Quedé pasmado al enterarme que los juegos caseros (tipo Play Station) mueven más millones que los videos para consumo en casa.
Por ejemplo, la edición digital del Diario de León para hoy anota que “8,5 millones personas, uno de cada cinco españoles, son consumidores de videojuegos.” Un poco más adelante específica en lo que atañe a las edades: “sólo el 38% de los usuarios son menores de edad, y […]este porcentaje se reduce espectacularmente por debajo de los 14 años.”
Los juegos afectan una parte sustancial de la vida de mucha gente:
Casi todos los encuestados dicen jugar al menos una vez por semana, y uno de cada cuatro, casi todos los días. Quienes menos juegan son las mujeres, que en su mayoría gastan menos de una hora semanal. Los que más deberían preocuparse son el 20% que reconocen haber reducido otras actividades de ocio como el cine, teatro, actividades, deporte o estudios para incrementar las horas dedicadas al juego.
De un plumazo cayeron dos suposiciones que guardaba de tiempo atrás: que los juegos eran asunto de adolescentes y que se gastaba más plata en otras formas de entretenimiento.
La verdad es que el juego parece ser todo menos superfluo. Quiero decir: el entretenimiento es mucho más que un pasar el tiempo. Casi se podría decir que resolvemos las necesidades porque la necesidad de entretenernos nos mueve a ello.
Los antiguos monjes canonizaron la expresión “vacare Deo” para indicar cómo la liberación de los trabajos llamados serviles era una especie de requisito para que el monje pudiera ocupar su tiempo en otras cosas, se supone que el cultivo de otras áreas de su espíritu, a través de la lectura o la meditación, se supone. Esa necesidad de estar libre de necesidades tiene un poder enorme, como lo reflejan varias cosas, si miramos bien.
En primer lugar, lo ya dicho: ingentes cantidades de dinero de parte de los consumidores finales. Esto implica a su vez colosales inversiones de tecnología y recursos para desarrollar juegos cada vez más reales, por lo menos en el segmento informático.
En segundo lugar, hagamos el ejercicio mental de quitar los entretenimientos de una sociedad como la Occidental. Tendríamos que derribar cines y teatros, discotecas y casinos, y también estadios, canchas, seguramente parques… Casi parece que la ciudad ha nacido del comercio pero su finalidad es la libertad de no tener que hacer nada: “vacare”…
En tercer lugar, miremos la programación típica de la televisión. Se puede hablar de buen o mal gusto pero lo que no se puede dejar de ver es que la inmensa mayoría de los contenidos apuntan simplemente a entretener.
Y es curioso ese verbo mismo: entretener. Da la idea de algo temporal y provisional, como cuando una persona tiene que hacer su turno en la sala de espera mientras el doctor lo llama. Entonces la persona se “entretiene” por ejemplo leyendo algo liviano, intrascendente quizá. El fin del entretenimiento debería ser eso: ocupar nuestro tiempo mientras llega el plato fuerte. El problema es que muchos no saben qué podría ser un plato realmente fuerte y por eso se quedan con entremeses y todo su tiempo es entretenimiento.
De modo más formal uno puede preguntar si el entretenimiento es un medio, como lo sugiere la sala de espera del consultorio, o es un fin, como lo sugiere el que una vez resueltas lo que consideramos “necesidades” entonces sí nos dedicamos… ¡a entretenernos! ¿Qué hay en el fondo de todo esto?