Luis Bertrán, santidad en blanco y negro

Santidad en blanco y negro

Conocemos muchos detalles de la vida religiosa de San Luis Bertrán por la biografía que de él escribió su compañero, amigo y confidente fray Vicente Justiniano Antist, escritor de muchas obras, y también prior algunos años del convento de Valencia. Él nos cuenta que fray Luis «toda la vida fue recatado, y no se hallará novicio que le hiciese ventaja en llevar los ojos bajos y compuestos en el coro y refectorio, fuera y dentro de casa… Era muy austero en su vida, abstinentísimo en el comer, templado en el beber, amigo de disciplinas y cilicios y vigilias y largas oraciones». Su fisonomía, tal como la reflejó entonces un pintor valenciano, recuerda las figuras del Greco: era fray Luis un hombre alto, de cara larga y delgada, con nariz aguileña, ojos profundos y manos finas y largas.

Se diría que la constitución psicosomática de San Luis Bertrán puso en él siempre una cierta inclinación a la melancolía y al escrúpulo, y que el Señor permitió que estos rasgos deficientes perdurasen en él, hasta cierta medida, para motivación continua de su humildad y de su pura confianza en Dios, y también para estímulo de quienes siendo débiles y enfermizos, temieran no estar en condiciones de llegar a la perfecta santidad.

Varias anécdotas nos muestran esta faceta atormentada del carácter de San Luis Bertrán. Siendo maestro de novicios se retiró bruscamente de una reunión, y al amigo que le siguió, y que le encontró llorando, le dijo: «¿No tengo harto que llorar que no sé si me he de salvar?». Y a veces, como él mismo dijo en confidencia a cierta persona, «despertándose por las noches con la memoria viva de Dios y de su presencia, se había tomado a temblar y los huesos le habían crujido»…

Por el contrario, esta temerosidad ante Dios comunicaba a fray Luis un valor ilimitado ante los hombres. Como dijo de él el padre Antist, «nunca tenía cuenta de contentar a los hombres, sino a Dios y a santo Domingo». El santo temor de Dios, experimentado por él con una profundidad singularísima, poco frecuente, unido a un amor de Dios aún más grande, le dejaba exento en absoluto de todo temor a los hombres, a las fieras o a la naturaleza hostil, a las enfermedades o a lo que fuera. Su valentía, como veremos, era absoluta: no temía a nada en este mundo, pues sólo temía ofender a Dios.


El autor de esta obra es el sacerdote español José Ma. Iraburu, a quien expresamos nuestra gratitud. Aquí la obra se publica íntegra, por entregas. Lo ya publicado puede consultarse aquí.

Luis Bertrán, entre los dominicos

Entre los dominicos

En el siglo XV, en los duros tiempos del cisma de Aviñón, cuando los dominicos vivían el régimen mitigado de la Claustra, el beato Alvaro de Córdoba (+1430) había iniciado la congregación de la Observancia, que se había ido extendiendo por los conventos de España.

En aquellos difíciles años hubo muchos santos en la familia dominicana (Santa Catalina de Siena +1380, beato Raimundo de Capua +1399, San Vicente Ferrer +1419, beato Juan Dominici +1419, beato Andrés Abelloni +1450, San Antonino de Florencia +1459), todos ellos celosos de la observancia religiosa y apasionados por la unidad de la Iglesia.

Pues bien, la reforma de la Observancia se fue extendiendo por todos los conventos españoles, de manera que en 1502, dando fin al régimen mitigado, toda la provincia dominicana de España adoptó la estricta observancia. La reforma en España de los franciscanos que vinieron a ser llamados descalzos (1494), y ésta de los dominicos observantes (1502), tuvo un influjo decisivo en la asombrosa potencia que estas dos órdenes hermanas mendicantes mostraron en la primera evangelización de América.

Pues bien, cuando el Señor quiso llamar a Luis Beltrán con los dominicos, su gracia había hecho florecer en Valencia por aquellos años un gran convento de la Orden de Predicadores, con un centenar de frailes. Es cierto que aquel monasterio había conocido antes tiempos de relajación, pero fray Domingo de Córdoba, siendo provincial en 1531, realizó con fuerte mano una profunda reforma. Algunos frailes entonces, antes de reducirse a la observancia, prefirieron exclaustrarse. Y dos de estos religiosos apóstatas, en 1534, sorprendieron en una calle de Valencia a fray Domingo de Córdoba, que iba acompañado del prior Amador Espí, y los mataron a cuchilladas. Lo que muestra, una vez más, que la reforma de las comunidades religiosas relajadas no puede ser intentada sin vocación de mártir.

