¿Por qué me convertí al catolicismo?

Aunque sólo hace algunos años que soy católico, sé sin embargo que el problema de “por qué soy católico” es muy distinto del problema de “por qué me convertí al catolicismo”. Tantas cosas han motivado mi conversión y tantas otras siguen surgiendo después… Todas ellas se ponen en evidencia solamente cuando la primera nos da el empujón que conduce a la conversión misma. Todas son también tan numerosas y tan distintas las unas de las otras, que, al cabo, el motivo originario y primordial puede llegar a parecernos casi insignificante y secundario.

La “confirmación” de la fe, vale decir, su fortalecimiento y afirmación, puede venir, tanto en el sentido real como en el sentido ritual, después de la conversión. El convertido no suele recordar más tarde de qué modo aquellas razones se sucedían las unas a las otras. Pues pronto, muy pronto, este sinnúmero de motivos llega a fundirse para él en una sola y única razón. Existe entre los hombres una curiosa especie de agnósticos, ávidos escudriñadores del arte, que averiguan con sumo cuidado todo lo que en una catedral es antiguo y todo lo que en ella es nuevo. Los católicos, por el contrario, otorgan más importancia al hecho de si la catedral ha sido reconstruída para volver a servir como lo que es, es decir, como catedral.

¡Una catedral! A ella se parece todo el edificio de mi fe; de esta fe mía que es demasiado grande para una descripción detallada; y de la que, sólo con gran esfuerzo, puedo determinar las edades de sus distintas piedras.

A pesar de todo, estoy seguro de que lo primero que me atrajo hacia el catolicismo, era algo que, en el fondo, debería más bien haberme apartado de él. Estoy convencido también de que varios católicos deben sus primeros pasos hacia Roma a la amabilidad del difunto señor Kensit.

El señor Kensit, un pequeño librero de la City, conocido como protestante fanático, organizó en 1898 una banda que, sistemáticamente, asaltaba las iglesias ritualistas y perturbaba seriamente los oficios. El señor Kensit murió en 1902 a causa de heridas recibidas durante uno de esos asaltos. Pronto la opinión pública se volvió contra él, clasificando como “Kensitite Press” a los peores panfletos antirreligiosos publicados en Inglaterra contra Roma, panfletos carentes de todo juicio sano y de toda buena voluntad.

Recuerdo especialmente ahora estos dos casos: unos autores serios lanzaban graves acusaciones contra el catolicismo, y, cosa curiosa, lo que ellos condenaban me pareció algo precioso y deseable.

En el primer caso —creo que se trataba de Horton y Hocking— se mencionaba con estremecido pavor, una terrible blasfemia sobre la Santísima Virgen de un místico católico que escribía: “Todas las criaturas deben todo a Dios; pero a Ella, hasta Dios mismo le debe algún agradecimiento”. Esto me sobresaltó como un son de trompeta y me dije casi en alta voz: “¡Qué maravillosamente dicho!” Me parecía como si el inimaginable hecho de la Encarnación pudiera con dificultad hallar expresión mejor y más clara que la sugerida por aquel místico, siempre que se la sepa entender.

En el segundo caso, alguien del diario “Daily News” (entonces yo mismo era todavía alguien del “Daily News”), como ejemplo típico del “formulismo muerto” de los oficios católicos, citó lo siguiente: un obispo francés se había dirigido a unos soldados y obreros cuyo cansancio físico les volvía dura la asistencia a Misa, diciéndoles que Dios se contentaría con su sola presencia, y que les perdonaría sin duda su cansancio y su distracción. Entonces yo me dije otra vez a mi mismo: “¡Qué sensata es esa gente! Si alguien corriera diez leguas para hacerme un gusto a mi, yo le agradecería muchísimo, también, que se durmiera enseguida en mi presencia”.

Junto con estos dos ejemplos, podría citar aún muchos otros procedentes de aquella primera época en que los inciertos amagos de mi fe católica se nutrieron casi con exclusividad de publicaciones anticatólicas. Tengo un claro recuerdo de lo que siguió a estos primeros amagos. Es algo de lo cual me doy tanta más cuenta cuanto más desearía que no hubiese sucedido. Empecé a marchar hacia el catolicismo mucho antes de conocer a aquellas dos personas excelentísimas a quienes, a este respecto, debo y agradezco tanto: al reverendo Padre John O’Connor de Bradford y al señor Hilaire Belloc; pero lo hice bajo la influencia de mi acostumbrado liberalismo político; lo hice hasta en la madriguera del “Daily News”.

