Roma e Israel

Del 500 A.C. a la Era Cristiana

1. Evolución de Roma

Desde antes del 300 a.C. Roma había iniciado un proceso de unificación de la península itálica, bajo el principio de “asumir lo asumible” de las culturas conquistadas, y no inmiscuirse en los asuntos puramente internos.

En el s. II a.C. Roma había conseguido un enorme poder militar, venciendo incluso a enemigos tan fuertes como Grecia y Cartago.

En su interior, la social del Imperio fue conflictivo, y se presentaron intentos de revolución, como el caso de los hermanos de apellido Graco, Tiberio y Sempronio, quienes murieron en la causa de emancipación, debido al poder de la aristocracia.

La situación política se centralizó en un triunvirato, después de las victorias de Pompeyo por todo el mediterráneo, y de Julio César en las Galias.

Este 1er. triunvirato lo formaban Pompeyo, Craso y César; cuando el segundo de ellos murió, Pompeyo y César se enfrentaron en guerra civil, de la que salió vencedor César y muerto Pompeyo. El proyecto de Julio César era ser dictador y soberano vitalicio del Imperio más poderoso hasta entonces, pero fue asesinado en el año 44 A.C.

Entonces fue tomado el poder por Marco Antonio, quien luego se vió forzado a pactar con César Octavio, un hijo adoptivo de Julio César, y con Lépido, en un 2º triunvirato. Por su parte, Octavio eliminó a Sexto Pompeyo, un hijo de Pompeyo que quería oponerse al triunvirato, y al mismo Lépido. Finalmente, en la batalla de Actium venció a Marco Antonio que se había aliado con Cleopatra. Así tomó posesión de Egipto, y sus enemigos debieron suicidarse. Fue así que Octavio Augusto quedó de gobernante supremo sobre el Imperio, que prosperó bastante en sus manos.

2. El Pueblo de la Alianza, desde Babilonia hasta el nacimiento de Cristo.

En el 586 a.C. fueron deportados a Babilonia los hebreos del reino de Judá, lo cual los hizo unirse como pueblo-sin-tierra, y les abrió la esperanza en sólo Dios como salvador.

Bajo el reinado persa de Ciro se les concedió en 537 volver a su tierra e incluso reconstruir el Templo, pero no todos volvieron, pues se sentía cómodos en su cautiverio.

En 332 Alejandro Magno se adueñó de Palestina, pero esta primera etapa de la injerencia griega fue pacífica. Más de 100 años después el rey Antíoco IV quiso helenizar por completo a Palestina, impidiendo el culto hebreo. Esto causó la rebelión de los Macabeos cuya victoria fue reconocida en el 142.

En el 63, Pompeyo se tomó Jerusalén, y en tiempos del nacimiento de Cristo, después de algunas batallas este terreno era romano, bajo el mando del “rey” Herodes. Paralelo a este movimiento nacionalista apegado a la tierra, hay que notar el fenómeno de la Diáspora, esto es, la dispersión de los judíos por pueblos incluso lejanos a Jerusalén. Hubo muchas de estas comunidades judías, una de las cuales hizo en Alejandría la conocida traducción “de los setenta” de la Biblia al hebreo.

3. César y Jesús

3.1. Manera de mirar a los demás:

Julio César se burlaba y bromeaba con unos piratas que alguna vez lo secuestraron. Después de pagar su rescate él mismo los atacó y mandó crucificar.

Jesús predica el absurdo de amar a los enemigos y nunca se retractó de ello, ni cuando era crucificado.

3.2. Actitud ante la religión:

En ausencia de Pompeyo, César fue hecho alcalde Roma. En ese tiempo ofreció exhibiciones tipo Coliseo Romano que lo hicieron popularísimo. Más tarde fue declarado Pontífex Maximus, jefe de la religión del Estado.

Jesucristo se ganó el afecto de las grandes masas de pobres judíos porque hacía milagros. Aunque rechazó entonces ser proclamado rey, después admitió ante los ancianos de Israel que Él era el Hijo de Dios.

3.3. Su obra:

Se considera a César como el más grande hombre de su tiempo. Pasó fundando ciudades y organizando tribus en forma de municipios. A su muerte, las provincias romanas entendieron la urgencia de un poder central, como el del emperador.

Jesús no escribió ningún libro ni se ocupó de establecer una rígida doctrina o sistema político. Ganó a sus adversarios sólo después de su muerte, y de Él sólo pudo decirse: “Pasó haciendo el bien a todos”.

Fr. Nelson Medina F., O.P.

El Patriarca Católico de Jerusalén Acusa a Israel de ser Responsable del Conflicto de Oriente Próximo

Por su ocupaciòn de los teriitorios

BELÉN.- El patriarca católico latino de Jerusalén, el monseñor Michel Sabbah, se ha pronunciado sobre el conflicto en Oriente Próximo después del final del asedio a la basílica de la Natividad. El religioso ha afirmado durante una misa en la iglesia de Santa Caterina de Belén que “la raíz del mal es la ocupación israelí” de los territorios palestinos.

“Mientras la raíz del mal siga ahí, la violencia persistirá. La raíz del mal es la ocupación israelí”, declaró Sabbah frente a cerca de 1.000 personas reunidas en la iglesia franciscana de Santa Catalina de Belén.

Sabbah condenó la falta de “coraje” de la comunidad, y señaló que “más que condenas, lo que se necesita es una acción”. “Necesitamos que tanto israelíes y palestinos demuestren su coraje para extirpar las raíces del mal y poner fin a la ocupación”, añadió.

Sabbah realizó estas declaraciones durante una misa de “expiación y reconciliación” tras el final del asedio a la basílica de la Natividad por el Ejército israelí.

Primer oficio en la basílica

Esta mañana se celebró el primer oficio religioso público en la basílica de la Natividad después de que terminara el pasado viernes, el cerco impuesto al templo por el Ejército israelí.

El oficio, del rito griego ortodoxo, comenzó a primera hora en la iglesia, que ya había sido limpiada después de 39 días de ocupación por casi dos centenares de palestinos, civiles y activistas armados, que se habían refugiado en el lugar.

La misa fue celebrada por el patriarca griego ortodoxo Ereneos I y se ha dedicado a la reconsagración del templo, debido a la profanación de que fue objeto en las últimas semanas, declaró el padre Speridon, que dirige la parroquia griega ortodoxa de Belén.

Fuente: AFP

Isabel, ¿Santa o Villana?

Acusada de intolerante, racista y sucia, Isabel la Católica vuelve a ser noticia una vez más gracias a la publicación de varias biografías que se ocupan de ella y por el relanzamiento de su causa de beatificación. Sin embargo, ¿cómo fue realmente Isabel la Católica?

“Isabel y Fernando el espíritu impera…” cantaba uno de los himnos más conocidos del Frente de juventudes. De esa manera, el régimen nacido de la guerra civil proclamaba su deseo de vincularse con las tradiciones nacionales más gloriosas. Por añadidura, la Falange había convertido en símbolo suyo – siguiendo la opinión del socialista Fernando de los Ríos – el yugo y las flechas de la regia pareja. La utilización que el régimen de Franco hizo de los Reyes Católicos facilitaría la tarea de todos aquellos que sentían por otras razones una especial repulsión hacia su legado y deseaban denigrarlo. Los enemigos de la memoria relacionada con los Reyes Católicos han ido históricamente de los republicanos a los islamistas pasando por los separatistas vascos y catalanes que siempre han lamentado la tarea de reunificación nacional consumada – que no iniciada – por Isabel y Fernando.

Sobre estas razones políticamente correctas, se ha ido labrando un cúmulo de leyendas especialmente contrarias a la reina de Castilla tachándola de sucia, intolerante, fanática y racista. No cabe duda de que semejante cuadro ha calado en un sector importante de la opinión pública fácil de manipular y ayuno de conocimiento histórico. Sin embargo, la realidad es que ninguno de esos mitos resiste la más elemental confrontación con las fuentes históricas. Empecemos por la leyenda relativa a una Isabel que no se cambiaba nunca de camisa aunque ésta apestara. Lo que nos enseñan las fuentes es que precisamente Isabel era una mujer de pulcritud sorprendente para su época y que se esforzó por hacer extensivas al conjunto de la población sus normas de conducta acentuadamente higiénica. De hecho, no deja de ser significativo que los informes de los médicos de la corte que han llegado hasta nosotros señalan su especial preocupación “por la higiene de los alimentos”. De igual manera es sabido hasta qué punto se vio afectada porque su hija Juana, en su locura, se negaba a cambiarse con frecuencia de ropa interior.

No menos difícil de sostener es la acusación de racista lanzada sobre Isabel. No sólo fue Isabel la principal inspiradora de las Leyes de Indias que convertían a los indios americanos en súbditos de pleno derecho frente a las codicias de no pocos sino que además el número de judíos que trabajaron para ella antes y después del Edicto de Expulsión fue muy numeroso. Nombres de gente de estirpe judía como Pablo de Santa María, Alonso de Cartagena, el inquisidor Torquemada, fray Hernando de Talavera, Hernando del Pulgar, Francisco Alvarez de Toledo o el padre Mariana entre otros muchos son muestra de hasta qué punto Isabel no fue nunca racista. De hecho, en sus últimos días el artesano que se ocupaba de atender algunas de sus necesidades como la de fabricar ratoneras era un moro por el que sentía un gran aprecio.

