Una encuesta reciente muestra que la mayor parte de los hombres que pagan para tener sexo tienen de hecho una pareja estable, con la que tienen relaciones. No son solitarios mendigando compañía sino hombres en busca de nuevas experiencias o incapaces de sobrellevar la distancia física que les separa de su pareja. Lo que me llama la atención es que tener pareja no les “resuelve” el tema de su sexualidad o su hambre de placer.
Algo parecido resulta de alguna anécdota que me comentaba una amiga. Iba de paseo largo, de esos que se estilan en el mundo de los jóvenes primer-mundistas, con abundancia de trenes, lugares, paisajes y hoteles. A menudo, según se estila por aquí, él y ella compartían habitación, porque para eso se supone que se quieren. Pero ella decidió que no era buena idea seguir teniendo relaciones con él porque varias veces lo encontró buscando pornografía en Internet. La tenía a ella, pero, como los hombres de aquella encuesta, necesitaba un estímulo fuerte, o más exótico.
Para otros ese estímulo “exótico” proviene de turismo sexual con niños o viene de experimentos en “swinging” (intercambio de parejas) o con hombres operados para lograr cuerpos de mujer (transexuales). En Irlanda se ha publicado un estudio que muestra el porcentaje de hombres casados que viajan a Asia (Tailandia es un destino preferido) para buscar esa clase de aventuras. Todos ellos o la inmensa mayoría duermen todos los días al lado de su esposa. Son casados.
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