Este primer empuje, después de debérselo a Dios, se lo debo a la historia y a la actitud del pueblo irlandés, a pesar de que no hay en mí ni una sola gota de sangre irlandesa. Estuve solamente dos veces en Irlanda y no tengo ni intereses allí ni sé gran cosa del país. Pero ello no me impidió reconocer que la unión existente entre los diferentes partidos de Irlanda se debe en el fondo a una realidad religiosa; y que es por esta realidad que todo mi interés se concentraba en ese aspecto de la política liberal. Fui descubriendo cada vez con mayor nitidez, enterándome por la historia y por mis propias experiencias, cómo, durante largo tiempo se persiguió por motivos inexplicables a un pueblo cristiano, y todavía sigue odiándosele. Reconocí luego que no podía ser de otra manera, porque esos cristianos eran profundos e incómodos como aquellos que Nerón hizo echar a los leones.

Creo que estas mis revelaciones personales evidencian con claridad la razón de mi catolicismo, razón que luego fue fortificándose. Podría añadir ahora cómo seguí reconociendo después, que a todos los grandes imperios, una vez que se apartaban de Roma, les sucedía precisamente lo mismo que a todos aquellos seres que desprecian las leyes o la naturaleza: tenían un leve éxito momentáneo, pero pronto experimentaban la sensación de estar enlazados por un nudo corredizo, en una situación de la que ellos mismos no podían librarse. En Prusia hay tan poca perspectiva para el prusianismo, como en Manchester para el individualismo manchesteriano.

Todo el mundo sabe que a un viejo pueblo agrario, arraigado en la fe y en las tradiciones de sus antepasados, le espera un futuro más grande o por lo menos más sencillo y más directo que a los pueblos que no tienen por base la tradición y la fe. Si este concepto se aplicase a una autobiografía, resultaría mucho más fácil escribirla que si se escudriñasen sus distintas evoluciones; pero el sistema sería egoísta. Yo prefiero elegir otro método para explicar breve pero completamente el contenido esencial de mi convicción: no es por falta de material que actúo así, sino por la dificultad de elegir lo más apropiado entre todo ese material numeroso. Sin embargo trataré de insinuar uno o dos puntos que me causaron una especial impresión.

Hay en el mundo miles de modos de misticismo capaces de enloquecer al hombre. Pero hay una sola manera entre todas de poner al hombre en un estado normal. Es cierto que la humanidad jamás pudo vivir un largo tiempo sin misticismo. Hasta los primeros sones agudos de la voz helada de Voltaire encontraron eco en Cagliostro. Ahora la superstición y la credulidad han vuelto a expandirse con tan vertiginosa rapidez, que dentro de poco el católico y el agnóstico se encontrarán lado a lado. Los católicos serán los únicos que, con razón, podrán llamarse racionalistas. El mismo culto idolátrico por el misterio empezó con la decadencia de la Roma pagana a pesar de los “intermezzos” de un Lucrecio o de un Lucano.

No es natural ser materialista ni tampoco el serlo da una impresión de naturalidad. Tampoco es natural contentarse únicamente con la naturaleza. El hombre, por lo contrario, es místico. Nacido como místico, muere también como místico, sobre todo si en vida ha sido un agnóstico. Mientras que todas las sociedades humanas consideran la inclinación al misticismo como algo extraordinario, tengo yo que objetar, sin embargo, que una sola sociedad entre ellas, el catolicismo, tiene en cuenta las cosas cotidianas. Todas las otras las dejan de lado y las menosprecian.

Un célebre autor publicó una vez una novela sobre la contraposición que existe entre el convento y la familia (The Cloister and the hearth). En aquel tiempo, hace 50 años, era realmente posible en Inglaterra imaginar una contradicción entre esas dos cosas. Hoy en día, la así llamada contradicción, llega a ser casi un estrecho parentesco. Aquellos que en otro tiempo exigían a gritos la anulación de los conventos, destruyen hoy sin disimulo la familia. Este es uno de los tantos hechos que testimonian la verdad siguiente: que en la religión católica, los votos y las profesiones más altas y “menos razonables” —por decirlo así— son, sin embargo, los que protegen las cosas mejores de la vida diaria.