Si las fuentes nos muestran realmente algo no es que Isabel fuera racista – algo que no podría decirse de ilustrados como Voltaire o de socialistas como Lenin y Stalin – sino que carecía de cualquier tipo de prejuicio racial a la hora de defender a sus súbditos o de asignar cargos en la función pública. Este tipo de ataques contra Isabel ha intentado sostenerse sobre todo en episodios como la Expulsión de los judíos y el final de la Reconquista. A medio milenio de distancia, nadie dudaría que la expulsión de los judíos significó un conjunto de dolorosísimos dramas humanos. Sin embargo, en su época la acción distó mucho de tener esa connotación tan negativa. Las fuentes históricas nos muestran no sólo que la medida fue precedida por otras similares en naciones como Inglaterra, Francia o Alemania sino que incluso fue saludada con aprecio en Europa porque, a diferencia de lo ocurrido en otras naciones, los Reyes Católicos no actuaron movidos por el ánimo de lucro. En su momento, la decisión estuvo además relacionada con el proceso de Yuçé Franco y otros judíos que confesaron haber matado a un niño en la localidad de la Guardia en un remedo blasfemo de la Pasión de Jesús y, muy especialmente, con los intentos de ciertos sectores del judaísmo hispano por traer de vuelta a la fe de sus padres a algunos conversos.

Actualmente, los historiadores tienden a considerar el caso del niño de la Guardia como un fraude judicial pero lo cierto es que en aquella época las formalidades legales se respetaron escrupulosamente y este hecho, unido a la gravedad del crimen, provocó una animadversión en la población que, en apariencia, sólo podía calmarse con la expulsión de un colectivo odiado. Por otro lado, Isabel se preocupó personalmente de que no se cometieran abusos en las personas y haciendas de los judíos expulsados como se puso de manifiesto en la Real de provisión de 18 de julio de 1492 que velaba por evitar y castigar los maltratos que ocasionalmente habían sucedido en algunas poblaciones como la actual Fresno el Viejo. Por si fuera poco, durante los ciento cincuenta años siguientes, la innegable hegemonía española en el mundo no llevó a nadie a pensar que la expulsión de los judíos hubiera sido un desastre – habría que esperar a la Edad contemporánea para escuchar esa teoría – y, desde luego, difícilmente se hubiera podido sostener que el episodio había sido más grave que otros similares realizados en otras naciones europeas.

Aún más fácil de comprender resulta el final de la Reconquista. Que ésta era deseada y concebida como un movimiento de liberación de los invasores islámicos es algo que ya contemplamos en el siglo VIII en fuentes como la Crónica mozárabe de 754. Semejante visión se continuaría a lo largo de casi ocho siglos en que distintos monarcas – desde Alfonso III de León a Sancho el mayor de Navarra – se autotitularían “rey de España” en un afán de reconstruir la unidad perdida y de expulsar a un enemigo despiadado. Que los Reyes católicos, tras reunir los territorios de Castilla y Aragón, ambicionaran concluir el proceso reconquistador era lógico y, desde luego, no chocaba con las trayectorias de otros monarcas anteriores. Con todo, la lucha contra el reino nazarí de Granada no fue provocada por ellos sino por la ruptura de los pactos previos por parte del rey moro y por las incursiones de agresión que los musulmanes desencadenaron contra las poblaciones fronterizas. No se trataba, desde luego, de una lucha meramente religiosa sino también nacional y no deja de ser significativo que cuando se supo que Granada había capitulado los judíos danzaran para celebrarlo ya que también ellos habían sido víctimas de la intolerancia musulmana.

Sin embargo, la grandeza – grandeza difícilmente negable – de Isabel de Castilla descansa no en el hecho de que los ataques contra ella sean de escasa consistencia. Por el contrario, como han dejado sólidamente de manifiesto las biografías debidas a Luis Suárez y a Tarsicio Azcona, Isabel fue una reina verdaderamente excepcional en lo político, en lo humano y en lo espiritual mostrándose en multitud de ocasiones muy adelantada a su tiempo. Por ejemplo, supo comprender el efecto pernicioso que sobre la economía ejercía la subida de impuestos y prefirió la austeridad presupuestaria al incremento de la presión fiscal. Así mismo fue enemiga resuelta de las conversiones a la fuerza y así lo dejó expresado en la Real cédula de 27 de enero de 1500. Además, en agudo contraste con la figura de su hermanastro y antecesor Enrique IV el Impotente, Isabel fue partidaria de una adjudicación de funciones públicas que no derivara del favor real sino de los méritos del aspirante. Esa circunstancia basta por sí sola para explicar buena parte de los méritos de gestión del reinado y, especialmente, el deseo que Isabel tenía de que las mujeres pudieran recibir una educación académica similar a la de los hombres. Como ella misma diría “no es regla que todos los niños son de juicio claro y todas las niñas de entendimiento obscuro”.

Aún más notable es el aspecto humanitario de la personalidad de la reina que contrasta de manera muy acusada con el espíritu de la época. Por ejemplo, cuando en 1495 tuvo noticia de que Colón había traido de América indígenas a los que había vendido, dispuso que se procediera a su búsqueda y se les pusiera en libertad con cargo a las arcas del reino. Así efectivamente se hizo. Este episodio – y otros similares – explican por qué el presidente norteamericano Eisenhower la denomina “campeona de la libertad de los pueblos” y que su sucesor Lyndon B. Johnson apoyara la colocación de una estatua en su honor en la rotonda del Capitolio de Washington.

Aunque fue una excelente mujer de estado que en no pocas ocasiones superó a su astuto marido – por ejemplo, en el impulso a la gesta americana – Isabel no dejó jamás de mostrar una profunda preocupación por la suerte de los más débiles y desfavorecidos. Baste decir al respecto que es a ella a quien hay que atribuirle el establecimiento de las primeras indemnizaciones y pensiones para viudas y huérfanos de guerra – una disposición tomada después de la guerra civil de Castilla cuando las arcas del tesoro estaban exhaustas – o la creación de los primeros hospitales de campaña durante la guerra de Granada. Todas estas características bastarían para considerarla una reina excepcional – como ciertamente lo fue – y para disipar las campañas que en contra de su persona se han ido sumando a lo largo de los siglos pero no serían suficientes para dar fundamento a la postulación de su beatificación. Ésta se apoya en otros aspectos que, no obstante, también son verificables históricamente como puede ser su ejemplaridad de vida o, de manera muy especial, su celo por la expansión del Evangelio por encima de cualquier otra consideración. En ese sentido debe señalarse que el descubrimiento y la posterior colonización de América son incomprensibles sin una mención cualificada a las causas espirituales expresadas desde el primer momento por Isabel la católica y recogidas en diferentes documentos de la época.

En realidad, la figura de Isabel fue muy estimada en su época y abundan los testimonios de españoles y extranjeros que la tuvieron por una mujer no sólo excepcional sino tocada por la gracia de la santidad. De hecho, los ataques contra su persona procedieron exclusivamente de enemigos que temían lo que representaba e históricamente se han caracterizado por su falacia. Así, el rey Alfonso de Portugal – temeroso de no poder descuartizar Castilla y apoderarse de ella – la acusó de no estar casada con Fernando y de ser meramente una concubina, madre de hijos bastardos. En la actualidad, los ataques contra Isabel arrancan o bien de una clara ignorancia histórica – como muestra la leyenda de su camisa sucia – o de una repugnancia ante sus logros excepcionales. Los enemigos de la institución monárquica, los partidarios de desgajar la unidad nacional que ella restauró en compañía de su esposo Fernando, los adversarios de que la sociedad se vea impregnada por valores cristianos o los que se niegan a contemplar la amenaza que implica el islam para occidente pueden contemplarla como un blanco que debe ser abatido. En contra de esa visión marcada profundamente por el sectarismo se hallan los testimonios de la época y las opiniones favorables de personajes de la talla de Washington Irving, W. T. Walsh, William Prescott Ludwig Pfandl, Marcel Bataillon, Gregorio Marañón, Salvador de Madariaga, Ortega y Gasset o los mencionados presidentes de Estados Unidos entre muchos otros. Al final, como sucede con tantas otras cuestiones, sobre el frío y documentado análisis histórico prevalece la lucha política.

César Vidal (historiador protestante)

El Camino de una Palabra

Hace algo más de cuarenta años, el Papa Juan XXIII echó a rodar una palabra que cobró inmensa importancia y que se convirtió en punto de referencia para la mayor parte de la vida de la Iglesia durante el Concilio Vaticano II y después de él. Estoy hablando, desde luego, del “aggiornamento”.

El aggiornamento es la “puesta al día” de la Iglesia. Mas será bueno dejar que hable quien convocó este Concilio, porque es interesante ver la distancia entre la mente de Juan XXIII y los hechos que se sucedieron después.

¿Qué era lo que quería Juan XXIII?