Diez años más tarde, en 1544, estando ya aquel convento dominico en la paz verdadera de un orden justo, Luis Bertrán, a pesar de que su salud era bastante precaria, tomó el hábito blanco y negro de la Orden de Predicadores. Aquella santa Orden religiosa, fundada por Santo Domingo de Guzmán en 1216, que permitía ser a un tiempo monje y apóstol -contemplata aliis tradere: transmitir a otros lo contemplado-, había de ser para siempre el muy amado camino de San Luis Bertrán. Recibió su profesión el prior fray Juan Micó (1492-1555), ilustre religioso, escritor y maestro espiritual. Este dominico fue tan santo que, en 1583, al ser trasladados sus restos junto a la tumba de San Luis Bertrán, el arzobispo San Juan de Ribera mandó abrir proceso en vistas a su posible beatificación.


El autor de esta obra es el sacerdote español José Ma. Iraburu, a quien expresamos nuestra gratitud. Aquí la obra se publica íntegra, por entregas. Lo ya publicado puede consultarse aquí.

Pregunta sobre San Oscar Arnulfo Romero

Padre Medina, he dejado pasar un tiempo desde la canonización de Monseñor Romero para sosegar mi alma y para recoger un poco más de información. Le resumo lo que yo siento: que toda la vida me dijeron que Romero era algo así como el patrono del socialismo en América Latina, y que la canonización de este obispo asesinado era un refuerzo a los partidos de Izquierda en este continente. A raíz de la canonización me puse a leer homilías de él y mi conclusión es que ahora estoy confundido. Lo voy a decir de esta manera: ya no lo veo tan de izquierda o tan socialista como me parecía; más bien creo que la injusticia social y el absurdo de una guerra que maltrataba a los más pobres fueron cosas que tocaron su corazón de pastor y que al adoptar un compromiso en contra de esa violencia institucional, que él veía como su responsabilidad en cuanto obispo, le llevó a crearse enemigos que al final lo llevaron a la muerte. ¿Cree usted que por fin estoy en lo correcto con respecto a este gran hombre? –H.R.

* * *

No soy experto en los datos biográficos de este santo obispo pero mi opinión es igual a la tuya: el verdadero Oscar Romero era menos un líder político y más un hombre genuinamennte dolido por la represión de los más pobres; por otra parte, no se agotaba su mirada en ese punto pues sus escritos revelan la altura de su amor a Dios y de su visión del papel de la Iglesia. Mi impresión es que las condiciones se dieron para que, durante años, la figura de Romero fuera “secuestrada” por la izquierda socialista dentro de la Iglesia pero ese “secuestro” se ha ido deshaciendo por su propio peso a medida que se conocen más y más de sus escritos y de la orientación sacerdotal y pastoral muy clara en su alma.

Solo por tener una muestra de esas otras dimensiones menos mencionadas del corazón de este gran obispo me permito citar aquí alguna colección breve de pensamientos suyos, hecha por Arguments:

Mi voz desaparecerá, pero mi palabra que es Cristo quedará en los corazones que lo hayan querido acoger.

La oración es la cumbre del desarrollo humano. El hombre no vale por lo que tiene, sino por lo que es.

La persecución es algo necesario en la Iglesia. ¿Saben porqué? Porque la verdad siempre es perseguida.

El profeta tiene que ser molesto a la sociedad, cuando la sociedad no está con Dios.

¡Pasarán estos sufrimientos! La alegría que nos quedará será que en esta hora de parto fuimos cristianos. Vivimos aferrados a la fe en Cristo. No nos dejó sucumbir en pesimismo.

Es inconcebible que alguien se diga ‘cristiano’ y no tome, como Cristo, una opción preferencial por los pobres.

Hoy la #Iglesia sabe que los poderosos la rechazan, pero que la aman los que sienten en Dios su confianza. Esta es la Iglesia que yo quiero.

El martirio es una gracia de Dios que no creo merecer. Pero si Dios acepta el sacrificio de mi vida, que mi sangre sea la semilla de libertad y la señal de que la esperanza será pronto una realidad.

¿Qué otra cosa es la riqueza cuando no se piensa en Dios? Cuidemos el verdadero tesoro.

San Luis Bertrán, apóstol místico

Valencia cristiana

En el antiguo reino de Valencia, durante el siglo XVI, no escaseaban los vicios y corrupciones, y se daban también las simulaciones lamentables de los moriscos, pero había, a pesar de todo, vida cristiana floreciente, y no faltaban esas grandes luces de santidad, por las que Cristo ilumina a su pueblo.