Muchas señales místicas han sacudido el mundo. Pero una sola revolución mística lo ha conservado: el santo está al lado lo superior es el mejor amigo de lo bueno. Toda otra aparente revelación se desvía al fin hacia una u otra filosofía indigna de la humanidad; a simplificaciones destructoras; al pesimismo, al optimismo, al fatalismo, a la nada y otra vez a la nada; al “nonsense”, a la insensatez.

Es cierto que todas las religiones contienen algo bueno. Pero lo bueno, la quinta esencia de lo bueno, la humildad, el amor y el fervoroso agradecimiento “realmente existente” hacia Dios, no se hallan en ellas. Por más que las penetremos, por más respeto que les demostremos, con mayor claridad aún reconoceremos también esto: en lo más hondo de ellas hay algo distinto de lo puramente bueno; hay a veces dudas metafísicas sobre la materia, a veces habla en ellas la voz fuerte de la naturaleza; otras, y esto en el mejor de los casos, existe un miedo a la Ley y al Señor.

Si se exagera todo esto, nace en las religiones una deformación que llega hasta el diabolismo. Sólo pueden soportarse mientras se mantengan razonables y medidas. Mientras se estén tranquilas, pueden llegar a ser estimadas, como sucedió con el protestantismo victoriano. Por el contrario, la más exaltación por la Santísima Virgen o la más extraña imitación de San Francisco de Asís, seguirían siendo, en su quintaesencia, una cosa sana y sólida. Nadie negará por ello su humanismo, ni despreciará a su prójimo. Lo que es bueno, jamás podrá llegar a ser DEMASIADO bueno. Esta es una de las características del catolicismo que me parece singular y universal a la vez. Esta otra la sigue:

Sólo la Iglesia Católica puede salvar al hombre ante la destructora y humillante esclavitud de ser hijo de su tiempo. El otro día, Bernard Shaw expresó el nostálgico deseo de que todos los hombres vivieran trescientos años en civilizaciones más felices. Tal frase nos demuestra cómo los santurrones sólo desean —como ellos mismos dicen— reformas prácticas y objetivas. Ahora bien: esto se dice con facilidad; pero estoy absolutamente convencido de lo siguiente: si Bernard Shaw hubiera vivido durante los últimos trescientos años, se habría convertido hace ya mucho tiempo al catolicismo. Habría comprendido que el mundo gira siempre en la misma órbita y que poco se puede confiar en su así llamado progreso. Habría visto también cómo la Iglesia fue sacrificada por una superstición bíblica, y la Biblia por una superstición darwinista. Y uno de los primeros en combatir estos hechos hubiera sido él. Sea como fuere, Bernard Shaw deseaba para cada uno una experiencia de trescientos años. Y los católicos, muy al contrario de todos los otros hombres, tienen una experiencia de diecinueve siglos. Una persona que se convierte al catolicismo, llega, pues, a tener de repente dos mil años. Esto significa, si lo precisamos todavía más, que una persona, al convertirse, crece y se eleva hacia el pleno humanismo. Juzga las cosas del modo como ellas conmueven a la humanidad, y a todos los países y en todos los tiempos; y no sólo según las últimas noticias de los diarios Si un hombre moderno dice que su religión es el espiritualismo o el socialismo, ese hombre vive íntegramente en el mundo más moderno posible, es decir, en el mundo de los partidos. El socialismo es la reacción contra el capitalismo, contra la insana acumulación de riquezas en la propia nación. Su política resultaría del todo distinta si se viviera en Esparta o en el Tibet. El espiritualismo no atraería tampoco tanto la atención si no estuviese en contradicción deslumbrante con el materialismo extendido en todas partes. Tampoco tendría tanto poder si se reconocieran más los valores sobrenaturales. Jamás la superstición ha revolucionado tanto el mundo como ahora. Sólo después que toda una generación declaró dogmáticamente y una vez por todas, la IMPOSIBILIDAD de que haya espíritus, la misma generación se dejó asustar por un pobre, pequeño espíritu. Estas supersticiones son invenciones de su tiempo —podría decirse en su excusa—. Hace ya mucho, sin embargo, que la Iglesia Católica probó no ser ella una invención de su tiempo: es la obra de su Creador, y sigue siendo capaz de vivir lo mismo en su vejez que en su primera juventud: y sus enemigos, en lo más profundo de sus almas, han perdido ya la esperanza de verla morir algún día.

