33.1. Hay dolores que no puedo evitarte. He escuchado que te quejas ante ti mismo —temes hacerlo ante mí— y te preguntas cómo es que se ha dicho que los Ángeles Custodios somos “dulce compañía,” si tantas veces te sientes simple y llanamente solo. Yo quiero responder a esa inquietud que te perturba.
33.2. Has de saber ante todo, te repito, que hay dolores que no puedo ni debo evitarte, precisamente porque son para tu bien. Si Dios quiere asemejarte a su Hijo, ¿quién soy yo para impedirlo? Nada de lo que te sucede, ni bueno ni malo, es ajeno al querer de Dios. Nuestro Señor lo dijo claramente: «Hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados» (Mt 10,30). A ti no te va suceder nada, absolutamente nada, ni externo ni interno, ni grande ni pequeño, que no sea expresamente querido por Dios en vista de tu bienaventuranza eterna.