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Esta fiesta responde a una larga tradición de fe en la Iglesia: orar por aquellos fieles que han acabado su vida terrena y que se encuentran aún en estado de purificación en el Purgatorio.
El Catecismo de la Iglesia Católica nos recuerda, que los que mueren en gracia y amistad de Dios pero no perfectamente purificados, pasan después de su muerte por un proceso de purificación, para obtener la completa hermosura de su alma.
La Iglesia llama "Purgatorio" a esa purificación. Y para hablar de que será como un fuego purificador, se basa en aquella frase de San Pablo que dice: "La obra de cada uno quedará al descubierto el día en que pasen por fuego. Las obras que cada cual ha hecho, se probarán en el fuego" ( véase 1Corintios 3,14).
La práctica de orar por los difuntos es sumamente antigua. El segundo libro de los Macabeos en el Antiguo Testamento, dice: "Mandó Juan Macabeo ofrecer sacrificios por los muertos, para que quedaran libres de sus pecados" (véase 2 Macabeos12,46).
Y siguiendo esta tradición, la Iglesia, desde los primeros siglos, ha tenido la costumbre de orar por los difuntos.
Al respecto, San Gregorio Magno afirma: "Si Jesucristo dijo que hay faltas que no serán perdonadas ni en este mundo ni en el otro, es señal de que hay faltas que sí son perdonadas en el otro mundo. Para que Dios perdone a los difuntos las faltas veniales que tenían sin perdonar en el momento de su muerte, ofrecemos misas, oraciones y limosnas por su eterno descanso".
Estos actos de piedad son constantemente alentados por la Iglesia.
México D.F. - Felicidades!! Que Dios te siga bendiciendo y el Santo Espíritu inunde tu vida y tus años. Que nuestra madre María Santísima sea quien te presente en todo momento y en especial este día a su hijo amado, nuestro Señor Jesús. Gloria a Dios por este día en que cumples un año más de vida!
Bogotá, Colombia (1966) - Mi Linda, te deseo un muy feliz cumpleaños, en una fecha tan especial, para nuestra familia. Dios te bendiga hoy y siempre. Anny, Gaby y Nené
Medellín, Colombia (2010) - Felicitaciones a todos los miembros de mi comunidad por perseverar en la búsqueda del Señor y por brindar tanto amor a sus hermanos, que la paz que solo Dios dá este en sus corazones siempre.
Respondió Job a sus amigos: "¡Ojalá se escribieran mis palabras, ojalá se grabaran en cobre, con cincel de hierro y en plomo se escribieran para siempre en la roca! Yo sé que está vivo mi Redentor, y que al final se alzará sobre el polvo: después que me arranquen la piel, ya sin carne, veré a Dios; yo mismo lo veré, y no otro, mis propios ojos lo verán."
Hermanos: Nosotros somos ciudadanos del cielo, de donde aguardamos un Salvador: el Señor Jesucristo. Él transformará nuestro cuerpo humilde, según el modelo de su cuerpo glorioso, con esa energía que posee para sometérselo todo.
Transformará nuestro cuerpo humilde, según el modelo de su cuerpo glorioso (Filipenses 3,20-21)
Evangelio
Al llegar el mediodía, toda la región quedó en tinieblas hasta media tarde. Y, a la media tarde, Jesús clamó con voz potente: "Eloí, Eloí, lamá sabaktaní". (Que significa: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?") Algunos de los presentes, al oírlo, decían: "Mira, está llamando a Elías." Y uno echó a correr y, empapando una esponja en vinagre, la sujetó a una caña, y le daba de beber, diciendo: "Dejad, a ver si viene Elías a bajarlo." Y Jesús, dando un fuerte grito, expiró. El velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo. El centurión, que estaba enfrente, al ver cómo había expirado, dijo: "Realmente este hombre era Hijo de Dios."
[Pasado el sábado, María Magdalena, María la de Santiago, y Salomé compraron aromas para ir a embalsamar a Jesús. Y muy temprano, el primer día de la semana, al salir el sol, fueron al sepulcro. Y se decían unas a otras: "¿Quién nos correrá la piedra de la entrada del sepulcro?" Al mirar, vieron que la piedra estaba corrida, y eso que era muy grande. Entraron en el sepulcro y vieron a un joven sentado a la derecha, vestido de blanco. Y se asustaron. Él les dijo: "No os asustéis. ¿Buscáis a Jesús el Nazareno, el crucificado? No está aquí. Ha resucitado. Mirad el sitio donde lo pusieron."]
Oremos por nuestros hermanos difuntos para que sea retirado todo obstáculo y lleguen a contemplar la gloria del Señor, la plenitud para la cual fueron creados. 5 min. 27 seg.
Recordemos con amor a nuestros difuntos, entregándolos a la misericordia de Dios, orando por ellos y les pedimos en la medida en que la caridad se los permita nos auxilien a nosotros también. 5 min. 34 seg.
La muerte es una realidad profunda que nos llama a la conversión y a tener caridad con los difuntos porque ellos dependen completamente de la oración de nosotros, la Iglesia. 5 min. 20 seg.
La Iglesia celebra, suplica y evangeliza. Cada uno de nosotros necesita ser evangelizado, que se suplique en favor nuestro y que celebre la misericordia y el poder de Dios. 4 min. 44 seg.