G. K. Chesterton

Tampoco hoy he bebido

Un alcohólico nos evangeliza.

Queridisimos Amigos de mi Alma: Que El Señor les Bendiga a Todos. Deseo de forma especial, a todos los Amigos que en estos momentos sufran por cualquier motivo, que El Señor y Su Santisima Madre, les lleven de Sus Manos.

Quisiera hablarles hoy un poco de mi. De mi trayectoria personal. De mi Espiritualidad, lo que en las Reuniones de Ultreya, llamamos “El Rollo”. Así que como si estuviese delante de mis muchos Amigos de mi Alma, Cursillistas muchos de Ellos, con humildad por una parte, y desde mis Sentimientos, a Ustedes me dirijo y les relato “mi rollo”.

Me llamo Juan Francisco; tengo 47 años de edad; estoy casado y de nuestro Matrimonio, tenemos dos Hijos. Nací en una Familia de clase media; mi Padre era empleado de una entidad bancaria; mi Madre, las cosas del Hogar. Somos seis Hermanos. Una Familia “edificante y humilde”, sencilla y Catolica, Donde fuimos haciéndonos personas, y para mi, Ejemplo Vivo de lo que una Sagrada Familia da de sí misma. Ibamos desde pequeños todos a Misa. Se rezaba el Rosario en Casa. Y ya desde joven, me sentí predispuesto a participar en el entorno de las Cosas del Señor. Como consecuencia de la enfermedad de mi Padre, me tuve que poner a trabajar ya a los 16 años, pues lo pasamos muy mal entonces en Casa, dejando los Estudios de la Mañana, para hacerlos de Noche. Alli, en la Clase de Religión, conocí a quien después fue mi Director Espiritual durante Años, Don Santiago Diaz Peñate, Consilario que era entonces de Acción Católica. Con él, comence a frecuentar las Maravillas del Sagrario y de la Eucaristia, en las Juventudes de Acción Católica. Fueron nueve años continuados del encuentro con El Señor en los Ejercicios Espirituales; en Reuniones de Grupos de Vida, en ir formándome como hombre de Cristo en la Vida Ordinaria; Yo diría que fue “La Base” de mi Vida misma. Entonces ya trabajaba en lo que durante el resto de mis días, ha sido mi profesión: la Consultoría de Empresas,”actividad” que hoy representa mi medio de Vida. Participé también con Grupos de Jóvenes, y en otras actividades de la Iglesia, en las que me sentía de verdad “enrriquecido y grato a los Ojos del Señor”.

Algo ocurrió en mi, para que yo “abandonase” el movimiento, y con ello, el que me alejase de una vida de piedad y de entereza en torno a una vida sana, modelo para mis padres, mis Hermanos y mi trabajo. Fue, el frecuentar a amigos que lejos de vivir una vida decorosa, pasaban sus horas en las esquinas del Barrio, ninguno de los cuales tenía un aliciente o una conducta en la que yo pudiese fijar mi mirada y aprender de ellos, pero así fue, que me aleje de la Eucaristía diaria, y también de la Santísima Madre Iglesia. Allí comenzó mi vida en torno al alcohol. Mi mala vida.

Luego, en el transcurso de unos cuantos años, ¡cuanto me pesan; cuanto me duelen!, alterné la frescura del dinero, pues conseguí establecerme por mi cuenta y pasar a mejor fortuna, y con ello, otros nuevos “amigos” “prendidos de mi”, sobre todo en horas de la noche, cuando terminaba de trabajar en mi despacho, buscando quitarme de stress del día, ¡hundiéndome y metiendo la cabeza en el disparate y en cosas “para las que no estaba preparado”. Vinieron las juergas, el juego, mucho alcohol y muchísimo desgaste personal, pero sobre todo, espiritual. Me hice un alcohólico: ¡la dura respuesta del pecado a mi vida¡. Y con ello, muchísimo sufrimiento personal, pero especialmente familiar. Casi pierdo a mi familia. Mi esposa y mis hijos casi no me hablaban.

Un día, la Gracia del Señor, “una vez más” hizo Su aparicion en mi Vida. Buscaba “algo”. No sabía por donde buscarlo, pero sabía que aqui estaba, en el tiempo que me tocaba vivir. Alguien “apareció” y me hablo del Cursillo de Cristiandad. animado e ilusionado, después de muchos años, acudí a este Encuentro con El Señor. “Fue Maravilloso”. Llore ante El Sagrario durante el Cursillo, “a solas con El Señor”, y desde aquel día, mi vida de nuevo comenzó a tomar de la Gracia del Espíritu Santo “el Sabor a la Vida”.