Concretamente, por esos años nacieron o vivieron en el reino valenciano grandes santos, como el general de los jesuítas, nacido en Gandía, San Francisco de Borja (1510-1572), el beato franciscano Nicolás Factor (1520-1583), el franciscano de la eucaristía, San Pascual Bailón (1540-1592), y el beato Gaspar Bono, de la orden de los mínimos (1530-1604). Y en ese mismo tiempo tuvo Valencia como arzobispos al agustino Santo Tomás de Villanueva (1488-1555) y a San Juan de Ribera (1540-1592). En aquella Iglesia local había, pues, luces suficientes como para conocer el camino verdadero del Evangelio.

La familia Bertrán

En ese marco cristiano nació y creció San Luis Bertrán (1526-1581), cuya vida seguiremos con la ayuda del dominico Vicente Galduf Blasco. Pero comencemos por el padre del santo, Juan Luis Bertrán, que también fue un gran cristiano. Siendo niño, sufrió en un accidente graves quemaduras, y su abuela, doña Ursula Ferrer, sobrina de San Vicente Ferrer (1350-1419), pidió la intercesión de su tío celestial en favor del nietecillo, que milagrosamente quedó sano. Andando el tiempo, Juan Luis fue en Valencia notario de gran prestigio, elegido por la nobleza del reino como procurador perpetuo; pero cuando todavía joven quedó viudo, determinó retirarse a la Cartuja de Porta-Coeli. Ya de camino hacia el monasterio, San Bruno y San Vicente le salieron al paso, diciéndole que abandonara su idea y se casara de nuevo. Casó, pues, con una santa mujer, Juana Angela Eixarch, y tuvo nueve hijos, el primogénito de los cuales, Luis, nacido en 1526, había de llegar a ser santo.

La precocidad de Luis en la santidad hubiera sido muy rara en un hogar cristiano mundanizado -que han sido y son los más frecuentes-, pero no tuvo nada de extraño en un hogar tan cristiano como el de sus padres. En efecto, sabemos que siendo todavía niño comenzó a imitar a los santos de Cristo. Se entregaba, especialmente por las noches, a la oración y a la penitencia, disciplinándose y durmiendo en el suelo. Al llegar a la adolescencia se inició en dos devociones que continuó siempre: el Oficio parvo de la Virgen y la comunión diaria.

Con todo, la vida de San Luis no estuvo exenta de vacilaciones, y en no pocos casos, como iremos viendo, estuvo a punto de dar pasos en falso en asuntos bastante graves. Así por ejemplo, siendo un muchacho, decidió dejar su casa y vivir en forma mendicante, como había leído que hicieron San Alejo y San Roque. Y con la excusa de una peregrinación a Santiago, puso en práctica su plan, no sin escribir seriamente a sus padres una carta, en la que, alegando numerosas citas de la sagrada Escritura, trataba de justificar su resolución.

Pero su fuga no fue más allá de Buñol, donde fue alcanzado por un criado de su padre. Este fue un movimiento en falso, pronto corregido por el Señor. Y también estuvo a punto de equivocarse cuando, entusiasmado más tarde por la figura de San Francisco de Paula, decidió ingresar en la orden de los mínimos. Nuestro Señor Jesucristo, que no le perdía de vista, le hizo entender por uno de los religiosos mínimos, el venerable padre Ambrosio de Jesús, que no era ése su camino.


El autor de esta obra es el sacerdote español José Ma. Iraburu, a quien expresamos nuestra gratitud. Aquí la obra se publica íntegra, por entregas. Lo ya publicado puede consultarse aquí.

El Papa Francisco habla sobre el hoy de Latinoamérica

“¿Cuáles son los sectores más emblemáticos o significativos en el cambio de época latinoamericano? En mi opinión son tres, además lo deben de haber escuchado porque esta Carriquiri aquí, así que se lo copio a él. En mi opinión son tres a través de los cuales es posible reactivar las energías sociales de nuestra región para que sea fiel a su identidad y, al mismo tiempo, para que construya un proyecto de futuro: las mujeres, los jóvenes y los más pobres…”

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Mensaje del Papa Francisco para la Cuaresma de 2019

“La Santa Sede difundió este martes 26 de febrero el mensaje del Papa Francisco para la Cuaresma de este 2019 titulado “La creación, expectante, está aguardando la manifestación de los hijos de Dios”, en el que hace un llamado a la conversión mediante el ayuno, la oración y la limosna…”

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¿Por qué algunos sacramentos no pueden repetirse?

