158.1. Yo no he esperado a que tú seas bueno para hablarte. Te he ido hablando, y con mis palabras y plegarias tu vida ha sido bendecida; has mejorado. No lo que yo quisiera, no lo que yo esperaría, pero sí has mejorado, y sería mentir decir lo contrario. Te digo esto, no porque pretenda echarte nada en cara —para eso está tu conciencia—, sino porque quiero que tomes como referencia lo que yo he hecho contigo. Te repito: no esperé a que fueras bueno para hablarte; hablándote te llamé a la bondad.
158.2. Descubre a partir de ahí lo absurdo de la posición de tantos evangelizadores que se desaniman, entristecen o disgustan como ven que las cosas no están como ellos quisieran. Es que si las cosas estuvieran como ellos las quieren, ¡ellos mismos no serían necesarios! Hay que evangelizar precisamente porque las cosas no nos gustan, no nos alegran, no nos convencen. Por lo tanto, ¿qué es lo que debe esperar un evangelizador? Contradicciones, desilusiones, malas noticias. Evangelizar es esparcir la Buena Noticia entre las malas noticias.
158.3. Ahora bien, una noticia será “buena” si tiene el vigor necesario para vencer a las noticias “malas.” Si tu “Buena Nueva” no puede vencer a las “malas nuevas,” no es el Evangelio. El Evangelio no empieza en la supresión de las malas noticias, sino en la victoria sobre ellas.
158.4. Tú dirás: ¿y qué noticia puede seguir siendo buena, aunque sele junten mil noticias pésimas? ¡Hombre de Dios, sólo una noticia que se vuelva más buena a medida que se le juntan las malas! ¡Esta es la victoria de la Cruz! Por eso yo te repito de mil modos la noticia de la Cruz, hasta cansarte. La novedad de Cristo no empieza propiamente en los discursos, ni en los milagros, ni en los exorcismos. Lo más nuevo del misterio de Cristo es el misterio de la Cruz. Sólo a la Cruz ha sido concedido volverse más grande cuanto más escarnecida y burlada es. De esto te he hablado ya en otra oportunidad.
158.5. Pero hoy quiero centrarme particularmente en lo que significa ese misterio en tu vida como evangelizador. Tres cosas nacen de aquí. Dame tu atención, que te interesa.
158.6. Antes de llegar a un lugar de evangelización, haz oración. Esta recomendación no es nueva para ti. Lo nuevo es esto: pide a Dios que revele la victoria de la Cruz en ese lugar o en ese grupo de personas. ¿Cómo hace Dios esto? De tres modos: primero, y más bello, convirtiendo a algunos de los más feroces opositores o detractores. Mira simplemente a Pablo (Hch 9), y descubre la potencia de este primer modo de gloria de la Cruz.
158.7. Segundo, Dios transforma circunstancias adversas en ocasiones favorables. Más de una vez pasa que la oposición de un funcionario, o la falla de una cuestión técnica, o la enfermedad de alguien se convierte en una señal que conduce tus palabras hacia otro lugar, otras personas u otros temas. Y suele suceder que son esas nuevas circunstancias las que le van a dar mayor gloria a Dios, de un modo que no podía ser ni siquiera soñado en el plan original.
158.8. A esto aludía Nuestro Señor Jesucristo cuando dijo: «Y por mi causa seréis llevados ante gobernadores y reyes, para que deis testimonio ante ellos y ante los gentiles» (Mt 10,18). Cualquiera se acobarda, se enreda en sus propios sentimientos y expectativas, o se pone a renegar de Dios: “¿Cómo así que estoy sirviendo a Dios y las cosas me salen mal?” Cristo quiere que nadie caiga en esta trampa. Si estás donde estás, es allí donde Dios te necesita. Tú hiciste lo que tenías que hacer; Dios hace lo que sabe hacer.
158.9. En tercer lugar, la victoria de la Cruz se da también como purificación y acrisolamiento del predicador. El hecho de que Dios te regale algunas palabras bonitas o brillantes no indica que ya estás completo y perfecto. Recuerda asimismo que el hecho de que Dios trabaje contigo no implica que deje de trabajar en ti. Así habla un experto evangelizador cuando las envidias e intrigas parecen abrumarlo, escucha: «Pues yo sé que esto servirá para mi salvación gracias a vuestras oraciones y a la ayuda prestada por el Espíritu de Jesucristo» (Flp 1,19).
158.10. Armado de estas consideraciones sigue tu camino, y sea Dios glorificado en ti, “por tu vida o por tu muerte” (cf. Flp 1,20). Deja que te invite a la alegría. Dios te ama; su amor es eterno.