Los difuntos en el purgatorio tienen la esperanza de ver el rostro de Dios y nosotros podemos acudir en su auxilio para acortar su sufrimiento con nuestras oraciones. 6 min. 46 seg.
Recordemos que la Iglesia no solo se vive aquí, existe un pasado y se proyecta al futuro; todos hemos sido redimidos por Cristo y estamos unidos por una sola fe; nuestro deber es entregar esa fe intacta a los futuros cristianos y orar por nuestros difuntos. 5 min. 25 seg.
Orar por los difuntos es un acto de sublime caridad; además, a nosotros nos hace bien reflexionar sobre la muerte y el camino de conversión; y es profundamente sanador. 5 min. 46 seg.
Recomendaciones prácticas para enfrentar como auténticos cristianos, el misterio de la muerte: señalamos cuatro errores típicos de nuestro tiempo y cómo evitarlos. 16 min. 57 seg.
Esta conmemoración nos recuerda que la caridad en la Iglesia trasciende las fronteras de la muerte, la grandeza de la santidad de Dios a la que estamos llamados y que somos peregrinos, que estamos llamados a la eternidad. 4 min. 58 seg.
Con respecto a nuestros difuntos debemos: agradecer, aprender de ellos lo bueno para seguir ese camino, buscar liberación porque hay pecados que se repiten y compartir la historia de nuestros difuntos a las nuevas generaciones. 9 min. 55 seg.
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1.1 El misterio central de nuestra fe es la Resurrección de Cristo (cf. 1 Cor 15,14). Esto hemos de tomarlo en serio: el enemigo más grande de nuestros sueños y esperanzas, es decir, la muerte, ha caído ante uno que es más fuerte: Jesucristo.
1.2 La resurrección del Señor es una obra del amor. Levantado del sepulcro, Cristo manifiesta el sentido de toda su vida, que no fue otra cosa sino una continua ofrenda de amor. Es que el freno para amar, lo que nos detiene de amar más y mejor es la muerte. Sentimos que si amamos demasiado perdemos lo nuestro y nos quedamos sin nada. Pero Cristo ha amado hasta quedarse sin nada, porque se ha "vaciado" de sí mismo en la cruz (cf. Flp 2,7). Cristo ha asumido el riesgo terrible de ofrecerse a las fauces de la muerte, fiado solamente de la voluntad del Padre. La resurrección de Cristo es entonces la respuesta de amor del Padre, que así manifiesta el triunfo de un amor que no se mide, un amor que no se limita porque no se detiene ante la muerte.
2. La comunión de los santos
2.1 Nosotros hemos nacido de ese amor invencible, pues de nosotros fue escrito: "no nacieron de sangre, ni de la voluntad de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino de Dios" (Jn 1,13). El que nos une y nos reúne no es otro que el Espíritu Santo, el Espíritu que resucito a Jesús de entre los muertos. Este es el misterio que llamamos la "comunión de los santos": somos uno en Él, gracias al mismo amor que hizo posible el portento de la Encarnación y el milagro sublime de la Resurrección.
2.2 No cabe pensar entonces que ese amor, que ya venció una vez y para siempre a la muerte, ahora sea inferior a la muerte. El amor que nos hace "uno" en Jesús es el mismo amor que resucitó a Jesús, y por eso estamos ciertos que la Iglesia que peregrina en esta tierra está indisolublemente unida a la Iglesia que ha pasado ya por el umbral de la muerte.
2.3 Semejante lenguaje no podía decirse antes de la resurrección del Señor, y por ello, antes de la predicación de este misterio de misterios, toda invocación de difuntos o toda idea de una comunicación entre los difuntos y nosotros tenía que ser prohibida como espiritismo, según ordena severamente el Antiguo Testamento: "No sea hallado en ti ... quien practique adivinación, ni hechicería, o sea agorero, o hechicero, o encantador, o médium, o espiritista, ni quien consulte a los muertos" (Dt 18,10-11). Esta prohibición era razonable porque el contacto con los difuntos sólo podía tener un objetivo: el intento de asegurar algunos bienes (suerte, dinero, éxitos...) para esta vida. Pero nosotros no miramos así a nuestros difuntos, pues es la luz de la victoria del Resucitado quien nos lleva a considerar el alto destino al que han sido llamados ellos lo mismo que nosotros.
3. Un inmenso acto de amor
3.1 Nuestras oraciones por los fieles difuntos llevan por consiguiente un doble sello: caridad hacia ellos y certeza de la victoria de Cristo. Les amamos, pero no con un amor nostálgico, prisionero de la fantasía o el recuerdo, sino con el amor eficacísimo propio de la victoria del Señor.
3.2 Y por eso desde antiguo la Iglesia ha considerado que es acto precioso de misericordia orar por los difuntos de quienes podemos pensar que necesitan de este sufragio, no para reemplazar la fe, si no la tuvieron, sino para limpiar con la potencia de nuestro amor, fundado en Cristo, cualquier imperfección que pueda impedirles gozar de la visión de Dios.
3.3 Y ofrecemos este acto de amor uniéndonos al amor más grande, es decir, al amor de Cristo en la Eucaristía. Allí precisamente donde se renueva la ofrenda viva de Cristo, allí fundamos nuestro amor y nuestra esperanza mientras rogamos por nuestros hermanos difuntos.