Padre fray Nelson: Un amigo mío está saliendo de un periodo largo en el que se declaraba ateo. En esa época me dijo que fue a la parroquia donde se había bautizado para que lo borraran del registro de bautismos porque “eso ya no tiene sentido para mí, y yo nunca pedí eso.” En la parroquia le dijeron que el bautismo era un acontecimiento público y social que de hecho sí había sucedido y el hecho es que después de una discusión no lo borraron. Lo curioso es que ese mismo amigo después de dar muchas vueltas ha vuelto a la fe. Entonces unos amigos que lo conocemos le dijimos, un poco en chiste, que le tocaba volver a bautizarse, por referencia lo que había querido hacer antes. Pero alguien nos explicó que el bautismo, si es válido, en ningún caso se repite. Y yo me pregunto por qué. Gracias. — J.L.L.

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El propio Papa Francisco habló del tema en una de sus catequesis. Nos explica el portal católico Aleteia:

El Papa recordó las palabras del Padre: «tú eres mi hijo amado» para reiterar que una vez que nos hemos convertido en hijos suyos, en Jesús, lo somos “para siempre”. Y citando el citando el Catecismo de la Iglesia católica aseguró que se trata de un sello espiritual imborrable:

“Este sello no es borrado por ningún pecado, aunque el pecado impida al Bautismo dar frutos de salvación”.

En la catequesis que impartió en español, el Romano Pontífice resumió de este modo: “Nuestros padres nos generaron a la vida terrena; la Iglesia, en el Bautismo, nos regenera a la vida eterna, haciéndonos hijos de Dios para siempre. Por eso, también sobre cada uno de nosotros, renacidos del agua y del Espíritu Santo, el Padre dice amorosamente: «Tú eres mi hijo amado» (cf. Mt 3,17). El bautismo no se repite porque imprime un sello sacramental indeleble que el pecado no puede borrar, pero sí impedir que dé frutos de salvación”.

“¡El sello del Bautismo no se pierde jamás!”, añadió, dejando los papeles de lado. “‘Pero, padre, si una persona si una persona se convierte en un bandido de los más famosos, que mata a la gente, que comete injusticias… ¿el sello se va?’ No”. “Continúa siendo un hijo de Dios, que va en contra de Dios, pero Dios nunca niega a sus hijos”.

Los 21 puntos de reflexión del Papa a los participantes de la cumbre antiabusos

“Tras la intervención del Papa con la que se ha abierto la cumbre antiabusos La protección de los menores en la Iglesia, Francisco ha entregado un documento con 21 puntos para que los participantes puedan reflexionar durante estos días. El documento es tan solo «un punto de partida», ha explicado el Pontífice, que «no quita la creatividad que debe haber en este encuentro»…”

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El Papa Francisco visita la península arábiga

Esta visita histórica y única pide de nosotros una oración renovada y perseverante. Comenta Aciprensa:

El Vicario Apostólico de Arabia del Sur, el Obispo de origen suizo Paul Hinder, explicó que la visita del Papa Francisco a Emiratos Árabes Unidos desde este domingo 3 de febrero, constituye un “importante paso en el diálogo entre musulmanes y cristianos”.

En un artículo publicado este sábado por el diario del Vaticano, L’Osservatore Romano (LOR), el Prelado expresó su alegría por la presencia del Pontífice, en lo que será “la primera visita de un Papa a la península arábiga”.

“Agradezco al gobierno de los Emiratos Árabes Unidos por su generosidad, no solo al hacer posible esta visita, sino también por habernos concedido de buena voluntad un lugar donde celebrar la Misa”, dijo Mons. Hinder.

“Acogemos al Papa Francisco con el corazón abierto y rezamos con San Francisco de Asís. ‘Haz de mí un instrumento de tu paz’. Que esta visita sea un paso importante en el diálogo entre musulmanes y cristianos y contribuya a la comprensión recíproca y a la pacificación en la región del Medio Oriente”, indicó el Prelado.

“Espero que en todas las misas de precepto antes de la visita se agregue una especial intención para que la visita del Santo Padre a los Emiratos Árabes Unidos sea espiritualmente fecunda: Nuestra Señora de Arabia, ruega por el Papa Francisco y por todos nosotros”, concluyó.