Ya en el cuarto día, acudí durante meses a las Ultreyas. Luego, deje de ir, unas veces por un motivo, otras por otro. Así comencé nuevamente a alejarme de una Gracia, la de Dios, que de no conversarla y frecuentarla día a día, se aleja también de uno mismo. También entonces me refugié en la bebida, “cuando me faltaba la vida misma” y con ello, la soledad, el sufrimiento otra vez y la angustia.

Fue en El Año Jubilar. En El Año 2000, que El Señor me abrió de nuevo Su Corazon y yo “acepté” disciplinar todo mi Ser, en busca de ser, o tratar de ser al menos, un buen hombre; alguien capaz de vivir en la ilusion, la ternura y la esperanza. Ingresé en una Comunidad mundialmente conocida de Alcohólicos, y aquí sigo y aquí estaré, si Dios lo quiere asi, por el resto de mis días. ¡Pero en ello¡ “algo” ha sucedido también: Mi Vida Espiritual, de nuevo, comenzó a resurgir; a brillar en mi corazón, en mi alma, en todos mis quehaceres; en la pulcritud de mis actos; en la honestidad de mi relación con Dios.

Tampoco hoy he bebido. Tambien hoy he hablado con El Señor. Mi cuarto día continúa. No soy ejemplo para nadie, pero “alguien puede haber” que pueda tomar de mi conducta, ¡lo que no hay que hacer¡ “cuando se deja a Dios en la cuneta”.

Vivo muy feliz. A todos los quiero con todo mi Corazon: Amigos de mi Alma.

Gracias por leerme.

Juan Francisco.

El mundo ya ha soportado suficiente comunismo para toda la eternidad

La Razón (España)

Ján Korec, cardenal de Nitra (Eslovaquia), estuvo doce años en prisión por su fe.

Me recibe en su señero palacete episcopal, un entramado de estrechos y sinuosos pasillos, cámaras y habitaciones que se adaptan al abrupto peñasco sobre el que está construido, configurando “el edificio más antiguo de Eslovaquia”, según me revela. Todo en Nitra es antiguo y señorial, solemne y ceremonioso. “Ésta es la diócesis más vieja de Europa central y del este, entre Munich y Siberia”, continúa relatando. El cardenal Korec habla desde la experiencia de sus años de cárcel: “Dios nos libre del comunismo”.

Monseñor Korec estuvo en la cárcel con 200 curas y seis obispos

Álex Navajas – Nitra (Eslovaquia).-

Ordenado cabello níveo corona la cabeza, y sus manos episcopales, que han conocido más el trabajo de la fábrica que el de las cosas de Dios, se mueven con energía al compás de sus palabras.

¬Usted ha escrito un libro que lleva un título significativo: “La noche de los bárbaros”, en el que se refiere a la época del comunismo en su país, la antigua Checoslovaquia. Supongo que para una población mayoritariamente católica no sería fácil vivir en esos años

¬No, ciertamente. Yo estuve doce años en prisión, hasta 1960, por ser sacerdote. Pasé muchas noches encerrado en un sótano, completamente a oscuras. Conocí a cerca de 200 curas y seis obispos en la cárcel. Dos de ellos fueron condenados a cadena perpetua, acusados de ser “espías vaticanos”, y otro, monseñor Ján Vojtassák, a 24 años de prisión cuando ya tenía 72. Pero no perdía el buen humor. Recuerdo que bromeaba: “Después de mi muerte dejarán mi cadáver en la celda para acabar de cumplir la pena”. Y, efectivamente, murió en prisión. Yo le conocí cuando ya llevaba diez años encarcelado, y Juan Pablo II le va a beatificar próximamente.

Iglesias demolidas

¬¿Qué ocurrió mientras tanto con todas las iglesias y seminarios, y con sus fieles?

¬Casi todos los edificios fueron destruidos o abandonados, y los seminaristas, dispersados. En 1989, cuando cayó el comunismo, nos los devolvieron, pero a nosotros nos ha tocado reconstruir los edificios y la vida espiritual de la gente. En este sentido ha sido fundamental el apoyo de asociaciones como “Ayuda a la Iglesia Necesitada”. Gracias a ella, sólo en mi diócesis hemos podido reconstruir 85 iglesias y el seminario.

