108.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
108.2. Tanto se habla de las miserias del hombre, que bueno es hoy subrayar que ninguna de ellas es un límite absoluto, pues detrás de cada miseria hay un tesoro. Esto ha quedado particularmente manifiesto en la bienaventurada Pasión de Nuestro Señor Jesucristo. Quita de Jesús sus debilidades y habrás quitado la parte más grande, mejor y más hermosa de su ofrenda por la gloria del Padre y la salvación del mundo.
108.3. Sin la capacidad de sentir hambre, frío, humillación y pobreza, ¿tendría el mismo tamaño el amor manifiesto en el Niño de Belén? Si no hubiera sido de carne sino de cera o de piedra ese Bebé, ¿hablaría igual a tu corazón? Y a la hora de la Cruz, ¿valdría de algo su dolor si su carne fuera sólo la ilusión que un ser celestial e ignoto creaba en tu mente? Sólo la realidad del dolor manifiesta la realidad del amor. No el dolor buscado por sí mismo, sino el dolor como consecuencia inevitable de la entrega de sí mismo. Ese dolor es elocuente; es el único que puede tocar el alma y quebrantar el corazón.