Decía el Papa en la sesión inaugural del Concilio Vaticano II, el 11 de octubre de 1962 (Gaudet Mater Ecclesia, n.5):

“El supremo interés del Concilio Ecuménico es que el sagrado depósito de la doctrina cristiana sea custodiado y enseñado en forma cada vez más eficaz. Doctrina, que comprende al hombre entero, compuesto de alma y cuerpo; y que, a nosotros, peregrinos sobre esta tierra, nos manda dirigirnos hacia la patria celestial. Esto demuestra cómo ha de ordenarse nuestra vida mortal de suerte que cumplamos nuestros deberes de ciudadanos de la tierra y del cielo, y así consigamos el fin establecido por Dios.”

Y más adelante:

Para que tal doctrina alcance a las múltiples estructuras de la actividad humana, que atañen a los individuos, a las familias y a la vida social, ante todo es necesario que la Iglesia no se aparte del sacro patrimonio de la verdad, recibido de los padres; pero, al mismo tiempo, debe mirar a lo presente, a las nuevas condiciones y formas de vida introducidas en el mundo actual, que han abierto nuevos caminos para el apostolado católico.

Por esta razón la Iglesia no ha asistido indiferente al admirable progreso de los descubrimientos del ingenio humano, y nunca ha dejado de significar su justa estimación: más aun, siguiendo estos desarrollos, no deja de amonestar a los hombres para que por encima de las cosas sensibles vuelvan sus ojos a Dios, fuente de toda sabiduría y de toda belleza; y les recuerda que, así como se les dijo “poblad la tierra y dominadla” (Gén 1,28), nunca olviden que a ellos mismos les fue dado el gravísimo precepto: “Adorarás al Señor tu Dios y a El sólo servirás” (Mt 4,10), no sea que suceda que la fascinadora atracción de las cosas visibles impida el verdadero progreso”.

Notemos que el Papa parte de un supuesto, que no es difícil confirmar en otros escritos suyos: la Iglesia tiene una verdad que ofrecer al mundo. La razón por la que habla de un Concilio que no tendrá que discernir cuestiones de doctrina es porque el Papa siente que la doctrina está clara, y que lo que hace falta es un corazón compasivo y avisado, a la vez, que sepa aprovechar los adelantos en el orden de las comunicaciones para brindar al mundo de modo nuevo la noticia siempre nueva de la fe que nos salva.

Por eso decía ya en la Constitución Apostólica Humanae Salutis, n. 6, cuando promulgaba la realización del Concilio:

“Ante este doble espectáculo, la humanidad, sometida a un estado de grave indigencia espiritual, y la Iglesia de Cristo, pletórica de vitalidad, ya desde el comienzo de nuestro pontificado – al que subimos, a pesar de nuestra indignidad, por designio de la divina Providencia – juzgamos que formaba parte de nuestro deber apostólico el llamar la atención de todos nuestros hijos para que, con su colaboración a la Iglesia, se capacite ésta cada vez más para solucionar los problemas del hombre contemporáneo.”

Tenemos aquí, no la mirada angustiada de un hombre que ve que el mundo se fue delante y “el tren de la historia dejó a la Iglesia”, sino un pastor compasivo que sabe que la esencia del mensaje de salvación está a buen recaudo en la Iglesia pero que esta Iglesia necesita aprender, por así decirlo, el “lenguaje” del mundo, como acto de compasión hacia el mundo.

Esto queda claro también en las palabras de apertura del Vaticano II, en la misma Gaudet Mater Ecclesia, n.7:

“La Iglesia Católica, al elevar por medio de este Concilio Ecuménico la antorcha de la verdad religiosa, quiere mostrarse madre amable de todos, benigna, paciente, llena de misericordia y de bondad para con los hijos separados de ella. Así como Pedro un día, al pobre que le pedía limosna, dice ahora ella al género humano oprimido por tantas dificultades: ‘No tengo oro ni plata, pero te doy lo que tengo. En nombre de Jesús de Nazareth, levántate y anda’ (Hch 3,6). La Iglesia, pues, no ofrece riquezas caducas a los hombres de hoy, ni les promete una felicidad sólo terrenal; los hace participantes de la gracia divina que, elevando a los hombres a la dignidad de hijos de Dios, se convierte en poderosísima tutela y ayuda para una vida más humana; abre la fuente de su doctrina vivificadora que permite a los hombres, iluminados por la luz de Cristo, comprender bien lo que son realmente, su excelsa dignidad, su fin”.

El tren de la historia

Todo esto es bien interesante, porque luego ha habido muchos que, nombrándose voceros del espíritu renovador de Juan XXIII, sí han presentado a la Iglesia en jadeante y fatigosa carrera por alcanzar al mundo, como si fuera ella la necesitada y el mundo su salvador.

Cosa que sucede no sólo a laicos o sacerdotes con aire de intelectuales: hace tres años, los Señores Obispos de la Comisión Episcopal de Medios de Comunicación Social de España escribían que “nos queda, sin embargo, todavía un largo camino por recorrer, si queremos estar a la altura del momento y no perder el tren de la historia.”

Los más enfáticos, sin embargo, suelen ser los teólogos. Para la muestra, Juan J. Tamayo, en un Encuentro Internacional para la Renovación de la Iglesia Católica, en Madrid, septiembre de 2002:

“Un Concilio sería una gran oportunidad para retomar el tren de la historia e invertir la actual tendencia hacia la restauración eclesiástica por la de la renovación. Para ello lo primero que hay que cambiar es el escenario de celebración. Los dos últimos Concilios tuvieron lugar en Roma en correspondencia con la centralidad del catolicismo romano en el mundo. Hoy, sin embargo, el catolicismo tiene un rostro multicultural, multiétnico, multirracial y multirreligioso. De ahí que el Vaticano no me parezca el lugar más adecuado para el nuevo Concilio. Me inclino, más bien, por un lugar del Tercer Mundo; América Latina, por ejemplo, que cuenta con un vigoroso cristianismo profético expresado a través del compromiso de los cristianos y cristianas comprometidos con las mayorías populares, el dinamismo de las comunidades de base y la pujanza de la teología de la liberación”.

¿Qué entendía Juan XXIII por aggiornamento?

¿Compartiría Juan XXIII el punto de vista de Tamayo? El 13 de Noviembre de 1960, es decir, ya varios meses después del primer anuncio, pero aun faltando mucho en el proceso de preparación, el Papa Juan XXIII explicaba cuál era el sentido de la novedad del Concilio:

“Todo lo que habrá de hacer el nuevo Concilio Ecuménico se endereza a restaurar en todo su esplendor las líneas simples y puras que el rostro de la Iglesia de Cristo tuvo en su comienzo, y a presentar este rostro como su Divino Fundador lo plasmó: sine macula et sine ruga. El camino de la Iglesia a través de los siglos aun está lejos de aquel punto en que será llevada a la triunfo eterno. Por ello, el objetivo más alto y noble del Concilio Ecuménico (cuya preparación apenas empieza y por cuyo éxito el mundo entero está orando) es hacer una pausa para estudiar con amor la historia de la Iglesia y para tratar de redescubrir las trazas de su juventud llena de vida, y reconstruirlas de modo que muestren su poder sobre las mentes modernas, que son tentadas y engañadas por las falsas teorías del príncipe de este mundo, el adversario, abierto o escondido del Hijo de Dios, el Redentor y Salvador”.

Y en el mismo año de la inauguración, en su Carta Apostólica Oecumenicum Concilium, del 28 de abril de 1962, vuelve sobre el mismo tema, aludiendo expresamente a la actualización o “aggiornamento”:

“El esfuerzo de aggiornamento en la vida de la Iglesia, el conjunto de las distintas leyes y disposiciones que serán adoptadas o reexaminadas en las solemnes asambleas [del Concilio Vaticano II], sólo pretenden esto: que Cristo sea conocido, amado, imitado, con generosidad siempre creciente. “Es preciso que Él reine”’ (1 Cor 15,25): sólo Él ha de ser la aspiración constante de nuestra vida, hasta en las cosas más pequeñas; sólo como Él hemos de vivir, porque sólo Él tiene “palabras de vida eterna”(Jn 6,69). La celebración del Concilio no tiene otro objetivo, ni tampoco la renovación espiritual que, por la gracia divina, habrá de seguirle”.

– Está claro, pues, que no se trata de perseguir al mundo, ni tampoco de mendigar del mundo lo que sólo Cristo, el Cristo de la Pascua, puede dar a la Iglesia, según aquello de 2 Pe 1,3: “Su divino poder nos ha concedido todo cuanto concierne a la vida y a la piedad, mediante el verdadero conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia”.

– Ahora bien, este mundo tiene también sus bienes, y no puede en justicia ser condenado en bloque, ni presentado sólo bajo aspecto de su indigencia o su maldad. La Iglesia ha de aprender, más que de Él, de Dios Creador que ha dejado semillas de bondad por doquier, según el criterio de San Pablo: “todo lo que es verdadero, todo lo digno, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo honorable, si hay alguna virtud o algo que merece elogio, en esto meditad. Lo que también habéis aprendido y recibido y oído y visto en mí, esto practicad, y el Dios de paz estará con vosotros”(Flp 4,8-9).