¬Cuando cumplió su condena, ¿pudo volver a su parroquia?

¬No. A partir de 1960 comencé a trabajar en una fábrica. Durante los 40 años de opresión comunista, la policía espiaba a todos los grupos cristianos sospechosos. Durante siete años tuve que hablar en voz baja en mi propia casa.

¬¿Era ya obispo durante sus años de trabajos forzados?

¬Sí. El Papa me había nombrado obispo “in pectore” en 1951, mientras estaba en la cárcel. Apenas tenía 27 años, y era el obispo más joven del mundo. El año pasado, de hecho, cumplí mis cincuenta años como prelado, algo a lo que llegan pocos obispos.

La Iglesia ha sobrevivido

¬El comunismo cayó de golpe a la vez que el muro de Berlín. Sin embargo, en Europa occidental aún quedan quienes coquetean con la “ideología roja» o se convierten en «comunistas reciclados», adoptando nuevas formas pero manteniendo las mismas ideas

¬Que Dios libre a cualquier país del comunismo. El mundo ya ha soportado suficiente para toda la eternidad. Esta locura ha provocado cien millones de muertos desde Moscú hasta Corea del Norte. Bastaba una firma de Stalin, como de hecho ocurrió varias veces, para fusilar a 240.000 personas de golpe. Pero fíjese: todo estaba en manos de los comunistas y ha caído. Sin embargo, una vez más, la Iglesia ha sobrevivido. Aún así, los comunistas siguen estando en todos lados ocultos bajo el disfraz de “demócratas”.

¬Y que Dios libre también al mundo del capitalismo salvaje, que no ha producido quizás muertos, pero sí esclavos y una erosión salvaje de la fe, mucho mayor que la que se ha producido en los países ex comunistas.

¬Es cierto. Los comunistas no veían al hombre, sino a un trozo de materia. En ese sentido se parecen a los liberales ateos, que predican la misma idea del hombre que los comunistas. Eso se ve, por ejemplo, en los documentos de constitución de Europa: no hay una sola mención de Dios. Ésos son los liberales: quieren hacer una Europa sin Dios, y eso es horrible.

¬Excelencia; el próximo Papa, ¿también vendrá del Este?

¬¿Eso sólo lo sabe el Señor!

Soy feliz, soy Amiga

Amo a la gente que vive a mi alrededor.

Amo la alegría y por eso la encuentro junto a mí.

Amo la amistad y por eso recojo las estrellas y mi vida es una delicia.

No tengo nada y puedo disfrutar de todo.

¡Hay tanto que recibir mirando las cosas pequeñas

y la gente sencilla y buena!

¡Hay así tantas sorpresas y milagros que descubrir

con los ojos abiertos o cerrados!

En cada cosa existe escondido un recuerdo del paraíso perdido.

Ser capaces de advertirlo es lo que constituye el arte de vivir.

Sé que no es fácil tocar el cielo, pero sé con mayor certeza

que resulta imposible si el cielo no entra en mí.

El cielo debe empezar en la tierra, dondequiera que los hombres sean amigos y donde la bondad se pueda transmitir de mano en mano, aliada a la alegría.

Si cuando trato de amar, el amor que ofrezco se hace visible y sobre todo recìproco, es que manifiesto a Jesùs.

Vivir es una aventura apasionante, con Dios y con los hombres, en un mundo de luces y tinieblas.

No quiero ser un héroe, ni un mártir, sino una mujer que recoge las flores olvidadas y se ríe de los grandes de la tierra que se apoyan en el poder y la riqueza.

Amo a la alegría y por eso la encuentro junto a mí

COMO NO GOZAR DE LA AMISTAD SIENDO “AMIGA” ANTE TODO.

Sentir a Dios

Fr. Nelson Medina, O.P.

Hay varios momentos densos de la presencia divina. No es algo que uno pueda programar, pues como dice en varios lugares Dios Padre a Santa Catalina de Siena, no debemos “poner leyes al Espíritu Santo”. Pero es algo que sucede. Y cada vez que sucede nos transforma, nos hace distintos.

