42.1. Ven, alabemos el Nombre Santo de Dios.
42.2. Aunque es verdad que soy yo quien “va” donde tú estás, también es verdad lo que hoy te he dicho: “ven,” porque el éxito de mi misión no está en que yo resulte semejante a ti, sino en que tú te asemejes a mí, quedando siempre claro que tú eres tú y yo soy yo.
42.3. “¡Ven!,” esta es la invitación más profunda de mi amor de amigo; es el eco en el Cielo de aquello que dices al celebrar la Santa Misa: “¡Levantemos el corazón!.” Y de eso se trata, mi hermano y amigo, de levantar el corazón, de buscar con la luz de la sabiduría la sede propia de tu amor.
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