– Por último, queda claro también que la Iglesia, en la mente de Juan XXIII, se siente abundar en una vida que no merece pero que realmente posee, la vida de la gracia, y que es su derecho y su deber, en razón de misericordia, ofrecer esa vida al mundo que la necesita, según escribió Pablo: “puesto que tenemos este ministerio, según hemos recibido misericordia, no desfallecemos; sino que hemos renunciado a lo oculto y vergonzoso, no andando con astucia, ni adulterando la palabra de Dios, sino que, mediante la manifestación de la verdad, nos recomendamos a la conciencia de todo hombre en la presencia de Dios” (2 Cor 4,1-2).

Fr. Nelson Medina, OP

¿Qué es el paraíso?

La palabra paraíso tiene varios significados: dentro de la narración del libro del Génesis, el paraíso se refiere a esa condición original que tenía el ser humano en el plan de Dios.

El paraíso, que en ese caso es el paraíso terrenal, denota esa situación de armonía con Dios, armonía con la naturaleza, armonía con los demás seres humanos y armonía dentro de sí mismo. Creo que esta palabra armonía, describe muy bien lo que querría decir paraíso terrenal. Pero entra el pecado en la historia de la humanidad y todas esas armonías se rompen: la relación con Dios, con los hermanos, con la naturaleza, todo eso se rompe y ese paraíso terrenal queda perdido. Ese es el primer sentido.

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El Misterio de la Maternidad

Por repetido no es menos cierto: el embarazo y la maternidad son unas experiencias inigualablemente bellas, y para muchas mujeres incluso llegan a ser los momentos más hermosos de sus vidas. Portar un hijo en las entrañas y ayudar a traerlo al mundo son verdaderos y gratuitos regalos que nos ha dado la naturaleza: por nada se nos da todo, y todo es el misterioso don de la vida, de la existencia, única, portentosa y maravillosa.

Para muchos el desarrollo de una vida dentro del vientre sigue siendo un misterio. ¿Cómo explicar que de la unión de un óvulo y un espermatozoide surja la vida?, y que esta pequeña célula en multiplicación explosiva empiece a tener un corazón, unas manos, unos ojos…, sólo ocho semanas después del encuentro entre las dos células. Así, como si recibiera soplos maravillosos de vida, se inicia la existencia.

Y mientras la barriguita de la madre se va abultando, al tiempo que se abultan sus sueños, su felicidad y su agradecimiento por la nueva vida, se va formando el nuevo ser: un nuevo ser único, irrepetible, con toda su carga genética, con todo su misterio interior, pero que podría no haber existido de no haber sido por ese encuentro amoroso de este hombre y esta mujer concretos, en aquel momento concreto.

La espera casi siempre suele terminar con ese ¡momento maravilloso!, que es el alumbramiento. Por primera vez, el padre y la madre pueden ver a ese “desconocido” que ha convivido con ellos durante nueve meses. Han sido hasta ahora como dos cuerpos en uno, que, al final, se dirán adiós por siempre, porque aquella pequeña semilla que creció de manera tan natural ya está preparada para seguir creciendo en su propia parcela.

Es difícil describir con palabras lo que se siente al saber que se lleva a alguien dentro; y que ese alguien crece día a día, gracias a que la madre le está dando la vida, parte de su vida. Es algo así como una mezcla de orgullo y de alegría incontenible, por saber que dentro de sí está él, ¿ella?, respirando, moviéndose, mientras se siente cómo se funden los sonidos uniformes de los dos corazones.

Y mientras pasan los días, los padres planean, preparan y sueñan con la llegada de aquel pequeño ser, a quien este “cubículo”, que tiene por morada, cada día le resulta más incómodo. Los padres saben que, a pesar de los tiempos que corren, lo único que sigue siendo indispensable para el recibimiento del nuevo miembro es su amor incondicional, su sí de aceptación definitivo, radical y sin restricciones. Un sí de amor con el que los padres acogen al nuevo ser y le dicen: “te quiero, te quiero tal como eres y no te cambiaría por nadie”. Al contemplarlo nacido nos damos cuenta de que, aunque pequeño, él tiene ya una semilla de libertad, de inteligencia y de capacidad de amar. Tomará sus opciones y será él mismo, con su personalidad e independientemente de nuestras expectativas respecto a él.

Es cierto: seis mil millones de mujeres del mundo contemporáneo han recibido este don que es dar la vida, pero nunca deja de ser una novedad, un milagro, un misterio, algo inexplicable, que nos hace instrumentos de Dios y ayudantes vitales y esenciales en la conservación de la raza humana.

Por Olga Cubides Martínez (SOI)

¿Qué Hacer Ante las Leyes Injustas Sobre Aborto o Bioética?

Responde el catedrático de Teología Moral Ángel Rodríguez Luño.

ROMA, 26 septiembre 2002 (ZENIT.org).
¿Es posible votar o promover una ley que acepta el aborto -pero restringiéndolo- como alternativa a otra ley más permisiva en vigor o en fase de votación? Esta es la pregunta que ha interpelado e interpela profundamente la conciencia de políticos y legisladores cristianos y no cristianos en las últimas décadas.

Ángel Rodríguez Luño, profesor de Teología Moral en la Universidad Pontificia de la Santa Cruz, en Roma, ha respondido a esta cuestión en un artículo publicado por la edición italiana de “L’Osservatore Romano” el 6 de septiembre en el que pide a los teólogos ayudar a las personas a comprender la cuestión de fondo.

Para entender mejor el argumento, que puede afectar también a leyes sobre genética, Zenit ha entrevistado al profesor Rodríguez Luño. Estas han sido sus respuestas.

– Votar en favor de una ley que acepte parcialmente el aborto, aunque mejore la situación, ha sido criticado por algunos exponentes del movimiento pro-vida. Consideran que el aborto es algo tan malo que no es posible ninguna excepción a su rechazo. ¿Cómo responde usted a esta crítica?

– Rodíguez Luño: No se trata de ninguna crítica, pues lo que pienso y lo que he escrito está plenamente de acuerdo con lo que se afirma en la pregunta. Una ley que legaliza el aborto, aunque sea para un número menor de casos que otra, es una ley gravemente injusta, a la que ningún católico puede dar un voto favorable, y en cuya aplicación no cabe ninguna cooperación formal y ningún tipo de cooperación material inmediata.

Lo que dice el n. 73 de la encíclica “Evangelium vitae” es algo bien distinto, a saber: si un miembro de una asamblea legislativa que se opone totalmente al aborto no puede abrogar completamente una ley gravemente injusta, pero puede abrogarla parcialmente, puede y generalmente debe hacerlo, siempre que no cause escándalo y que no se haga realmente responsable de que queden en vigor las disposiciones legislativas injustas que no consigue abrogar.

Un ejemplo lo aclarará. Pensemos en la asamblea legislativa de un país en el que está en vigor una ley del aborto muy permisiva. Esa asamblea tiene 100 parlamentarios, divididos en tres grupos: el grupo A, de 40 miembros, acepta la actual ley y no quiere cambiarla bajo ningún motivo; el grupo B, de 30 miembros, piensa que el aborto debe ser legal en algunos casos, pero le parece que la actual ley es muy permisiva y debe ser modificada; sin embargo, no está dispuesto a aprobar una ley que prohíba cualquier tipo de aborto. El grupo C, de 30 miembros, es contrario a cualquier tipo de aborto. Si en esta situación, unos cuantos parlamentarios del grupo C, que son católicos, presentan a la asamblea una moción que abroga todos los artículos de la ley hasta ahora en vigor que los del grupo B están dispuestos a eliminar, de forma que si es aprobada será ilegal el aborto en muchos casos que hasta ahora eran legales, aunque continuará siendo legal en unos casos muy restringidos, los parlamentarios del grupo C (que son católicos) tienen ante sí tres comportamientos posibles: votar contra la moción, abstenerse, o votar a favor. Si votan en contra de la moción que se acaba de presentar, se hacen responsables de que siga en vigor la ley muy permisiva, y esto no es aceptable para la moral católica. Si se abstienen, la moción abrogativa no alcanza la mayoría y no es aprobada, y por tanto se hacen de algún modo responsables de que siga en vigor la ley muy permisiva, lo que tampoco es moralmente aceptable. Si votan a favor de la moción, ésta alcanza la mayoría de votos necesaria, queda parcialmente abrogada la ley anterior, y la nueva ley resultante es mucho más estricta.