Cuando tenía diez años recuerdo que el profesor de matemáticas decidió que yo quedaba eximido de presentar el examen final del curso porque ese año me había ido muy bien en la materia. Como consecuencia, salí del salón mientras mis compañeros hacían sus exámenes. Y pensé: “¿qué hago en este tiempo?” Se me ocurrió rezar. Sentía que tenía que darle gracias a Dios porque de veras me parecía un regalo lo que me había sucedido. Y empecé a decir el Padre Nuestro. Lágrimas asomaron a mis ojos porque sentí que DE VERAS Dios es papá, Dios da regalos, Dios mira la vida de uno, así uno sea tan pequeñito como un niño de diez años.

En mi vida, la presencia de Dios se ha dejado sentir muchas veces en el contexto de la Renovación Carismática. Recuerdo el inmenso grupo de oración “Tierra Nueva” en el salón “Justicia y Alabanza” del Minuto de Dios. Las voces se unían, los corazones ardían, los brazos se levantaban aclamando con júbilo indescriptible al Rey de Reyes y Señor de Señores… Es una escena que además he podido vivir en muchas otras ocasiones y muchos otros lugares, por misericordia de Dios. En el Congreso para Hombres que organizó la “Juventud Renovada en el Espíritu Santo” en Pomona, California, en el 2002, fue impresionante ver a Dios rompiendo barreras, prejuicios, “machismos” infantiles y rostros duros con los que nosotros los hombres solemos ocultar nuestra debilidad o necesidad de amor. Y recientemente en el IX Congreso de Sanación de Familias organizado por la Asociación María Santificadora vimos el poder de Dios reconciliando familias y quebrantando corazones…!

Un modo especial de la presencia divina es la suavidad y potencia de amor que brota del Corazón de la Virgen María. Como muchos católicos no se me facilita mucho rezar el Santo Rosario, pero ello no ha sido un obstáculo para descubrir, en el Rosario y fuera de él, cuánto nos ama la Virgen. Dicen que Ella dijo en Medjugorie: “Si supierais cuánto os amo, lloraríais de alegría”. Creo que es verdad. Dios le ha concedido a María ser la GRAN SEÑAL de su gracia, pues Ella es la “Llena de Gracia” como la llamó el Arcángel Gabriel en la Anunciación. Enamorarse de María es prendarse del esplendor de Dios.

Una experiencia aparte es la que todos o casi todos hemos vivido en la CONFESIÓN. ¡Cosa más maravillosa, ver a Dios ocuparse con piedad y ternura de quien menos la merece! Ese gozo de ser perdonado es tan grande y nos deja palpar tanto a Dios que yo a veces temo que cree adicción. Y más de una vez he sentido genuina tristeza de pensar que los protestantes renuncian a esos gozos y a esas ternuras de Cristo por una supuesta “fidelidad” a la Palabra de Dios (¿?).

Y junto a la confesión, desde luego, la SANTÍSIMA EUCARISTÍA. No siempre uno como sacerdote siente ruido de alas de ángeles cuando celebra la Santa Misa, pero, con una vez que se sienta, es capaz de sobrecoger el alma y de confirmar la fe en el corazón de un modo que no cabe expresar en palabras. En el V Congreso “Palabra Viva” de Kejaritomene viví algo singular en este sentido. Hicimos la procesión de adoración al Santísimo Sacramento con la SANGRE del Señor: un cáliz con la Sangre, protegido debidamente con una película transparente. Mientras íbamos en la procesión, un niño de unos cinco o seis años se acerca y se queda mirando arrobado el caliz que yo sostenía en alto. Entonces, movido por una inspiración muy fuerte, bajé el caliz hasta la altura de la mirada del niño, que se quedó mirando extasiado el brillo de la Sangre de Cristo; después de unos segundos levantó los ojos y con una levísima sonrisa me dijo todo lo que un cristiano puede decir a un sacerdote: GRACIAS.

Tengo tiempo para tí

Queridos amigos en la FE. Con inmenso gozo queremos compartir algo de nuestra experiencia espiritual que el Señor nos regala a diario, pero de una manera especial y única mediante los RETIROS ANUALES que hace una semana realizamos.

No fue necesario movilizarnos a otro lugar, sino que “permanecimos ahí a los pies del DIVINO MAESTRO”. (Lc 10, 38-42) Fue el momento de aquietar, de silenciar, de estar a solas con el Amado y experimentar con hondura nuestra vida contemplativa.