Mons. Paul Hinder es Vicario de Arabia del Sur desde marzo de 2005. LOR señala que su experiencia de estos años en la región la ha descrito en un libro titulado “Un vescovo in Arabia. La mia esperienza con l’Islam”. (Un obispo en Arabia: MI experiencia con el Islam) publicado en Italia en 2018.

En el libro el Prelado da cuenta de los desafíos de vivir en una región mayoritariamente musulmana. “Cuando hablo de la Iglesia de Oriente como elemento del proyecto para una Iglesia del futuro no tengo de ella una visión romántica. Tenemos problemas parecidos, sobre todo en las cuestiones litúrgicas y con ciertas tradiciones que no pueden combinarse con un cristianismo practicado de modo público. En estos casos la confianza se desilusiona o se traiciona. Pero la mayoría de las veces, al contraria, se justifica y se satisface”, escribe el Obispo.

“Cuando estoy en Abu Dhabi voy a nuestra iglesia a las 5:45 para rezar con los fieles (el Rosario), no para que me vean sino para que la gente vea que cuando el obispo reza lo hace con su gente”, agrega.

El Papa Francisco llegará a Abu Dhabi este domingo 3 de febrero y estará en Emiratos Árabes Unidos hasta el día 5. Allí participará de un encuentro interreligioso y presidirá una gran Misa pública en la que se espera la asistencia de 43 mil fieles.

Vida admirable de Santa Mariana de Jesús

Santa Mariana de Jesús (1618-1645)

Y más al norte, en Quito, por ese mismo tiempo, al año siguiente de morir Santa Rosa en Lima, nació la niña Mariana, en 1618. Hija del capitán Jerónimo de Paredes y Flores y de Mariana de Granobles y Jaramillo, que descendía de los primeros conquistadores del país, esta santa ecuatoriana pasaría a la historia con el nombre de la Azucena de Quito. Su vida es muy semejante a la de Santa Rosa.

Huérfana a los cuatro años, vivió en la casa de su hermana mayor y cuñado, que le dieron una educación muy cuidada. Mostró grandes cualidades, en especial para la música, y aprendió a tocar el clave, la guitarra y la vihuela. A los ocho años hizo su primera confesión y comunión en la iglesia de la Compañía de Jesús, que fue siempre el centro de su vida espiritual. Ya entonces, con asombrosa precocidad religiosa, tomó el nombre de Mariana de Jesús, y ofreció al Señor su virginidad, añadiendo más tarde los votos de obediencia y pobreza.

Pensó primero, como Santa Teresa de Jesús, irse a tierra de infieles o emprender la vida eremítica, en tanto que su familia sugería la vida religiosa en alguna comunidad. Pero la Providencia desbarató estas ideas, y terminó aislándose en la parte alta de su casa en un departamento de tres habitaciones, del que sólamente salía para ir a misa cada día. Allí se dedicó a una vida de oración y penitencia, con una fidelidad absoluta:

«A las cuatro me levantaré, haré disciplina; pondréme de rodillas, daré gracias a Dios, repasaré por la memoria los puntos de la meditación de la Pasión de Cristo. De cuatro a cinco y media: oración mental. De cinco y media a seis: examinarla; pondréme cilicios, rezaré las horas hasta nona, haré examen general y particular, iré a la iglesia. De seis y media a siete: me confesaré. De siete a ocho: el tiempo de una misa prepararé el aposento de mi corazón para recibir a mi Dios. Después que le haya recibido daré gracias a mi Padre Eterno, por haberme dado a su Hijo, y se lo volveré a ofrecer, y en recompensa le pediré muchas merecedes. De ocho a nueve: sacaré ánima del purgatorio y ganaré indulgencias por ella. De nueve a diez: rezaré los quince misterios de la corona de la Madre de Dios. A las diez: el tiempo de una misa me encomendaré a mis santos devotos; y los domingos y fiestas, hasta las once. Después comeré si tuviere necesidad. A las dos: rezaré vísperas y haré examen general y particular. De dos a cinco: ejercicios de manos [trabajos manuales] y levantar mi corazón a Dios; haré muchos actos de su amor. De cinco a seis: lección espiritual y rezar completas. De seis a nueve: oración mental y tendré cuidado de no perder de vista a Dios. De nueve a diez: saldré de mi aposento por un jarro de agua y tomaré algún alivio moderado y decente. De diez a doce: oración mental. De doce a una: lección en algún libro de vidas de santos y rezaré maitines. De una a cuatro: dormiré; los viernes, en mi cruz; las demás noches, en mi escalera; antes de acostarme tomaré disciplina. Los lunes, miércoles y viernes, los advientos y cuaresmas, desde las diez a las doce, la oración la tendré en cruz. Los viernes, garbanzos en los pies y una corona de cardos me pondré, y seis cilicios de cardos. Ayunaré sin comer toda la semana; los domingos comeré una onza de pan. Y todos los días comenzaré con la gracia de Dios».