Lo que yo he escrito, sobre la base de cuanto ha dicho “Evangelium vitae” (n. 73), es que los parlamentarios que han presentado la moción abrogativa han obrado moralmente bien, y que los católicos del grupo C pueden, y generalmente deben, votar a favor de la moción abrogativa, siempre que resulte clara a todos su posición completamente contraria a cualquier tipo de aborto. Y el fundamento del juicio moral contenido en el n. 73 de la encíclica no es que la ley más restrictiva sea aceptable para la moral católica. No es esto. Se trata de una ley gravemente injusta con la que no es posible colaborar de ningún modo. El fundamento del juicio moral de “Evangelium vitae” es que el objeto moral de la acción de los parlamentarios que han presentado la moción abrogativa y el de la acción de la totalidad del grupo C no es sostener con su voto los artículos que permanecen en vigor y que no tienen la posibilidad de abrogar, sino que el objeto moral de su acción (lo que realmente hacen) es únicamente abrogar los artículos de la ley anterior que es posible abrogar, y evitar sostener con su voto la ley anterior más permisiva. Esto no es colaboración con una ley abortista (no es “cooperación al mal”), sino ejercicio del deber de abrogar, en cuanto es posible, una ley gravemente injusta.

Por decirlo aún más gráficamente: la mayoría parlamentaria que sostiene los artículos de la ley anterior que aún permanecen vigentes después de aprobada la moción abrogativa está formada por el grupo A y el grupo B (40 + 30); la mayoría parlamentaria que ha abrogado los artículos más permisivos está formada por el grupo B y el grupo C (30 + 30). El grupo C, en el que están los parlamentarios católicos, sólo es responsable de la abrogación de algunos artículos, es decir, de haber eliminado todo lo que podían eliminar, y no de que siga en vigor lo que no podían eliminar.

Este caso es el primero de los tres contemplados en mi artículo. Los otros dos son diversos, pero el principio moral según el cual se resuelven es el mismo. El razonamiento moral que he propuesto se ha de leer con mucha atención, porque es una cuestión difícil y delicada.

-¿Cómo podemos evitar el peligro de un creciente laxismo con el paso del tiempo si aceptamos la posibilidad de aprobar leyes imperfectas?

-Rodíguez Luño: En mi artículo nunca he empleado la expresión leyes imperfectas, que considero poco clara. “Evangelium vitae” tampoco emplea esa expresión. Casi todos los autores que la emplean la entrecomillan para indicar que es simplemente un modo abreviado y cómodo de referirse a un problema complejo que todos conocen. En mi artículo aparece sólo al citar dos publicaciones sobre el tema. En una está entre comillas, en la otra no, pero la lectura de ese artículo citado por mí en una nota confirma lo que digo.

Pasando a la sustancia de la pregunta, aclaro que las leyes que algunos llaman imperfectas son, como resulta de mi respuesta a la primera pregunta, simplemente injustas, más o menos injustas, pero injustas. No son moralmente aceptables, bajo ningún aspecto. Lo que yo he propuesto es un conjunto de criterios para mantener viva y realmente efectiva la tensión no sólo para no acostumbrarse al mal, sino para ir eliminándolo en la medida en que va siendo posible hacerlo, con la idea ciertamente de eliminarlo por completo. Pero no siempre se consigue eliminarlo todo de una vez, y cabe ir dando pasos progresivos, siempre que ello pueda hacerse sin convertirse en verdadero responsable de leyes o acciones gravemente injustas.

– ¿A quién pertenece la decisión de juzgar si una ley determinada satisface las condiciones expuestas por el Papa en su encíclica?

– Rodíguez Luño: Lo que se trata de juzgar no es una ley, sino el significado real (el objeto moral) de la acción de votar en unas circunstancias concretas. No creo que ese juicio competa a nadie en particular. Lo que se trata es de alcanzar la certeza de que esa acción, en esas circunstancias, es realmente un acto parcialmente abrogativo, y de que el votante no se hace realmente responsable de lo que no se ha abrogado. Si un político no alcanza esa certeza, y tiene dudas, puede pedir consejo a personas suficientemente preparadas para orientarle con verdad. Esto no impide que el Obispo de la diócesis o la Conferencia Episcopal consideren que en un caso concreto convenga que sean ellos mismos quienes pronuncien ese juicio, para tranquilidad de la conciencia de todos y para evitar confusiones; en este caso, ese juicio de la legítima autoridad eclesiástica vincula la conciencia de un católico. Pero, en sí, me parece que no es una cuestión de autoridad ni de permisos, sino de verdad y de certeza de que esa verdad se ha alcanzado.

– ¿Podemos aplicar lo que dice “Evangelium vitae” a otros campos, como la investigación genética?

– Rodíguez Luño: No veo en principio inconveniente en aplicarlo a otros campos, siempre que se entienda bien y se aplique fielmente el principio moral antes mencionado. Si no se puede abrogar totalmente una ley injusta, es generalmente debido proceder a su abrogación parcial, siempre que ello pueda hacerse sin dar escándalo (lo que requiere hacer comprensible la propia actuación) y sin hacerse realmente responsable de algo injusto.

– ¿Qué consejos puede ofrecer usted a políticos que deben trabajar en un estado laico donde muchos no aceptan la validez de los principios morales cristianos?

– Rodíguez Luño: La pregunta es muy amplia como para poder dar una respuesta completa. A mi juicio lo importante es ser coherente con la propia identidad cristiana hasta el fondo. En los estados democráticos existen unos cauces para que los ciudadanos intervengan en la elección de los gobernantes y en la formación de las orientaciones político-sociales y de la opinión pública. Los políticos y los ciudadanos que son católicos deberán emplear esos cauces -que están igualmente a disposición de todos los demás ciudadanos- para ordenar la vida social y política según los criterios que, según su conciencia cristiana bien formada, más y mejor contribuyen al bien común del país en el que viven. Lo que se ha de evitar, en mi opinión, es dejarse atemorizar por eslóganes que no resisten al examen racional, o vivir con un desdoblamiento perpetuo de la conciencia, una especie de esquizofrenia mental, según la cual lo que consideran en conciencia bueno y necesario para el bien común es una cosa, y lo que consideran bueno y necesario para el bien común en su actuación pública es otra bien distinta o incluso contraria. Si otros ciudadanos no están de acuerdo con los criterios de una conciencia cristiana, que los católicos expongan rigurosamente las propias razones, que den por ellas la misma batalla civil (usando medios lícitos y legales) que otros dan por las suyas.

Esto no quiere decir que todos los católicos tengan de hecho o tengan que tener las mismas ideas políticas. Sobre muchos problemas políticos son compatibles con la conciencia cristiana soluciones diversas, y cada uno de los católicos sostendrá la que le parezca mejor. Cuando hablo de coherencia me refiero a la coherencia con lo que la conciencia cristiana necesariamente exige o prohíbe.

¿Ud. pensaba que la Fecundacion “In Vitro” era un Acto Humanitario?

Pues, desengáñese. La fecundación llamada “in vitro” implica la creación de embriones humanos para tratar de implantarlos en el útero de la mujer que quiere ser mamá. Hay excedentes en el proceso. Excedentes humanos condenados a un destino absurdo.

Cuando se piensa en que una pobre mujer o una pobre pareja quiere tener “su” niño, todos nos conmovemos ante su frustración, pero, ¡cuidado! No es lícito vencer cualquier frustración a cualquier precio.

Un ejemplo extremo nos ayuda a entender esta idea, que suele dejarse en penumbra.

Si una pareja, para tener la alegría de ser papás, secuestrara al bebé de un vecino, ¿aceptaríamos este procedimiento para vencer su frustración? Desde luego que no. Quede claro, entonces, que no es lícito vencer cualquier frustración a cualquier precio.

El caso de la fecundación in vitro es aún más grave que el del secuestro. De suyo, aunque se trata de un crimen abominable, el secuestro preserva la vida del secuestrado. En la fecundación in vitro se producen embriones humanos que se convertirán en “material” de desecho o de experimentación. ¿Haría Ud. eso con sus hijos?

Estas no son posibilidades, no son hipótesis: es lo que está sucediendo ahora mismo.

En la agencia católica de noticias ZENIT del 12 de mayo de 2002 se publicó esta frustrante noticia: “Canadá investigará con embriones humanos, pero prohíbe la clonación”. Más adelante explica: “La legislación es punto medio adoptado por la ministra Anne MacLellan entre las restricciones a la investigación con embriones establecida por Estados Unidos y una ley como la de Gran Bretaña, que permite a los investigadores crear embriones sólo para estudio”.

Lo que uno pregunta es: ¿y de dónde van a sacar los embriones estos canadienses? Ya presentimos la terrible respuesta: embriones “sobrantes” de fecundación in vitro. Y así es, para vergüenza de la raza humana: “los investigadores tendrán que inscribirse en una nueva agencia reguladora para tener acceso a los embriones sobrantes creados en las clínicas de fertilidad, pero que no se piensan fecundar”.

¿Embriones sobrantes? Sí, esos que quedaron después de que una paraje tierna y frustrada logró el embarazo que quería y por tanto ya no quiere los embriones que se produjeron cuando se estaba tratando de fecundar a la mujer.

Y ¿qué va a ser de esos embriones “sobrantes”, de esos que quedaron después de darle un hermoso bebé a la pareja que se sentía frustrada? Leemos: “Jim Hughes, presidente nacional de la Coalición Campaña por la Vida, dijo que el proyecto de ley permite la destrucción de embriones humanos para investigar con células estaminales”.

No son hipótesis. Es la realidad.

