En la luz esplendorosa de tu Verbo
reconoces, oh Padre, tu mirada;
en los ojos de Cristo Nazareno
tu Figura y tu Semblanza,
el reflejo de todo el universo
y el fulgor infinito de tu Llama.
Y te agrada percibir su acento,
que es la voz de tu misma Palabra;
te gusta escuchar al Nazareno,
cuando, de noche, a solas, te alaba;
y le llamas tu Hijo Verdadero,
Aquel a quien tanto amas.