Ama a Dios, en toda circunstancia. Asegúrate de amarlo sólo por ser quien es. Y por causa de tu Dios, aprende a amar a tus hermanos. A veces se necesita un poco de violencia para ensanchar el propio corazón, pero hay que hacerlo. Recuerda que, ya en esta vida, y después de esta vida, recibirás de Dios tanto amor cuanto quepa en tu corazón: mucho o poco, según la medida de tu misericordia.
Tu alimento será éste: recoger tu pensamiento alrededor de la cruz de Cristo. Tendrás hambre de este alimento cuando mires tus pecados, sin entrar en sus detalles, y cuando reconozcas con serenidad tu propia nada. Recuerda que el hambre, sin alimento, nos desespera, y que el alimento, sin hambre, nos cansa y fastidia. Sólo la caridad te impulse a hablar, y que ningún simulacro de la verdadera caridad disculpe tu lengua ante tu conciencia. Si no es para reconocer tus faltas, para engrandecer al Señor o para edificar al prójimo, mejor guarda silencio y responde sólo a lo que te pregunten. Recuerda que los mayores tesoros se pierden con unas pocas palabras.
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