Por eso, cuando sus amigos o parientes le digan que piensan en “reproducción asistida”, le pido que considere como un deber moral muy grave advertirles sobre cuál es el precio real en vidas humanas que se paga por vencer esa frustración. Cada niño “probeta”, cada niño fruto de fecundación in vitro tiene a su lado un número indeterminado, más de tres, por lo común, de hermanos suyos asesinados.

Fr. Nelson Medina F., O.P.

En ese Embrión Estaba la Salvación de los Hombres

Tenemos que hacer violencia a nuestra mente para descubrir en el misterio del desarrollo de un embrión humano al Verbo de Dios que se hace hombre.

Apenas hoy, 2000 años después del nacimiento de Cristo, estamos en condiciones de describir todas las etapas del proceso del desarrollo del embrión, pero seguimos echando mano de la fe para comprender que el Dios que da la vida, el Creador, el Señor de todas las cosas, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, el Verbo de la misma naturaleza del Padre, estuvo presente en todas y cada una de las fases del desarrollo embrionario. Ese y sólo ese es el significado profundo de la frase evangélica: “El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”.

Hace dos mil años, un óvulo fue fecundado prodigiosamente por la acción sobrenatural de Dios. ¡Qué hermosa expresión: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios”! Así, de esa maravillosa unión, resultó un zigoto con una dotación cromosómica propia. Pero en ese zigoto estaba el Verbo de Dios. En ese zigoto se encontraba la salvación de los hombres.

Unos siete días después, se produjo el adosamiento del blastocito en la mucosa del endometrio y Dios se redujo a la nada que es un embrión humano. Pero ese embrión era el Hijo de Dios y en Él estaba la salvación de los hombres.

Ese huevo alecítico se fue desarrollando paulatinamente y, a medida que progresaba la segmentación del huevo, iniciaron su diferenciación y crecimiento los esbozos de tejidos, órganos y aparatos embrionarios. Y ese huevo alecítico era el Hijo de Dios, la Segunda Persona de la Trinidad, y en Él estaba la salvación de los hombres, de todos los hombres, de cada ser humano.

Y, todavía en el primer mes del embarazo, cuando el feto medía ya de 0,8 a 1,5 centímetros, el corazón de Dios comenzó a latir con la fuerza del corazón de María, y comenzó a utilizar el cordón umbilical para alimentarse de su Madre, la Virgen Inmaculada. El Verbo de Dios era absolutamente dependiente de un ser humano, pero poseía una total autonomía genética. Todavía tendrían que trascurrir nueve meses en los que el Verbo de Dios flotó en el líquido amniótico, dentro de la placenta que le protegía del frío y del calor y le daba alimento y oxígeno, antes de nacer en Belén y ver el primer rostro humano, seguramente el de su Madre, con unos ojos recién abiertos.

Así fue como Jesucristo, llegó a ser el primogénito de toda criatura, el nuevo Adán de la nueva creación.

El Hijo de Dios redimió la creación desde la obra más maravillosa de ella, el ser humano. La redención del hombre comenzó desde un estado embrionario. Por eso, el médico católico debe pasar por esta lente para comprender su misión: el Hijo de Dios fue un zigoto, un embrión y un feto, antes de juguetear por las calles de Nazaret, predicar en las orillas del mar de Galilea, o morir crucificado en las afueras de Jerusalén. El Hijo de Dios asumió completamente y, sin rebajas, la vocación de ser hombre.

Foto de Bebé Muerto Reclama “Existencia Legal” de no Nacidos

WASHINGTON DC, 10 Oct. 01 (ACI).-
La conmovedora fotografía de una madre que sostiene en sus brazos a su bebé muerto por la agresión que sufrió mientras lo llevaba en el vientre, podría convencer a los congresistas estadounidenses para aprobar un proyecto de ley que sancione a los delincuentes que en sus actos de violencia causen daño a un no nato.

La fotografía en cuestión fue colocada a gran escala en una de las salas del Capitolio y presenta a Tracie Marciniak, una joven madre de Wisconsin, sosteniendo a su hijo Zachariah, quien murió en su vientre durante un asalto.

“Mi nombre es Tracie Marciniak. En la foto, estoy sosteniendo el cuerpo de mi hijo muerto, Zachariah, en su funeral. En el noveno mes de mi embarazo, fui golpeada brutalmente por un hombre que sabía lo mucho que quería a mi bebé. Este hombre me dio dos fuertes golpes en el abdomen. Zachariah sangró hasta morir dentro de mi vientre. Mi atacante fue sancionado por las heridas que me causó pero no por la muerte de Zachariah, quien no fue legalmente reconocido como víctima de un crimen”. Éstas son las palabras de la madre, que aparecen en la leyenda de la fotografía.

En efecto, actualmente la legislación estadounidense no contempla pena alguna para los delincuentes que en sus delitos dañen a un bebé en el vientre materno.

En el caso del asalto que sufrió Tracie, al delincuente se le procesó por el asalto pero no recibió sanción alguna por la muerte del pequeño Zachariah, a quien le faltaba muy poco tiempo para nacer.

“Necesitamos que se apruebe el Acta de las Víctimas No Nacidas de la Violencia (conocido como UVVA), porque la ley federal debería reconocer lo que muestra esta fotografía: cuando un criminal ataca a una mujer embarazada y hiere o mata a su hijo no nacido, está causando dos víctimas”, sostiene Tracie.

Estos son los mismos argumentos que motivan a un grupo de congresistas para impulsar la aprobación del proyecto UVVA, a través del cual cualquier criminal que dañe o mate a un no nato en un crimen federal, sea procesado por dos delitos.

Entre los que promueven su aprobación en la Casa de Representantes, figura el congresista republicano Chris Smith, de Nueva Jersey, quien sostuvo ante sus colegas que “cualquiera que piense que no hay un bebé muerto en esta foto puede votar un enmienda a la UVVA que reconozca una sola víctima. Pero los que ven en esta foto a una madre afligida que sostiene a su hijo muerto, debe votar por la UVVA sin enmiendas”.

La enmienda a la que hace alusión Smith, fue presentada por un grupo de legisladores abortistas que temen que la ley mengüe el “derecho legal” al aborto porque reconocería implícitamente el derecho a la vida de un no nato. Esta enmienda, reconocería dos delitos pero una sola víctima: la madre, negando la existencia legal del bebé.

El proyecto de ley, que es impulsado desde hace varios meses, tiene el apoyo de la Casa Blanca. El 24 de abril pasado, en una declaración dirigida al Congreso, la administración Bush señaló su “apoyo a la protección del no nacido y la aprobación del proyecto”, y agregó que “se opone enérgicamente a cualquier enmienda”.

Respuesta Oficial del Vaticano al Experimento de Clonación Humana

Declaración distribuida por la Sala de Prensa de la Santa Sede

CIUDAD DEL VATICANO, 26 noviembre 2001 (ZENIT.org).- La Santa Sede ha confirmado la “gravedad moral” del experimento de clonación anunciado por un laboratorio privado de Estados Unidos este domingo.

Un comunicado, distribuido este lunes por la Sala de Prensa vaticana, explica que se hace necesaria la condena pública de este primer caso de clonación humana en defensa de la dignidad misma de la persona humana propia del embrión.

Publicamos el texto íntegro del comunicado vaticano.

El artículo original aparecido en la revista “The Journal of Regenerative Medicine”, que los investigadores de la Advanced Cell Technology han publicado el 26 de noviembre de 2001, muestra en todo su carácter dramático la gravedad del hecho que ha sido realizado: la producción de un embrión humano “in vitro”, es más, de varios embriones que se han desarrollado respectivamente hasta llegar al estadio de dos, cuatro, seis células. El acontecimiento está documentado con claras imágenes a color al microscopio con escáner, poniendo de manifiesto las primeras fases del desarrollo de estas vidas humanas, a las que no se les ha dado inicio a través de la fecundación de un óvulo con un espermatozoide, sino activando óvulos con núcleos de células somáticas.

Los autores han subrayado que su intención no es la de dar origen a un individuo humano. Pero, eso que ellos denominan como científicos en su artículo “early embryo”, embrión en fase inicial, ¿qué es? De este modo, vuelve con toda su actualidad el interrogante bioético nunca adormecido por la verdad: cuándo es posible considerar el inicio de la vida humana. Más allá del acontecimiento científico, de hecho, sigue siendo éste el tema del debate, quedando fuera de duda -por indicación misma de los científicos- que nos encontramos ante embriones humanos y no ante células, como alguno querría hacer creer.

El hecho nos lleva, por tanto, de manera prepotente a confirmar con fuerza que el inicio de la vida humana no puede ser fijado por convención en un cierto estadio del desarrollo del embrión; se sitúa, en realidad, en el primer instante de la existencia del embrión mismo. Esto se comprende mejor en el caso de la modalidad “humana” de la fecundación entre óvulo y espermatozoide, pero tenemos que aprender a reconocerlo también en el caso de una modalidad “inhumana”, como es la reprogramación de un núcleo somático en una célula: incluso con esta modalidad se puede dar origen a una nueva vida -como por desgracia ha demostrado el experimento anunciado-, vida que conserva de todos modos su dignidad como cualquier otra vida humana.

