4. La fealdad de la Cruz
Cuando se quiere hablar de los signos de la presencia de Dios en el mundo suelen escogerse parajes hermosos y solemnes: una puesta de sol, una flor bellísima, el rostro perfecto de un niño o de una niña. La Biblia, sin embargo, piensa diferente. La máxima revelación de Dios acontece en la deformidad de un hombre torturado, en la fealdad de una cruz de espanto, en la monstruosidad de una condena injusta y en un baño de sangre que espanta y aterra.
Isaías lo había anunciado (capítulo 53, 1-3):
¿Quién va a creer lo que hemos oído?
A quién ha revelado el Señor su poder?
El Señor quiso que su siervo
creciera como planta tierna
que hunde sus raíces en la tierra seca.
No tenía belleza ni esplendor,
su aspecto no tenía nada atrayente;
los hombres lo despreciaban y lo rechazaban.
Era un hombre lleno de dolor,
acostumbrado al sufrimiento.
Como a alguien que no merece ser visto,
lo despreciamos, no lo tuvimos en cuenta.