«Esta regla de vida, asombrosa por su austeridad y oración, Mariana la guardó desde los doce años», estrechándola aún más en los últimos siete de su vida ( Amigó Jansen, Año cristiano 453). Por consejo de los jesuitas que la atendían, se hizo terciaria franciscana, pues no había en la Compañía orden tercera. Sus abstinencias y ayunos eran prodigiosos, y según un testigo, «se ejercitó cuanto pudo y permitía su condición en obras de caridad espirituales y corporales en beneficio de los prójimos, deseando viviesen todos en el temor y servicio de Dios; y para el efecto diera su vida».

La dió, efectivamente, en 1645, cuando hubo en Quito terremotos y epidemias, y ella, conmovida por los sufrimientos de su pueblo, se ofreció al Señor como víctima. Nada más realizado en la iglesia este ofrecimiento, se sintió gravemente enferma. Apenas pudo llegar a casa por su pie, recibió los sacramentos y expiró. Tenía veintiséis años de edad. El amor y la devoción de los quiteños y ecuatorianos la envolvió para siempre, y en 1946 la Asamblea Constituyente de su nación la nombró «heroína de la Patria». Beatificada en 1853, fue canonizada por Pío XII en 1950.


El autor de esta obra es el sacerdote español José Ma. Iraburu, a quien expresamos nuestra gratitud. Aquí la obra se publica íntegra, por entregas. Lo ya publicado puede consultarse aquí.

Mensaje para la Jornada Mundial por la Paz, edición 2019

MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO
PARA LA CELEBRACIÓN DE LA
52 JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ

1 DE ENERO DE 2019

La buena política está al servicio de la paz

1. “Paz a esta casa”

Jesús, al enviar a sus discípulos en misión, les dijo: «Cuando entréis en una casa, decid primero: “Paz a esta casa”. Y si allí hay gente de paz, descansará sobre ellos vuestra paz; si no, volverá a vosotros» (Lc 10,5-6).

Dar la paz está en el centro de la misión de los discípulos de Cristo. Y este ofrecimiento está dirigido a todos los hombres y mujeres que esperan la paz en medio de las tragedias y la violencia de la historia humana[1]. La “casa” mencionada por Jesús es cada familia, cada comunidad, cada país, cada continente, con sus características propias y con su historia; es sobre todo cada persona, sin distinción ni discriminación. También es nuestra “casa común”: el planeta en el que Dios nos ha colocado para vivir y al que estamos llamados a cuidar con interés.

Por tanto, este es también mi deseo al comienzo del nuevo año: “Paz a esta casa”.

2. El desafío de una buena política

La paz es como la esperanza de la que habla el poeta Charles Péguy[2]; es como una flor frágil que trata de florecer entre las piedras de la violencia. Sabemos bien que la búsqueda de poder a cualquier precio lleva al abuso y a la injusticia. La política es un vehículo fundamental para edificar la ciudadanía y la actividad del hombre, pero cuando aquellos que se dedican a ella no la viven como un servicio a la comunidad humana, puede convertirse en un instrumento de opresión, marginación e incluso de destrucción.

Dice Jesús: «Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos» (Mc 9,35). Como subrayaba el Papa san Pablo VI: «Tomar en serio la política en sus diversos niveles -local, regional, nacional y mundial- es afirmar el deber de cada persona, de toda persona, de conocer cuál es el contenido y el valor de la opción que se le presenta y según la cual se busca realizar colectivamente el bien de la ciudad, de la nación, de la humanidad»[3].

En efecto, la función y la responsabilidad política constituyen un desafío permanente para todos los que reciben el mandato de servir a su país, de proteger a cuantos viven en él y de trabajar a fin de crear las condiciones para un futuro digno y justo. La política, si se lleva a cabo en el respeto fundamental de la vida, la libertad y la dignidad de las personas, puede convertirse verdaderamente en una forma eminente de la caridad.

