Higiene Mental
En el tema anterior hablábamos de dos maneras de sanar: a través de la naturaleza y a través de la gracia. Naturaleza significa la ciencia, el progreso, la medicina, la técnica y todos los recursos que el hombre ha recibido de Dios para dominar la tierra y su propia existencia, siempre en la obediencia. Gracia significa la fe y la oración mediante las cuales obtenemos a veces sanaciones y milagros de parte de Dios. Hay un tercer camino y es la búsqueda de poderes ocultos, obtenidos por medios oscuros, a espaldas de Dios. Entra aquí en escena el que un día dijo que le pertenece todo poder en la tierra y que lo entrega a quien le adore. Cuando seguimos ese camino, la ruina es inevitable y hemos caído en las redes de la araña y no saldremos de allí fácilmente.
Les invito a reflexionar sobre un tema que pertenece a la primera manera de sanar, a través de la naturaleza. Es un tema muy importante para nuestra salud espiritual y corporal, para tener sanos la mente y el corazón y ser así siempre dadores de perdón. Es un tema muy poco utilizado en nuestra pastoral: la higiene mental. El estilo de hoy de caminar tan aprisa nos obliga a aplicar los frenos para no chocar con otros hermanos que caminan también con prisa. Y grandes prisas generan grandes tensiones. No sacamos tiempo para detenernos, para reflexionar, para relajarnos, para descansar. Sin darnos cuenta de ello, la prisa, la velocidad nos mantiene frecuentemente tensos, irritables, agresivos, cansados y hasta atemorizados. También nuestro cuerpo acumula tensiones, dolores, cansancio. Mantenemos la frente arrugada, los hombros encogidos o tensos, agarrotados, rígidos los brazos, crispadas las manos, inquietas las piernas, todo lo cual refleja la tensión que vivimos. Esos estados de tensión consumen grandes energías, limitan nuestra capacidad de vivir contentos con nosotros mismos y en paz con los demás, además que nos disponen para una cantidad de enfermedades, cardiovasculares, depresiones, cáncer, etc. Espacios de relajación y descanso, no son un lujo, sino una necesidad. Cuando el Creador finalizó su obra creadora, “descansó y bendijo el descanso” (Gen 2,3). Otro tanto hizo Jesús con sus discípulos: “Vengan también ustedes aparte, a un lugar solitario, para que descansen un poco” (Mc 6,30-32).