Educar la Familia, Formar la Sociedad

¿Qué lugar ha de tener Jesús en el conjunto de la educación integral del ser humano? Uno puede pensar que la religión es, en principio y si acaso, “una materia más” para estudiar, pero la perspectiva cambia cuando se considera cómo es el amor quien lidera la vida, hasta el punto que a menudo la razón lo único que hace es aprobar con justificaciones lo que ya el amor cree y vive. Jesucristo, experto en corazones y experto en amor, tiene mucho qué decirle a la familia, y tiene mucho qué decir sobre cómo formar a la sociedad.

161. Abortos Espirituales

161.1. Con razón se enardece tu alma ante el crimen abominable del aborto. Con todo, es importante que vayas más allá y descubras que el aborto, antes que un crimen es una mentalidad, y que detrás de esa mentalidad está la satánica aspiración de “devolver” la creación, esto es, el intento de arrojarle a Dios su obra.

161.2. Para que mejor comprendas estas drásticas afirmaciones necesito primero exponerte la noción de “aborto espiritual.” Cuando la voluntad expresa de Dios para una creatura racional es deliberadamente desobedecida, estamos ante un aborto de corazón, o un aborto espiritual. La rebeldía que no deja nacer lo que se sabe que viene de Dios es pariente próximo de aquel crimen porque el que se suprime una vida que es obra suya y que Él quiere que viva, más allá y con anterioridad a las voluntades humanas favorables o desfavorables que puedan entrar en juego.

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Feliz Pascua – Motivos de Esperanza

Hermanos en el episcopado, grandes son ciertamente, y superiores a las fuerzas del hombre, todas aquellas cosas que son objeto de nuestra esperanza y de nuestros votos; empero, habiendo hecho Dios capaces de mejoramiento a las naciones de la tierra, habiendo instituido la Iglesia para salvación de las gentes, y prometiéndole su benéfica asistencia hasta la consumación de los siglos, yo abrigo gran confianza de que, merced a los trabajos del celo apostólico de ustedes, hermanos, la gente llegará a conocer la verdad de tantos males y desventuras, y ha de venir finalmente a buscar la salud y la felicidad en la sumisión a la Iglesia y al infalible magisterio de la Cátedra apostólica.

Entre tanto, Venerables Hermanos, no puedo menos de manifestarles el júbilo que experimento por la admirable unión y concordia en que les veo vivir unos con otros, y todos con esta Sede Apostólica. Esta perfecta unión no sólo es el baluarte más fuerte contra los asaltos del enemigo, sino un fausto y feliz augurio de mejores tiempos para la Iglesia; y así como me consuela en gran manera esta risueña esperanza, así también me da ánimos para sostener, alegre y varonilmente, desde el arduo cargo que he asumido como Papa, cuantos trabajos y combates sean necesarios en defensa de la Iglesia.

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La Fuente de la Esperanza y el Borde de la Pobreza

En su reciente viaje apostólico al Africa, el Papa llamó a esa región del mundo, “continente de la esperanza.” Como colombiano que soy, recuerdo que ese mismo apelativo, tan hermoso, fue dicho primero de Latinoamérica. No niego que se siente algo raro cuando ves que algo que parecía identificar tan claramente la parte del mundo de donde eres, de pronto se empieza a aplicar a otros países y regiones.

Pero más allá de sentimentalismos, el uso de esa misma expresión para dos realidades eclesiales separadas por todo un océano puede leerse de varios modos: (1) ¿Será que Latinoamérica, bajo la doble tenaza de la injusticia social y la izquierda de cuño castrista? (2) ¿Será que la esperanza brilla más claramente para la Iglesia en Africa, porque allí, según cifras que ciertamente no conozco, el crecimiento de la fe ofrece razones más fundadas para esperar un futuro más brillante? (3) ¿O será, finalmente, que hay una realidad más profunda, un algo que conecta a Africa y Latinoamérica y que hace que el mismo mote pueda aplicárseles a ambas?
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El Poder Redentor de la Cruz, segun San Pablo

Es decisivo conocer el ambiente del siglo I, en el que predicó Cristo y en que también vivió Pablo de Tarso, fariseo convencido. Pero, ¿qué creían los fariseos? ¿En qué pueden parecerse sus preguntas a las nuestras? ¿Qué fue entonces eso tan singular que Pablo encontró en Cristo, y que hace a Cristo distinto y superior a todos los profetas?

DIOS ES PADRE

DIOS ES PADRE

(Mt 5,43-48; 6,9-15; 6, 24-34)

Quiero empezar esta reflexión compartiendo con ustedes una experiencia sobre la revelación de Dios como Padre. Estoy convencido que para descubrir a Dios como Padre hace falta una revelación. Así lo expresa el mismo Jesús: “nadie conoce quien es el Padre sino el Hijo, y aquel a quien el hijo se lo quiera revelar”( Mt. 11, 27). Hacía mucho tiempo sabía intelectualmente, por los estudios de teología, que Dios es Padre, más aún, que Dios es mi Padre. Pero hacer el descubrimiento, sentir que Dios es mi Padre, no fue cosa mía. Sucedió preparando esta misma charla hace muchos años. Como un regalo del Señor, caí enfermo. Durante mi enfermedad, un día tome la Biblia entre mis manos y empecé a leer al evangelista San Mateo. Posiblemente, San Mateo es el evangelista que mejor refleja la admirable pedagogía de Jesús al desvelar la condición paternal de Dios, respecto de los hombres. Las palabras de Jesús no solo llegaron a mi mente, sino que caldearon mí corazón; fueron fruto de un encuentro-experiencia, vivido en la fe y en amor. El Señor al hablar a alguien en su Palabra, no sólo le transmite cierta información, no sólo le comunica algo de sí mismo, revelándole su personalidad, sino que le hace entrar en una relación personal con él. Eso exactamente realizó en mí, haciéndome entrar en una nueva relación con él, en lo más profundo de mi ser me sentí hijo de mi Padre Dios. Sentí, que lo que revelaba Jesús a las gentes en el monte de las Bienaventuranzas, me lo estaba revelando a mí en aquellos momentos. La Palabra se había actualizado en mí.