3. Caridad y virtudes humanas para una política al servicio de los derechos humanos y de la paz

El Papa Benedicto XVI recordaba que «todo cristiano está llamado a esta caridad, según su vocación y sus posibilidades de incidir en la pólis. […] El compromiso por el bien común, cuando está inspirado por la caridad, tiene una valencia superior al compromiso meramente secular y político. […] La acción del hombre sobre la tierra, cuando está inspirada y sustentada por la caridad, contribuye a la edificación de esa ciudad de Dios universal hacia la cual avanza la historia de la familia humana»[4]. Es un programa con el que pueden estar de acuerdo todos los políticos, de cualquier procedencia cultural o religiosa que deseen trabajar juntos por el bien de la familia humana, practicando aquellas virtudes humanas que son la base de una buena acción política: la justicia, la equidad, el respeto mutuo, la sinceridad, la honestidad, la fidelidad.

A este respecto, merece la pena recordar las “bienaventuranzas del político”, propuestas por el cardenal vietnamita François-Xavier Nguyen Vãn Thuan, fallecido en el año 2002, y que fue un fiel testigo del Evangelio:

Bienaventurado el político que tiene una alta consideración y una profunda conciencia de su papel.
Bienaventurado el político cuya persona refleja credibilidad.
Bienaventurado el político que trabaja por el bien común y no por su propio interés.
Bienaventurado el político que permanece fielmente coherente.
Bienaventurado el político que realiza la unidad.
Bienaventurado el político que está comprometido en llevar a cabo un cambio radical.
Bienaventurado el político que sabe escuchar.
Bienaventurado el político que no tiene miedo[5].

Cada renovación de las funciones electivas, cada cita electoral, cada etapa de la vida pública es una oportunidad para volver a la fuente y a los puntos de referencia que inspiran la justicia y el derecho. Estamos convencidos de que la buena política está al servicio de la paz; respeta y promueve los derechos humanos fundamentales, que son igualmente deberes recíprocos, de modo que se cree entre las generaciones presentes y futuras un vínculo de confianza y gratitud.

4. Los vicios de la política

En la política, desgraciadamente, junto a las virtudes no faltan los vicios, debidos tanto a la ineptitud personal como a distorsiones en el ambiente y en las instituciones. Es evidente para todos que los vicios de la vida política restan credibilidad a los sistemas en los que ella se ejercita, así como a la autoridad, a las decisiones y a las acciones de las personas que se dedican a ella. Estos vicios, que socavan el ideal de una democracia auténtica, son la vergüenza de la vida pública y ponen en peligro la paz social: la corrupción —en sus múltiples formas de apropiación indebida de bienes públicos o de aprovechamiento de las personas—, la negación del derecho, el incumplimiento de las normas comunitarias, el enriquecimiento ilegal, la justificación del poder mediante la fuerza o con el pretexto arbitrario de la “razón de Estado”, la tendencia a perpetuarse en el poder, la xenofobia y el racismo, el rechazo al cuidado de la Tierra, la explotación ilimitada de los recursos naturales por un beneficio inmediato, el desprecio de los que se han visto obligados a ir al exilio.

5. La buena política promueve la participación de los jóvenes y la confianza en el otro

Cuando el ejercicio del poder político apunta únicamente a proteger los intereses de ciertos individuos privilegiados, el futuro está en peligro y los jóvenes pueden sentirse tentados por la desconfianza, porque se ven condenados a quedar al margen de la sociedad, sin la posibilidad de participar en un proyecto para el futuro. En cambio, cuando la política se traduce, concretamente, en un estímulo de los jóvenes talentos y de las vocaciones que quieren realizarse, la paz se propaga en las conciencias y sobre los rostros. Se llega a una confianza dinámica, que significa “yo confío en ti y creo contigo” en la posibilidad de trabajar juntos por el bien común. La política favorece la paz si se realiza, por lo tanto, reconociendo los carismas y las capacidades de cada persona. «¿Hay acaso algo más bello que una mano tendida? Esta ha sido querida por Dios para dar y recibir. Dios no la ha querido para que mate (cf. Gn 4,1ss) o haga sufrir, sino para que cuide y ayude a vivir. Junto con el corazón y la mente, también la mano puede hacerse un instrumento de diálogo»[6].

Cada uno puede aportar su propia piedra para la construcción de la casa común. La auténtica vida política, fundada en el derecho y en un diálogo leal entre los protagonistas, se renueva con la convicción de que cada mujer, cada hombre y cada generación encierran en sí mismos una promesa que puede liberar nuevas energías relacionales, intelectuales, culturales y espirituales. Una confianza de ese tipo nunca es fácil de realizar porque las relaciones humanas son complejas. En particular, vivimos en estos tiempos en un clima de desconfianza que echa sus raíces en el miedo al otro o al extraño, en la ansiedad de perder beneficios personales y, lamentablemente, se manifiesta también a nivel político, a través de actitudes de clausura o nacionalismos que ponen en cuestión la fraternidad que tanto necesita nuestro mundo globalizado. Hoy más que nunca, nuestras sociedades necesitan “artesanos de la paz” que puedan ser auténticos mensajeros y testigos de Dios Padre que quiere el bien y la felicidad de la familia humana.