Volver a las fuentes es necesario para sacar los tesoros que se nos van quedando y que de cuando en cuando hay que recordar, pues la vida se nos puede diluir en otras preocupaciones o bagatelas que nos descentran. Hemos vuelto a las raíces de nuestra VIDA CONSAGRADA, para ver con buenos lentes lo que debemos recuperar y renovar.

Y como siempre… Dios se muestra favorable a través de los humildes y sencillos, por eso, gracias a nuestro excepcional Predicador quien fue uno de los instrumentos más valiosos que nos proporcionó para este tiempo de GRACIA. Nos ha mostrado con “ojo de águila” lo que debemos mejorar; con la bondad de un hermano, nuestras fallas y cómo corregirlas; con la ternura y delicadeza de una madre, nuestras heridas y como sanarlas.

Por tanto queremos dar gracias a FRAY JORGE ISRAEL GOMEZ OTALORA O.P. por preocuparse y entregarse de lleno a la obra que Dios ha iniciado en nuestra Comunidad.

Mi Comunidad:

Es el misterio de la Trinidad. Son los TRES bajo la figura de la otra y del otro… y me cuesta creerlo de verdad pero es así:

PADRE, HIJO Y ESPIRITU SANTO

UN SOLO DIOS ACTUANDO EN LA BUENA VOLUNTAD DE UNA HERMANA, DE UN HERMANO, A QUIENES HE DE AMAR.

Por eso es un MISTERIO: un MISTERIO DE AMOR! que solo se cree por la FE, CUANDO SE VIVE DE VERDAD, CON ALEGRIA…

Por tanto, TOMA MI MANO, DAME TU MANO, QUIERO ABRAZARTE SOMOS UNO EN JESUS. SOMOS HERMANOS, UN SOLO PUEBLO. COMISIONADOS PARA HABLAR DE SU LUZ. SOMOS HIJOS DE UN MISMO PADRE, SOMOS UNA FAMILIA, SOMOS UNO EN JESUS.

Carta del Padre Farinello a Jesús

Jesús, quiero agradecerte porque a pesar de mis infidelidades y mis pecados me sigues eligiendo: sigues dándome el sacerdocio. Y te lo agradezco infinitamente, porque ese es mi mayor tesoro.

Todo lo que soy, los momentos más hermosos y plenos de mi vida los he vivido como sacerdote…

Cuando levanto la hostia, mis manos tiemblan de emoción. Cuando atiendo a un enfermo grave y en tu Nombre perdono sus pecados. Cuando puedo ayudar a mi hermano. Cuando hago todo eso… ¡Soy tan feliz!

Por eso, a pesar de mis flaquezas y mis pecados, te agradezco que me hayas elegido. Gracias, Jesús.

Pero también tengo que reconocer y pedirte perdón por la falta de alegría que tengo en los últimos tiempos. ¡Me cuesta tanto sonreír, estar en paz y atender a mis hermanos con amor!

Me estoy volviendo nervioso, impaciente… Me siento desbordado, Jesús. Siempre hay gente, siempre hay pobres que me persiguen, que me piden, que esperan mi ayuda.

Y a veces, te lo confieso, quisiera desaparecer, borrarme de todo y vivir tranquilo, quedarme en mi casa leyendo un libro o mirando una película. Pero es imposible, me persiguen. Y entonces ya no tengo fuerza para sonreír y atenderlos con amor.

Lo peor de todo, Jesús, es que creo que ellos se dan cuenta de lo que me pasa. Y esto es terrible, Señor, porque no estoy cumpliendo con el mandamiento que, junto con el amor de Dios, resume toda la ley: “Amarás al prójimo como a ti mismo”.

Por esto, Jesús, también quiero pedirte perdón. Amén.

El padre Ferinello, también llamado el cura de los pobres, colabora día a día con su obra en la atención y cuidado de los más desposeídos. Su compromiso y su fe lo convierten en un ejemplo de entrega, servicio y amor.

Las otras formas de lenguaje (2)

Continuamos aquí las reflexiones iniciadas hace unos días.

2. Palabras extrañas de Jesús

Dejemos sin discusión las respuestas anteriores y abordemos más bien la pregunta desde un enfoque diferente.

Con bastante fecuencia vemos a Jesús usar parábolas. Usualmente pensamos en ellas como recursos pedagógicos para exponer de manera sencilla y fácil de recordar las verdades fundamentales de la predicación. En este sentido leemos en una Enciclopedia Católica online:

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