Por esto, a pesar de las declaradas intenciones “humanísticas” de quien anuncia curaciones sorprendentes siguiendo este camino, que pasa a través de la industria de la clonación, es necesario un juicio objetivo pero firme, que muestre la gravedad moral de este proyecto y justifique su condena inequívoca. El principio que, de hecho, se introduce en nombre de la salud y del bienestar, sancionan una auténtica discriminación entre los seres humanos, en virtud de su tiempo de desarrollo (de este modo, un embrión vale menos que un feto, un feto menos que un niño, un niño menos que un adulto), trastocando el imperativo moral que impone, por el contrario, la máxima tutela y respeto precisamente de quienes no están en condiciones de defender y manifestar su dignidad intrínseca.

Por otra parte, las investigaciones sobre las células estaminales indica que pueden recorrerse otros caminos, lícitos moralmente y válidos desde el punto de vista científico, como la utilización de las células estaminales extraídas, por ejemplo, de un individuo adulto (cada uno de nosotros tenemos varias) de la sangre materna o de los fetos que han sufrido un aborto natural. Este es el camino que todo científico honesto debe seguir con el objetivo de garantizar el máximo respeto del hombre, es decir, de sí mismo.

La verdad sobre las “Católicas por el Derecho a Decidir”

En el año 2000, un medio brasileño publicó un artículo con ocasión del Día Internacional de Lucha contra el SIDA titulado “Doctrina católica sobre la fidelidad favorece epidemia, afirma teóloga”, en el que una supuesta “experta católica” critica a la Iglesia por promover la castidad. La “experta” en cuestión era Yury Puello Orozco, representante del polémico grupo feminista y abortista “Católicas por el Derecho a Decidir” en Brasil.

Que un grupo de mujeres que se proclaman católicas cuestionen una enseñanza tan fundamentada de la Iglesia, llamó la atención de Jerson Lourenço Flores Garcia, representante del Movimiento en Defensa de la Vida (MDV). Por ello, Flores no dudó en revelar la naturaleza nada católica de las CDD y a qué se dedican.

Además de señalar que se trata de una organización abortista estadounidense y que su objetivo principal es eliminar al mayor opositor del mundo contra el aborto, la Iglesia Católica, Flores recuerda en una nota aclaratoria que las CDD se esfuerzan por convencer a católicos y no católicos de que el aborto es una alternativa éticamente válida para las mujeres católicas, “despreciando y ridiculizando las enseñanzas fundamentales de la Iglesia, promoviendo agresivamente la anticoncepción y el aborto”.

Flores describe uno de los documentos más característicos del grupo titulado “Mujer… Cuerpo… Deseos… Derechos… Vida, Mucha Vida”, de la autora Carolina Teles Lemos.

Teles sostiene que cuando Cristo dice que debemos buscar la “vida en abundancia”, quiere decir que no le “gustaría que un bebé nazca con deficiencias ni que las mujeres los tengan en momentos difíciles de su vida”, es decir que sólo los “humanos perfectos” o los concebidos en “determinados momentos” tienen derecho a vivir. En otra parte de la publicación, Teles se refiere al pasaje de la Anunciación. “Cuando el Ángel se apareció a María y le preguntó si quería ser la madre de Dios, ella pensó mucho primero, para después decir que sí. Si Dios da a María la oportunidad de decidir, tenemos que acreditar que a nosotros nos dará la misma chance, ¿no creen?”, cuestiona Teles.

Según Flores, la intención de esta falacia es convencer al lector “de que la voluntad humana debe imponerse a la voluntad de Dios”.

Sin embargo, el pro-vida parece no sorprenderse con estos argumentos, considerando la historia del grupo fundado por Frances Kissling, una mujer que vivió algún tiempo en un convento de las Hermanas de San José (EE.UU.) y al abandonarlo dirigió una clínica de abortos en Nueva York.

Las CDD financian sus actividades con millones de dólares recibidos de grupos estadounidenses abiertamente anti-vida como la Fundación Ford.

En América Latina su agenda es clara:

· Apoyar el disenso católico en el tema del aborto y los anticonceptivos.

· Proporcionar a los católicos una “alternativa racional” a la doctrina de la Iglesia.

· “Educar” sobre los derechos de salud reproductiva (aborto y anticoncepción sistemática) en América Latina.

Según Flores, las CDD no son católicas porque “pervierten el sentido de la libertad humana. Al interpretar los crímenes contra la vida como legítimas expresiones de la libertad individual, exigiendo o reconociendo legalmente el derecho de matar, se subvierte la base de los derechos humanos y se niega el derecho a la vida”.

¿Católicos y abortistas?

El Padre Luiz Carlos Lodi da Cruz, encargado de uno de los apostolados pro-vida más exitosos de Anápolis, precisa por su parte que es imposible que los católicos apoyen el aborto, de lo que se deduce que las CDD son falsas católicas.

Según el Padre Lodi, cuando los católicos se sienten confundidos por las argumentaciones a favor del aborto, simplemente deben recurrir a documentos eclesiales como la encíclica de Juan Pablo II, Evangelium Vitae, para constatar que las enseñanzas de la Iglesia van de la mano con la moral y el aborto siempre será algo malo por implicar la muerte deliberada de un ser humano inocente.

El Padre Lodi sostienen que no se puede matar a un bebé ni siquiera para salvar la vida de la madre porque ambas son vidas humanas independientes. Si teóricamente se da el caso, nada se puede hacer y nunca es lícito “hacer el mal para que de ahí provenga el bien”.

Tanto la vida de la madre como la del niño son absolutamente iguales, agrega el sacerdote y precisa que ambos son “seres humanos criados a imagen y semejanza de Dios, poseedores de un alma inmortal y de un destino sobrenatural”.

El Padre Lodi indica que el aborto tampoco es “lícito en casos de violación porque la repugnancia contra el crimen nunca podrá convertirse en repugnancia contra un inocente concebido. La vida siempre es un don de Dios, aún cuando surge en circunstancias pecaminosas”.

Carta Abierta de un Joven Pro-Vida a un Grupo de Periodistas

Sr. director:

Este correo electrónico va dirigido a José Eulogio López, Ana Romero, Antonio Burgos, Carlos de Prada, Carlos Herrera, Elena Grandall, Elena Markínez, Enrique Campo, Esteban Pérez Almeida, Federico Jiménez Losantos, Germán Yanke, Jaime Campmany, Enrique de Diego, Jesús Cacho, Antonio Casado, José Luis Restán, Julio César Iglesias, Luis Herrero, Luis del Olmo, Oché Cortés, Pablo Sebastián, Manuel Martín Ferrand, Manuel Antonio Rico, Pedro J. Ramirez y Rafael Sánchez.

En primer lugar quisiera pedirles que lo lean como algo serio que pretende ayudar a difundir la cultura de la vida. Esto no es una carta para que la publiquen en sus respectivos medios, ni mucho menos una “campaña publicitaria”. No conozco sus direcciones de correo personales, por eso les escribo a las que he podido encontrar en las páginas web, periódicos o revistas en las que ejercen su profesión.

Quiero dirigirme a cada uno de ustedes, como profesionales independientes que son. A todos, sí. Pero uno por uno, personalmente.

En primer lugar quisiera presentarme como es debido. Yo les “conozco” a todos y pienso que están en el mismo derecho. Soy Raúl, tengo 28 años. Trabajo como comercial de frutas en la empresa familiar que fundó mi abuelo (www.torrelche.com). Vivo en Torrellano, un pueblecito de Elche. Y soy miembro de la ong Jóvenes Pro Vida de Alicante.

En Jóvenes Pro Vida disponemos de un Centro de Acogida a la Vida donde ayudamos a todas aquellas madres que deciden seguir con su embarazo adelante y criar al hijo que está por llegar. Pensamos que de esta manera evitamos muchos abortos voluntarios. En muchos de los casos las madres necesitan únicamente apoyo material, es decir, alimentación infantil, ropita, cuna, cochecito, pañales… Pero la mayoría de las veces, lo que verdaderamente necesita una madre en circunstancias difíciles es apoyo humano: alguien en quien confiar, a quien poderle explicar su caso, un amigo o amiga para conversar. También les ofrecemos un médico, una ginecóloga, un pediatra, un psicólogo… todos ellos voluntarios que colaboran en la asociación.

En fin, a esto nos dedicamos los Jóvenes Pro Vida de Alicante, al igual que el resto de asociaciones a nivel estatal. Sólo queremos ayudar a la vida en sus comienzos difíciles para evitar así que ninguna madre tenga que recurrir al aborto. Pensamos que el aborto no es la solución.

¿Cómo es posible que en el siglo XXI no queramos aceptar lo que ya demostró la medicina? El feto es un ser humano totalmente diferente al cuerpo de la madre. Desde el primer momento ya tiene sus características genéticas bien definidas y es un ser humano único e irrepetible. Si eso lo dice la ciencia médica, ¿porqué seguimos ignorándolo? ¿Porqué lo pasan por alto los gobiernos? ¿Porqué los partidos políticos que supuestamente deberían defender la vida no lo hacen?