6. No a la guerra ni a la estrategia del miedo

Cien años después del fin de la Primera Guerra Mundial, y con el recuerdo de los jóvenes caídos durante aquellos combates y las poblaciones civiles devastadas, conocemos mejor que nunca la terrible enseñanza de las guerras fratricidas, es decir que la paz jamás puede reducirse al simple equilibrio de la fuerza y el miedo. Mantener al otro bajo amenaza significa reducirlo al estado de objeto y negarle la dignidad. Es la razón por la que reafirmamos que el incremento de la intimidación, así como la proliferación incontrolada de las armas son contrarios a la moral y a la búsqueda de una verdadera concordia. El terror ejercido sobre las personas más vulnerables contribuye al exilio de poblaciones enteras en busca de una tierra de paz. No son aceptables los discursos políticos que tienden a culpabilizar a los migrantes de todos los males y a privar a los pobres de la esperanza. En cambio, cabe subrayar que la paz se basa en el respeto de cada persona, independientemente de su historia, en el respeto del derecho y del bien común, de la creación que nos ha sido confiada y de la riqueza moral transmitida por las generaciones pasadas.

Asimismo, nuestro pensamiento se dirige de modo particular a los niños que viven en las zonas de conflicto, y a todos los que se esfuerzan para que sus vidas y sus derechos sean protegidos. En el mundo, uno de cada seis niños sufre a causa de la violencia de la guerra y de sus consecuencias, e incluso es reclutado para convertirse en soldado o rehén de grupos armados. El testimonio de cuantos se comprometen en la defensa de la dignidad y el respeto de los niños es sumamente precioso para el futuro de la humanidad.

7. Un gran proyecto de paz

Celebramos en estos días los setenta años de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que fue adoptada después del segundo conflicto mundial. Recordamos a este respecto la observación del Papa san Juan XXIII: «Cuando en un hombre surge la conciencia de los propios derechos, es necesario que aflore también la de las propias obligaciones; de forma que aquel que posee determinados derechos tiene asimismo, como expresión de su dignidad, la obligación de exigirlos, mientras los demás tienen el deber de reconocerlos y respetarlos»[7].

La paz, en efecto, es fruto de un gran proyecto político que se funda en la responsabilidad recíproca y la interdependencia de los seres humanos, pero es también un desafío que exige ser acogido día tras día. La paz es una conversión del corazón y del alma, y es fácil reconocer tres dimensiones inseparables de esta paz interior y comunitaria:

— la paz con nosotros mismos, rechazando la intransigencia, la ira, la impaciencia y -como aconsejaba san Francisco de Sales- teniendo “un poco de dulzura consigo mismo”, para ofrecer “un poco de dulzura a los demás”;

— la paz con el otro: el familiar, el amigo, el extranjero, el pobre, el que sufre…; atreviéndose al encuentro y escuchando el mensaje que lleva consigo;

— la paz con la creación, redescubriendo la grandeza del don de Dios y la parte de responsabilidad que corresponde a cada uno de nosotros, como habitantes del mundo, ciudadanos y artífices del futuro.

La política de la paz -que conoce bien y se hace cargo de las fragilidades humanas- puede recurrir siempre al espíritu del Magníficat que María, Madre de Cristo salvador y Reina de la paz, canta en nombre de todos los hombres: «Su misericordia llega a sus fieles de generación en generación. Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes; […] acordándose de la misericordia como lo había prometido a nuestros padres en favor de Abrahán y su descendencia por siempre» (Lc 1,50-55).

Vaticano, 8 de diciembre de 2018

[1] Cf. Lc 2,14: «Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad».

[2] Cf. Le Porche du mystère de la deuxième vertu, París 1986.

[3] Carta ap. Octogesima adveniens (14 mayo 1971), 46.

[4] Carta enc. Caritas in veritate (29 junio 2009), 7.

[5] Cf. Discurso en la exposición-congreso “Civitas” de Padua: “30giorni” (2002), 5.

[6] Benedicto XVI, Discurso a las Autoridades de Benín (Cotonou, 19 noviembre 2011).

[7] Carta enc. Pacem in terris (11 abril 1963), 44.