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Sorprendidos por el Amor de Dios

Cuantas veces poséis vuestra mirada sobre la majestuosa Basílica [de San Pablo] pensaréis en el Apóstol de los gentiles, en su vocación a la que respondió tan ardientemente, en su deseo de sólo vivir y de morir para Cristo: Gratia autem Dei sum id quod sum, et gratia eius in me vacua non fuit, sed abundantius illis omnibus laboravi: non ego autem, sed gratia Dei mecum (Por la gracia de Dios soy lo que soy, y la gracia de Dios no ha sido estéril en mí, pues he trabajado más que todos ellos; pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo) (1 Cor. 15, 10). La proximidad del glorioso sepulcro del atleta de Cristo será para vosotros un constante estímulo para considerar a la luz de Dios el don de la vocación y corresponder a ella con una generosidad pronta y total.

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160. Amor a Cristo

160.1. ¡Te hubieras visto los ojos cuando te hablé de “Cristo Exhausto”! Mi niño, el misterio de Jesucristo apenas ha sido rozado por la inteligencia humana. ¿O es que tú crees que por el hecho de disponer de unas cuantas enseñanzas del Magisterio y unos cuantos libros de teología ya conocéis a Jesucristo? Eso no es señal de sabiduría sino de pereza y de falta de amor.

160.2. De modo que vosotros, humanos, no habéis terminado de clasificar los insectos del planeta Tierra, no conocéis el número exacto de partículas del átomo, se os escapan la mayor parte de los secretos de la vida orgánica, ¿y pretendéis tener ya noticia suficiente sobre quién es Jesucristo? ¡Oh dolor de los dolores, oh triste falta de amor! ¡Qué Cielo tan aburrido parece que estuvierais esperando, con un Cristo tan conocido y tan poco interesante!

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Acies Ceremony of the Bethlehem Curia, 2009

One possible way of describing the Legion of Mary is to say that it consists of ordinary people, leading their everyday lives in a very extraordinary way. Frank Duff is an interesting character. He was fascinated by the virtue of humbleness yet he was enthusiastic about a life of holiness. Humbleness is about the lowest, and holiness about the highest. How is it possible to connect them or have them both? The answer came in the form of a person, both humblest and holiest, the Blessed Virgin Mary. She is the Lord’s maidservant and she is the Mother of God. She lives in the forgotten town of Nazareth, whose name does not even appear in the whole Old testament; yet she dwells in the presence of God Almighty. She is the Queen of the Universe and is Our Lady of Sorrows. Duff was absolutely right: in no other creature can we behold humbleness shining forth with such an intensity, and also holiness in such a magnificent display.

Two particular episodes in the life of the Blessed Virgin have grabbed the attention and devotion of true Christians along the centuries: the Annunciation and the Crucifixion. In case we wonder what they have in common, a possible answer is: motherhood. Quite obviously, the Virgin of Nazareth received a kindest invitation to become the mother of the Son of God; in a less obvious manner, she received, at the foot of the Cross, the rather difficult call to give up that very Son, so as to bestow the gift of life on each and every human being. In the Annunciation she accepted to become the Mother of Christ; at the Crucifixion she accepted to become Mother of the Christian People.

Today we can contemplate Mary as the Virgin who pronounced the decisive “Yes,” and was faithful to that “Yes” down to the very end. “Yes” to Christ, and “Yes” to every Christian, past, present or to become. Mary’s acceptance of God’s will is, objectively speaking, the first fruit of the gospel, and the first means to transmit the gospel. She is “full of grace,” as the Angel beautifully addressed her, and she is “throne of grace” and “tabernacle of the Holy Spirit,” as the Church has called and invoked her for centuries. It is important to realise that whenever a person utters that “Yes” to Christ, their utterance cannot be but united with the very acceptance that brought Christ to human history, in the first place. We cannot be Christians leaving aside the way Christ came to dwell on this Earth!

In that sense, the Acies of the Legion of Mary is, above all, an open—even candid—proclamation of what we are as a people redeemed by Christ and called to lead a true Christian life. If the baptism is the essential “Yes” we give to God’s love as displayed on the Cross, the Acies is the public renovation of that “Yes” beneath the maternal protection and after the sublime example of the Most Blessed Virgin. Along with her, and following her, we wish to proclaim that our lives were incomplete without Christ, and they will be tragically incomplete without Him. We wish to stand by the Cross, as Mary did, to renovate our love, our faith and our hope from the streams flowing from Christ’s heart.

The fact that this noble celebration takes place every year is also a reminder. Years past we have come to present our allegiance to this same Humble, Holy, Heavenly Queen. The majority of us have said already many times that we want to be hers. Isn’t the present ceremony a good occasion to check how good or bad we have delivered what we voluntarily promised and professed? If our conscience remains without blemish, let us thank God, giver of all graces; if on the contrary something burdens our hearts, we can always remember that Lent is time for repentance and we can always claim the stream of mercy that flows from the Cross, and the rays of help that shine out from the hands of the Virgin.