106.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
106.2. Enamorado de Dios, cuanto le concedía el Espíritu Santo, dijo un salmista: «En presencia de los Ángeles salmodio para ti» (Sal 138,1; cf. 59,18; 66,4; 71,22.23; 101,1; 144,9). ¡Dulce experiencia del corazón humano, que cuando canta para Dios se siente hermano de los Ángeles y descubre, tras los velos de la fe, su sitio en la Asamblea Celeste!
106.3. ¡Qué fuerza la que entraña esa sola palabra: enamorado! Así lees, por ejemplo: «Cuando Tobías oyó las razones de Rafael y que era pariente suya, del linaje de la casa de su padre, se enamoró de tal modo que se le apegó el corazón a ella» (Tob 6,19). Ese amor que enamora verdaderamente arrastra, ya sea para el mal, como le pasó a los israelitas a quienes denuncia Ezequiel (Ez 23,7-10), ya sea para el bien, como cuando Jacob se enamoró de Raquel (Gén 29,18), la que le dio como hijo a José, que habría de librar a la estirpe de Abraham de morir de hambre.