El progresismo lo explica todo, por lo visto lo de la despenalización del aborto llega hasta tal punto que estar en contra del aborto significa ser un retrógrado o un fanático religioso. Hay que ser progresista, dicen, libertad de elección. ¿Alguien le ha preguntado alguna vez al feto si desea nacer o morir? Nadie. Tradicionalmente ha sido la derecha la que ha salvaguardado los valores tradicionales de la iglesia en España; ¿dónde están esos valores hoy?. También la izquierda: siempre ha estado al lado de los pobres, de los débiles, de los parados, de los oprimidos… ¿no es acaso el feto el ser más indefenso que hay sobre la tierra? Sólo ante el peligro, sin nadie que le ampare en su derecho primordial: el derecho a la vida.

¿Y la Iglesia qué está haciendo? Poco, a mi parecer. Podría moverse mucho más en favor de la vida. No basta con la firme postura del no al aborto, eso no es suficiente. Hay que ayudar a las madres, a las familias.

¿Es que nadie se da cuenta de que están muriendo muchos niños diariamente en todo el mundo? Nos escandalizamos por los muertos de ETA, por los atentados del 11 de septiembre, por las hambrunas del Tercer Mundo, por los refugiados de Afganistán… ¿y las victimas del aborto? ¿quién llora por esas muertes? ¿a dónde van a parar esas víctimas? Lo que ocurre es que no se ven; si las viéramos en televisión quizá pensáramos de otra manera.

Creo que existe muchísima ignorancia sobre el tema: es mucha la gente que piensa que “ahí no hay nada”, que “sólo son células”… ¿sabían ustedes que el corazón comienza a latir a los 18 días de la concepción? ¿que el feto siente dolor cuando se le pincha con la legra para trocearlo? Ustedes sí saben todo esto, pero ¿y la gente de la calle? ¿lo saben? NO.

¿Cuál es su postura amiga/o periodista? ¿No se puede hacer nada? Su labor es la de informar siempre con la verdad, ¿porqué este tema siempre se pasa por alto?

Muchos amigos me dicen que soy demasiado radical; que cada uno haga lo que quiera, me insisten. ¿Qué es lo que quiere el feto? ¿Piensan ustedes que no quiere nacer? ¿Porqué no puedo ser radical? ¿Qué es ser radical? La palabra radical viene del latín radix, radicis. Significa raíz, ir a la raíz de las cosas, al fondo de la cuestión.

¿Saben ustedes cómo demuestran los voluntarios que hay en los Centros de Acogida a la Vida de toda España su radicalismo? Lo demuestran trabajando día a día al lado de madres solteras, de prostitutas, de parejas de drogadictos, de familias pobres numerosas. La sociedad les rechaza. SI, la misma sociedad progresista que está a favor de la despenalización total del aborto es la que se lava las manos y “cada uno que solucione sus problemas”.

¡¡ Qué fácil es volver la vista para otro lado !!

¿Que soy radical? Pues sí: me gusta reflexionar a fondo en los temas vitales para poder llegar a conocer la verdad de las cosas. Y en este caso la raíz está muy clara, ésta es la cuestión: ¿es el feto un ser humano?

La ciencia médica demuestra que existe un ser humano único e irrepetible desde el mismo momento de la concepción. La lógica nos dice que no podemos maltratar a una madre embarazada “para no hacerle daño al niño”.

Las principales religiones del mundo están en contra del aborto: a favor de la Vida. Los Derechos Humanos nos reiteran que todos tenemos Derecho a la Vida.

¿Y la solución? ¿Cual es la solución a este problema? Ayudar a las madres, SIEMPRE HAY QUE AYUDAR A LAS MADRES, A LAS FAMILIAS.

Ustedes, amigas/os periodistas, desde el puesto relevante que ocupan en la sociedad, ¿no pueden hacer nada? Seguro que sí. Yo confío en que sí puedan. No podemos quedarnos con los brazos cruzados.

¿Recuerdan ustedes la sentencia Dred Scott del Tribunal Supremo de EEUU (1857)?: “Aún cuando posea corazón y cerebro y biológicamente se le considere humano, el esclavo no es una persona ante la Ley”. No hace mucho de esto, ¿verdad?.

Cuando miramos atrás nos arrepentimos de las barbaridades que hemos hecho la humanidad. En aquel tiempo sabios intelectuales nos demostraron que los negros no eran personas, reconocidos gobernantes legislaron en favor de la esclavitud, santos obispos tuvieron sus propios esclavos.

Cuando nuestros nietos lean en los libros de historia que el aborto voluntario estaba despenalizado y financiado por el estado. ¿Qué pensarán ellos?

Bueno amigos. En sus manos dejo el interrogante. ¿Qué piensan ustedes? ¿están de acuerdo conmigo? ¿qué podemos hacer?

No quiero alargarme más. Puede que les esté haciendo perder su tiempo; si es así les pido disculpas. En cualquier caso les agradezco su lectura y espero impaciente alguna respuesta a mis preguntas.

Raúl Sempere Durá.

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Pilato, pues, tomó entonces a Jesús y le azotó. Y los soldados tejieron una corona de espinas, la pusieron sobre su cabeza y le vistieron con un manto de púrpura; y acercándose a El, le decían: ¡Salve, Rey de los judíos! Y le daban bofetadas. Pilato salió otra vez, y les dijo*: Mirad, os lo traigo fuera, para que sepáis que no encuentro ningún delito en El. Jesús entonces salió fuera llevando la corona de espinas y el manto de púrpura. Y Pilato les dijo*: ¡He aquí el Hombre! Entonces, cuando le vieron los principales sacerdotes y los alguaciles, gritaron, diciendo: ¡Crucifícale! ¡Crucifícale! Pilato les dijo*: Tomadle vosotros, y crucificadle, porque yo no encuentro ningún delito en El. Los judíos le respondieron: Nosotros tenemos una ley, y según esa ley El debe morir, porque pretendió ser el Hijo de Dios. Entonces Pilato, cuando oyó estas palabras, se atemorizó aún más. (Juan 19,1-8)

Para Orar Delante del Santísimo Sacramento

1. Es difícil callarse? ¿Por qué?
2. ¿Te parece necesario hacerlo? ¿Por qué?
3. ¿Te cuesta o te es cómodo callar? (Explica).
4. ¿Cuándo te parece que es prudente callar?
5. ¿Te parece lo mismo callar que hacer silencio?
6. ¿Existe en tu vida “algo” para callar? ¿Por qué?
7. ¿Ante quién te callas?
8. ¿Normalmente qué atrae tu mirada?
9. ¿Cambiarías algo de ti para mirarlo “mejor”?
10. ¿Qué no quisieras que miraran?
11. ¿Cómo miras a Dios?
12. ¿Te gusta o te disgusta ser mirado?
13. ¿Qué te agrada escuchar?
14. ¿Sabes escuchar? ¿Por qué lo crees?
15. ¿A quién escuchas?
16. ¿Quién te escucha?
17. ¿Quién quisieras que te escuchara?
18. ¿A quién te gustaría escuchar?
19. ¿Qué deseas que escuchen de ti?
20. ¿Hay algo que cambie en ti cuando escuchas? (Comenta).
21. ¿Qué cambia cuando eres escuchado? (Explica).
22. ¿Qué crees que ha escuchado Dios de ti?
23. ¿Has escuchado a Dios? (Describe).
24. Describe lo que significa para ti meditar.
25. ¿En qué meditas?
26. ¿Necesitas lugares y momentos para hacerlo? (Comenta)
27. ¿Qué buscas al meditar?
28. ¿Compartes tus meditaciones con alguien?
29. ¿Confrontas lo meditado con algo o alguien? ¿de qué te sirve?
30. ¿Cada cuanto y por qué circunstancias tienes que meditar?
31. ¿Sobre qué es lo que con mayor frecuencia meditas?
32. ¿A quién le crees? (Máximo 3) ¿Por qué te parece que son creíbles?
33. ¿A quién le creíste en un momento dado, y ya hoy no?
34. Y a ti, ¿quién te cree?
35. ¿Cómo llegas a saber o comprobar que lo que crees es verdad?
36. ¿Por qué perderías la credibilidad en algo o en alguien?
37. ¿Crees en ti? ¿Cómo puedes demostrártelo?
38. ¿Qué le has creído y qué le crees a El?
39. ¿Qué entiendes por orar?
40. ¿Te gusta o disgusta orar? (Explica las razones)
41. ¿Consideras que para vivir es necesario orar? ¿por qué?
42. ¿De qué elementos requieres para poder orar?
43. ¿Oras con otras personas? (¿quiénes, por qué, y cuándo?)
44. ¿Oras mental o vocalmente? ¿de qué depende?
45. ¿En qué situaciones oras? ¿En qué momentos y lugares lo haces?
46. ¿Oras durante el día y/o cada cuánto?
47. ¿Consideras que para orar se deben tener cualidades? (Menciona).
48. ¿Has aprendido de alguien a orar?
49. ¿Cuáles te parecen que sean las causas que hacen que no amemos o que amemos menos a las personas?
50. Amar ¿te nace? ¿o lo optas, decides, procuras?