo Tomás sobre la Trinidad que lo que dice sobre el Limbo. Este estudio de la Comisión Teológica Internacional, tomado de la página web del Vaticano, muestra que la Iglesia no sigue hoy lo que decía Tomás de Aquino en cuanto a los niños que mueren sin bautismo.

No se debe concluir de ahí apresuradamente, como hacen algunos teólogos de poca preparación por estos días, que “Santo Tomás ya está superado.” Lo que hay que concluir, de modo sereno y sano, es que no toda su enseñanza tiene el mismo valor ni la misma permanencia.

Sobre esto, hay otro ejemplo que está más cercano a la vida litúrgica de la Iglesia. Pensaba Santo Tomás que un diácono no debía, de modo ordinario, ser ministro de la Comunión, es decir, de dar la Sagrada Comunión a los fieles. En la Suma Teológica, Parte II, Cuestión 82, Artículo 3, en respuesta a la Objeción 1, dice: “El diácono, como más cercano al orden sacerdotal, participa algo de su oficio, y así administra la sangre, pero no el cuerpo, a no ser en caso de necesidad y mandándoselo el obispo o el presbítero. En primer lugar, porque la sangre de Cristo está contenida en el cáliz, por lo que no es preciso que la toque el ministro, como ha de tocar el cuerpo de Cristo. Segundo, porque la sangre indica la redención que de Cristo llega al pueblo, por lo que la sangre se mezcla con agua, un agua que designa al pueblo. Y puesto que los diáconos están entre el sacerdote y el pueblo, es más adecuado para ellos la distribución de la sangre que la del cuerpo.”

Es un texto que difiere de varios modos de lo que enseña y practica la Iglesia hoy. En el Código de Derecho Canónico actual, Canon 910 § 1. leemos: “Son ministros ordinarios de la sagrada comunión el obispo, el presbítero y el diácono.” Hay claramente un cambio con respecto a lo que enseñaba Tomás, que entendía el sacramento del Orden de modo un poco diferente en cuanto a la disciplina litúrgica. Si, según la legislación vigente en nuestra Iglesia, el diácono es “ministro ordinario” resulta evidente que no hay distinción entre la distribución del Cuerpo y la distribución de la Sangre, como pensaba Tomás de Aquino.

Es bueno recordar que ese es el mismo lugar de la Suma Teológica que se suele citar en cuanto a que la Eucaristía no debe ser tocada por manos no consagradas. Uno debe concluir que para Santo Tomás el diácono sí había sido consagrado, porque había recibido el sacramento del Orden, pero sus manos no eran consagradas. Resulta así una antropología un poco compleja o casuística que no es la que la Iglesia sigue hoy. Además, está el problema de que la boca no recibe una consagración especial, y sin embargo es la que va a recibir las Sagradas Especies Eucarísticas cuando comulgamos. Decir entonces que las manos no deben tocar porque no son consagradas obliga llegar a la difícil pregunta de por qué la boca de la misma persona sí puede tocar y de hecho consumir el Sacramento.

El Código de Derecho Canónico indica: 910 § 2. : “Es ministro extraordinario de la sagrada comunión el acólito, o también otro fiel designado según el c. 230 § 3.” El criterio que sigue la Iglesia es que la distribución de la comunión no añade nada al Sacramento, y si se realiza con respeto y espíritu de fe, tampoco le quita absolutamente nada.

Eso no significa que sea siempre práctico o aconsejable que sea ministro de la comunión una persona laica, ni tampoco significa que sea buena idea dar la Comunión en la mano. Yo entiendo que en sí mismo no es pecado ni ofensa a la Iglesia, pero mi experiencia sacerdotal es que resulta muy imprudente, en muchísimas ocasiones, dar la Comunión en la mano. Pero el mejor remedio no es prohibir, sino evangelizar, catequizar, y arrastrar con el ejemplo.

¿Se puede seguir hablando de clases de almas?

Estimado padre saludos. ¿es todavía actual al concepción de una alma vegetal, una animal y la humana? Un sacerdote profesor de teología me dice que esa concepción ya no es vigente y que las plantas se rigen por energía al igual que los animales y que los seres humanos tenemos el ser. Agradezco su respuesta de antemano. Mi oración con usted. – SDD.

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Las ideas cuando son acertadas son siempre actuales aunque no sean populares.

Pero el problema con los varios tipos de alma no es que sea un pensamiento antiguo sino que hay serias objeciones contra él, sobre todo porque antiguamente se creía que no había ningún tipo de sensibilidad en las plantas y resulta que las plantas ciertamente sienten aunque sus tiempos de respuesta y la clase de estímulos a los que reaccionan son inusuales o limitados. En ese sentido, hablar de alma vegetativa y alma animal es un poco arbitrario.

Observemos que ese problema no se soluciona hablando de “energías.” Más bien el término energía induce a una confusión mayor. Los átomos individualmente considerados manejan flujo de energía, lo mismo que las máquinas. ¿Entonces, qué? Vamos a decir que las máquinas están vivas lo mismos que las plantas y los animales?

Mucho más pobre es sacar como conclusión que el ser humano “tiene el ser.” Si hay una palabra de uso universal y aplicable a todo es “ser,” simplemente porque todo “es.”

Lo más sensato es hablar de alma, haciendo una clara diferencia entre el alma humana, dotada de inteligencia y voluntad, y de suyo inmortal, y las almas, o sea, la característica de “seres” vivos que tienen tanto las plantas como los animales.