Cuando mi corazón está amargado
Respiro profundamente, despacio. Ojalá viendo entrar y salir el aire de mis pulmones: el que sale es oscuro, el que entra es claro.
Siento mi corazón amargado y como endurecido. Lo siento frío, mudo, inaccesible. Siento la presencia de Jesús a mi lado.
Expongo mi corazón a las caricias del sol, que es Jesús. Voy recibiendo su ternura, su suavidad como el agua cadenciosa.
Caliento mi corazón con la presencia cálida de Jesús, manso y humilde de corazón.
Alabo a Jesús y veo su rostro manso, misericordioso, veo la humildad de su corazón.
Bendigo y felicito a Jesús por ser bondadoso, humilde y siento que su calor, su dulzura, su humildad, como el sol, me va penetrando, me va llenando de su suavidad y mansedumbre.
Mi corazón se abre todavía tímidamente, vacilante, a Jesús.