70.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
70.2. La Carta a los Hebreos tiene entre sus principales propósitos destacar la diferencia entre la obra única de Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote, y el ministerio de los Ángeles. Dice, por ejemplo: «En efecto, ¿a qué Ángel dijo alguna vez: Hijo mío eres tú; yo te he engendrado hoy; y también: Yo seré para él Padre, y él será para mi Hijo?» (Heb 1,5). En este sentido debes saber y enseñar que nada se parece al Sacrificio único y perfectamente eficaz del Hijo de Dios, y por lo tanto, que hay una distancia infinita entre el ministerio de los Ángeles y el Sacerdocio de Jesucristo.
70.3. De ahí sin embargo, no debes deducir que los Ángeles seamos ajenos al ministerio sacerdotal, pues la unidad misma del plan misericordioso de Dios que tiene un solo fin, vuestra salvación, hace que todo concurra para el logro de ese fin. Evidentemente no se trata de que nosotros seamos sacerdotes, pues el sacerdocio cristiano está unido a la ofrenda de Cristo, la cual, como enseña esta misma Carta y como lees en otros lugares de la Escritura, depende formalmente del misterio de la Encarnación, que supone la unión con la naturaleza humana y no con la naturaleza angélica.
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